Aunque sé que no debería, todavía hay muchas cosas que me gustan de vos.
Me gusta acariciarte mientras bailás en la distancia, mientras te escondés tras los árboles mostrando tu media sonrisa que alcanza para rellenar los desconsuelos antes de que se vacíen por completo de estrellas sin dueño.
Me gusta hacer una pausa en la escritura y cebarte un mate y tomarlo con tus labios que murmuran palabras que deberé descifrar antes de que vuelvan a ese lugar misterioso de donde vienen. Así, mientras vos murmurás, yo te miro y copio tu contorno y tu aura y me deslizo como un pecado de intenciones eróticas debajo de tu blusa. Voy y vengo con este tira y afloje, con este sube y baja, con la vida y la muerte. Vos en tu vereda y yo en la mía, cada uno en su mundo, cada mundo en una mano.
Me gusta ser yo quien te escriba denodadamente exagerando tus virtudes, quien te proponga una eutanasia a tus soledades, para que puedas descansar aunque sea por un rato del injusto combate con los desencuentros. Porque de este juego en donde yo soy quien acecha con el filo de una palabra dispuesta a morir por vos, no se han escrito aun las reglas. Entonces, acepto estúpidamente orgulloso lo que nadie quiere aceptar. A saber, que el amor es un juego mortal.
También me gusta ofrecer a modo de obsequio mis servicios de falso poeta, para vos y para las otras. Aunque, para ser justo con todas, debo confesar sobre este punto que cada vez que unas formas de mujer puedan ser reconocidas en mis versos, serán las tuyas, las de una guitarra con ese olor que se ha ido impregnando por las noches, por los años, por las lágrimas.
Me gusta excusarme con los amigos y faltar a mi promesa de no escribirte nunca más, de no buscarte en los lugares vacíos, en los ojos y en las miradas perdidas que viajan por el espacio buscando un reflejo. Mis amigos están convencidos de lo que debo y lo que puedo. Sin embargo, ellos no saben lo que verdaderamente quiero, lo que realmente deseo cuando me proponen el remedio de la libertad de elección, lo que imagino cuando me hablan, lo que me cuesta no colgarme de tus faldas cuando ellos no están y miro por la ventana y te sé ahí, al alcance de una palabra, tibia y expectante, sembrando las semillas de las flores que voy a robar por la noche de tu jardín para deshojarlas una a una mientras me abrazo a tu pecho y caigo inevitablemente entre tus piernas.
Me gusta pensar en que quizás un día lograré por fin ser un estorbo para tu olvido, un bandido aguándote la mansa calma, un pedazo de vida calentándote los sueños, una piedra en tu zapatos gastados. Y ahí, abandonado en un camino perdido entre eucaliptos y sauces y tilos y palmeras y un viento necio que no pare de soplarte esos arrepentimientos inútiles nacidos de cálculos erróneos y absurdos pronósticos, yo dedicaré el resto de mi muerte a ordenar las hojas que dejaste escritas con mi letra cuando te fuiste para siempre siguiendo un camino de polvo y piedra.
Así es, me gusta todo de vos, todo esto y todo aquello. Todo lo que ya no tengo y lo que nunca tuve. Todo lo que permanece oculto y lo que deslumbra. Todo lo que me cura y todo lo que me mata. Me gusta tu sol y tu luna; tus tontas seguridades y tu humano desconcierto; tu habilidad para irte y tu torpeza para volver; tus ridículas excusas y tus extrañas razones; tu pretendida sabiduría y tu sensual ignorancia; tu interés por la izquierda y tu histeria de derecha.
Me gusta imaginarte y jugar a que todavía te quiero; y armar una pira de ramitas y papeles y alumbrar mis oscuridades y tal vez las tuyas que están a millones de horas de estas que se sientan alrededor del fuego junto a mí cada día a la misma hora; cada hora de cada día.
Sólo hay una cosa que no me gusta de vos: que todavía sigas siendo vos.
RR
No hay comentarios:
Publicar un comentario