Un día vendrá el pueblo. A veces no lo creo, pero lo sé.
Un día habrán un par que digan basta y se les sumarán otro par y ya
serán cuatro y dos son seis y seis son ocho y ocho dieciséis...
Un día se llamará mierda a la mierda y se hará justicia.
Un día será un ojo y después un diente y más tarde el polvo volverá al polvo y la tierra al pueblo.
Un día seremos lo que no fuimos y habrá lo que no hubo y no remediaremos los muertos pero al menos tendremos un futuro.
Un día habrá que apechugar, sí, apechugar, poner el pecho, hundirse en el barro para dejar todas las costillas que hagan falta, para que, de una vez por todas, seamos verdaderamente mujeres y hombres.
Un día miraremos al cielo y veremos que no somos nada más que lo que somos, mucho más que el dinero y las vanidades, mucho más que la belleza y la juventud, mucho más que una bandera y una pelota. Porque somos el agua y la tierra; somos yo, tu él y el de al lado, ese que está cansado de no ser nadie.
Un día miraré de frente al amor de mi vida y finalmente renunciaré a ella.
Un día, en medio del fragor de la lucha, deberemos asumir que todo está perdido y ahí sí, como dijo Cortázar, podremos empezar de nuevo.
Porque algún día asumiremos que no vale la pena salvar a los traidores del infierno de la traición, a los miserables del fangal de la miseria; que de nada sirve escaparse de uno mismo porque tarde o temprano nos volveremos a encontrar; y eso, sin lugar a dudas, será más temprano que tarde.
Un día mi hija y tus hijos serán mayores y deberán lidiar con nuestros errores y, si Dios quiere, sostendrán nuestros aciertos.
Un día, amigo, amiga, vos y yo ya no estaremos en este mundo, y mis palabras se extinguirán en el tiempo y tus ojos se perderán en sus órbitas y la carne se pudrirá en los huesos y finalmente alimentaremos la tierra.
La tierra, sí, la tierra.
Porque la tierra es dueña de todo y, un día, ya nadie podrá ser dueño de la tierra.
Un día se llamará mierda a la mierda y se hará justicia.
Un día será un ojo y después un diente y más tarde el polvo volverá al polvo y la tierra al pueblo.
Un día seremos lo que no fuimos y habrá lo que no hubo y no remediaremos los muertos pero al menos tendremos un futuro.
Un día habrá que apechugar, sí, apechugar, poner el pecho, hundirse en el barro para dejar todas las costillas que hagan falta, para que, de una vez por todas, seamos verdaderamente mujeres y hombres.
Un día miraremos al cielo y veremos que no somos nada más que lo que somos, mucho más que el dinero y las vanidades, mucho más que la belleza y la juventud, mucho más que una bandera y una pelota. Porque somos el agua y la tierra; somos yo, tu él y el de al lado, ese que está cansado de no ser nadie.
Un día miraré de frente al amor de mi vida y finalmente renunciaré a ella.
Un día, en medio del fragor de la lucha, deberemos asumir que todo está perdido y ahí sí, como dijo Cortázar, podremos empezar de nuevo.
Porque algún día asumiremos que no vale la pena salvar a los traidores del infierno de la traición, a los miserables del fangal de la miseria; que de nada sirve escaparse de uno mismo porque tarde o temprano nos volveremos a encontrar; y eso, sin lugar a dudas, será más temprano que tarde.
Un día mi hija y tus hijos serán mayores y deberán lidiar con nuestros errores y, si Dios quiere, sostendrán nuestros aciertos.
Un día, amigo, amiga, vos y yo ya no estaremos en este mundo, y mis palabras se extinguirán en el tiempo y tus ojos se perderán en sus órbitas y la carne se pudrirá en los huesos y finalmente alimentaremos la tierra.
La tierra, sí, la tierra.
Porque la tierra es dueña de todo y, un día, ya nadie podrá ser dueño de la tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario