sábado, 4 de mayo de 2019

ADVERTENCIA PARA LA LECTURA DE LOS CUADERNOS DE LAS FÚTILES ESPERANZAS


     Hay que tener en cuenta a la hora de comenzar con la lectura del contenido de los cuadernos de las fútiles esperanzas que el horario que corresponde a cada uno de los testimonios que allí se guardan es casi siempre inverosímil.
     Cuando uno comienza a leer alguno de estos relatos, llama rápidamente la atención que lo que unos nombran como noche, otros quizás lo hagan como madrugada; que lo que para algunos fue el ayer para otros quizás sea el mañana. Hasta es posible también hallar casos de mediodías a media tarde o atardeceres que se prolongan durante horas (existen casos en donde ha habido atardeceres que se han extendido durante días).
     ¿Cómo saber entonces el tiempo aproximado durante el cual transcurren los eventos que en estos cuadernos se archivan? Pues bien, esto no es posible en los términos del hombre común, de los relojes y los calendarios de aquellos que no están sometidos a la eternidad del tiempo de los amantes. 
     Porque los que aman son capaces de habitar el mismo minuto por siempre, aferrarse a una eternidad que, desafortunadamente para ellos, tarde o temprano se escurrirá de sus manos como agua. Ellos creen poseer el beneficio -o el maleficio, según se lo mire- de la inmortalidad que se esconde en la oscuridad protegida y sellada por las bocas pegadas por sus labios. Ellos son capaces de caer en un trance alucinatorio sintiendo anidar en un beso la cura de todos los males de este mundo para enfrentar la indefectibilidad de la muerte.
     Al escudriñar un poco en las hojas de estos cuadernos, es posible hallar gran cantidad de relatos en donde un amante o una amante han sucumbido en el laberinto de las agujas de un reloj detenido. Agujas estas que no giran, que van y vienen de acuerdo a sus propios augurios. A veces parecen avanzar pero, en realidad, retroceden. Y cuando esto sucede, las esperanzas fútiles son, además, mortales.
     Estos amantes encuentran en el pasado señales falsas y posibilidades que ya fueron descartadas en su momento pero que ahora aparecen acreditando probabilidades claramente adulteradas. Expectativas que se muestran como engañosos antídotos contra el veneno infalible del olvido. No hay amante más desdichado que aquel que intenta poner en práctica esperanzas del pasado. Y aunque la justicia jamás intervendrá en las cuestiones amorosas, es preciso abogar por la inocencia de estos desventurados personajes y decir que nadie podrá ser condenado por ese afán de permanecer en la órbita de un amor. Un amor que lo atrae con una fuerza gravitacional irresistible: la fuerza de las fútiles esperanzas.
Quienes lamentablemente no logren sortear este embuste y caigan en la trampa de las esperanzas del pasado, estarán condenados a una estafa irreparable, al sosiego de la falacia y el auto engaño. Pobre ellos, los amantes que creen poder usufructuar de esperanzas que no sólo se demuestran fútiles, sino también vencidas, corroídas por las sales del tiempo.
     Es necesario siempre recordar que, además de fútiles, las esperanzas en el amor sólo pueden ser puestas en ejercicio una sola vez. Después de eso, deben ser descartadas para siempre. No obstante, existen en estos cuadernos innumerables testimonios de amores desesperados que al encontrarse irremediablemente perdidos en el tiempo inmóvil del amante olvidado, han recurrido a esta desastrosa estrategia de aferrarse a esperanzas pasadas (con las esperables trágicas consecuencias que esto supone).
     Así, los cuadernos de las fútiles esperanzas están plagados de historias desgraciadas, de añoranzas infaustas. De hombres y mujeres que se han perdido en estratagemas sin chance, en acertijos indescifrables. Amores mendigos, sin techo y sin una dirección donde refugiarse de las permanentes reminiscencias, de las melodías que alguna vez acompañaron los abrazos y las caricias eróticas del encuentro y que ahora son la marcha fúnebre de un ocaso silencioso y atroz.
     Tal vez usted, al leerlos, sienta curiosidad por saber los nombres de quienes han guardado en ellos los ajados retazos de sus interminables horas. Tal vez usted crea que quizás estos cuadernos guardan hechos y lugares relacionados con su propia vida. Pues bien, es muy probable que esto sea así. Por eso, es mi deber advertirle sobre los riesgos de abrirlos, de merodear los alrededores de sus pasillos oscuros, ya que por ellos han desfilado unos y otros, temerosos y valientes, felices y desgraciados, vencedores y vencidos.
     Sí, por sus corredores han transitado todos ellos, hemos andado todos nosotros. Todos los que alguna vez abrazamos una esperanza amorosa. Todos los que en alguna ocasión caímos en el engaño de posibles revanchas, de creer que se puede capturar así nomás el mágico poder divino para torcer la espada acerada del destino clavada en el pecho. Todos los que alguna vez apostamos nuestra fe a un milagro que nunca es más que el producto de los delirios de la imaginación cuando se nos viene la noche encima y se abraza a nuestra soledad con recuerdos espantosos de aquellas otras noches en su cama. Cuando no nos queda otra cosa por hacer que descorchar otra botella para animar una fiesta triste y asumir esta nueva realidad de haber sido, despidiendo a empujones a la fantasía imposible de volver a ser. 
     Y ahí, empapados por una lluvia agria que cae desde las nubes que se forman con imágenes de un pasado dulce, la música se vuelve una invitación a asumir nuestra derrota con una sonrisa cínica, prometiéndonos que jamás volveremos a buscarla, a caminar su vereda persiguiendo sus pasos perdidos que se dirigen irremediablemente a otros brazos. Miramos al cielo con desdén en medio de ese aroma rancio que deja el alcohol mezclado con las lágrimas que saltan al suicidio del vaso vacío. Nos juramos una y otra vez borrarla de las manos, de los dedos que todavía mantienen la forma del contorno de su cuerpo. Prometemos vanamente no volver a pensar en ella, no volver a nombrarla nunca, para no perdernos irremediablemente en la oscuridad del recuerdo de nuestras bocas selladas en un beso. Para evitar por todos los medios caer en la desgracia de quedar detenidos en un tiempo que únicamente vive como una quimera en penosas cartas y en malogrados versos. Papeles y más papeles amarillentos y sucios archivados sin que nadie sepa para qué en el desorden de la desesperación, propio de los cuadernos de las fútiles esperanzas.

RR


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