El burguesito se toma muy en serio la vida. Él cree verdaderamente que la vida es para vivirla, que hay para todos y que hay que esforzarse por conseguirlo. Y quienes no logren este objetivo, pues será porque no se han esforzado lo suficiente.
El burguesito es libre y hace de su libertad una bandera que debe ser honrada y respetada. No hay para él otras banderas de la libertad que no sea la suya ya que la libertad se expresa en términos únicos que, claro está, son los propios.
El burguesito tiene un lugar en el mundo, le pertenece sólo a él y lo defenderá a costa de quien sea, y vociferará esa defensa con autoridad, esgrimiendo razones de orden ético, moral y hasta divino.
El burguesito sabe que lo suyo es suyo y de nadie más, que su propiedad es inviolable y que todo es al fin y al cabo de alguien. Aunque prefiere no pensar en que su vida también es de alguien, ese tiempo perecedero que se lo llevan hora tras hora los vientos poderosos soplados desde lugares sin ninguna bandera.
El burguesito se aflige por los que menos tienen y cede pedacitos de su conciencia para darles un lugar y dormir tranquilo por las noches. Pero apenas se levanta y da sus primeros pasos por la realidad que excede a su aldea, se coloca sus anteojos espejados por dentro para poder ver sus propios ojos, su mirada ilusionada, su cara limpia y fresca y tornasolada por un sol amable que, a la vez que tuesta sus poros y alimenta su fotosíntesis, arrasa con los brotes de los secos y los desahuciados.
El burguesito se siente permanentemente amenazado por todo aquello que huele diferente, que habla diferente, que siente y piensa del otro lado de la balanza, del plato que siempre pesa menos, de ese lado al que la ceguera de la justicia nunca apunta, sino más bien, vigila día y noche para tranquilidad del burguesito.
El burguesito desconfía de la ilustración, de los saberes que él opina deben ser recortados, divididos con troqueles y seleccionados uno por uno para que no se contaminen, para que no suceda la tragedia de una cadena causal que pueda explicar lo que él defiende como obra de Dios. Y por eso, persiste inquebrantable en su fe persiguiendo perseverante a quienes promueven una libertad de consciencia a la que, en el fondo, condena como una herejía, como la magia oculta de seres poseídos por un espíritu diabólico y vengativo.
El burguesito sabe que todo lo que se hace con amor finalmente triunfa y por eso sólo odia a quienes lo reclaman para ellos e intentan reivindicarlo como un sentimiento común, humano, cotidiano y sobre todo (sobre todo) igualitario.
El burguesito se acuartela y se defiende, se obstina y ataca cualquier competencia, precisamente porque cree en la competencia, en la selección natural de los mejores, en los derechos adquiridos e indiscutibles, en la justicia que lo defiende, en el sistema que lo respalda, en la sabiduría de otros sabios burguesitos que piensan y piensan y piensan todos los días para resolver el problema de la mierda que no para de esgrimir sus marrones verdades en el mar turquesa que rodea sus esperanzas de seguir conservando lo que le pertenece.
Y así anda el burguesito, un soldado macartista cazador de brujas. Va y viene señalando culpables entre los aplausos y los festejos de sus pares. Camina por su vereda arrojando su mugre a la calle para que otros, dice, tengan la posibilidad de juntarla ganándose así sus vidas con el sudor de sus frentes y aspirando esperanzados a sentarse un día aunque sea en el cordón a mirar un cielo despejado. El burguesito declara vivir y dejar vivir. El burguesito, provee para sus hijos y guarda y acumula para los malos tiempos. El burguesito consume feliz felicidades coloridas envasadas prolijamente, que han sido anunciadas y publicitadas como el camino inequívoco a un mundo exclusivo de sonrisas sin dolores, de paisajes exuberantes llenos de productos típicos y personajes pintorescos semidesnudos que, según él, han sido elegidos por un azar inescrutable o por un destino misericordioso y justo, con el objetivo de servir al bienestar general y el disfrute de todos (o al menos de quienes puedan pagar por ello).
Lo que el burguesito no sabe es que tal vez, quizás, puede estar equivocado, y que la mierda lo va a terminar tapando, y que el exceso de sol está degenerando su fotosíntesis, y que Dios probablemente no estará de su lado cuando esos pobres diablos que están afuera de sus anteojos espejados se harten un día de estar hartos y salten del plato de la balanza tramposa y derriben el monstruo grande que pisa fuerte, al que el burguesito mismo disfrazó de mujer justiciera, ciega y amable. Y una vez que estos pobres diablos impongan sus razones y enarbolen sus dignidades y sus derechos y defiendan sus amores y sus sueños y sus hijos que nacen iguales que los del burguesito, entonces será tarde para darse cuenta de que todo el tiempo que usó para comprarse seguridades y construirse fortalezas constitucionales para sus privilegios al final sólo vale un agujero en la madre tierra húmeda y hambrienta que, tarde o temprano, y haciendo verdadera justicia, todo lo devora un día.
RR