martes, 21 de mayo de 2019

EL ÚLTIMO PÉTALO


     No te enamores de mí. No lo hagas. No caigas en la trampa. Uno de los dos debe quedar inmune al fin de la noche y a las cartas de despedida, de las razones que no se razonan y de las justificaciones inservibles. Uno de los dos debe mantener la cordura y desconfiar de esos momentos donde la vida se pierde en un beso y se libera un espíritu desconocido y se dispara una mirada que no tiene vuelta atrás. Uno de los dos debe ser capaz de dar un paso al costado y seguir adelante, olvidar y sobrevivir. Uno de los dos deberá tratar de entender y así no sentirse un tonto por querer sin presentir, por sostener con la punta de los dedos una caricia y tratar de encontrar ese lugarcito en la piel donde los que están dispuestos a morir, tarde o temprano, escriben un te quiero. 
     Y cuando te vayas y te diga que no lo hagas, no me creas. Porque, como te quiero, podría hacerte pensar que en realidad busco retenerte, porque ese brillo en los ojos que sé que se produce en mí apenas cruzas la puerta, apenas amanecen tus pechos en mi cama, apenas escucho tu voz chiquita en el teléfono, tal vez te dé la falsa impresión de estar frente a un mendigo. Pero no es así, te lo aseguro. Te quiero y con eso no te pido que me quieras, te pido que te vayas apenas sientas que mis brazos ya no sirven para sostenerte en la derrota. Quiero decir, si eso pasara, andate, mejor así. Yo me me voy a quedar aquí a quererte en silencio cargado de la imposibilidad de retirarme y ponerme a salvo de perderte. Así, te querré con la convicción de quien por un momento tuvo todo y lo dejó todo en tus manos.
     Tenés que ser vos, hermosa, quien salve este pedacito de mundo que se ha creado a nuestro alrededor y lo convierta en un grato recuerdo. Salvate, huí de la sangre que brotará amargamente de mis manos cuando todo se termine y me encierre en los nichos de la desgracia a recrear tus formas en versos execrables y penosos. 
     Y cuando te busque, no confíes en mí porque yo me habré entregado a la locura y a la libertad de quererte sin motivos, libre del tiempo y los prejuicios, ausente de una sociedad que me señalará a cada paso, en cada una de esas ocasiones en donde te nombre. Pero yo me habré vuelto indiferente a los comentarios de quienes tratan de justificar sus soledades de amores sustitutos y no buscaré justificar nada, aceptaré tu ausencia y asumiré la responsabilidad de llevar adelante el combate mortal al ego despechado, al amor propio agonizante. Hasta que logre quererte sin necesitarte.
     Yo no podré salir vivo de tu ausencia, creeme no podré. Yo tendré que morirme, abandonar ese camino seguro lleno de tus huellas y saltar al fondo del pozo y escarbar hasta dar con el maldito infierno buscando como un sabueso un epitafio digno para una historia muerta y enterrada. Yo seré la noche y el alcohol y los versos; los amaneceres sin sentido, la desesperanza del náufrago, la resignación del condenado, el malo de la película. Yo seré esa imagen perdida en tu recuerdo, una anécdota nimia y superflua en alguna noche de amigos en donde la burla me lleve a pararme delante de todos. Y vos me mirarás a los ojos y me dirás que estaba loco, que había perdido la razón y yo no podré negarlo. Bajaré la mirada y me callaré y me tragaré orgulloso ese grito que se anuda en la garganta. Y vos te irás a salvo por donde viniste y yo volveré con mis demonios a esos blues rotos y desafinados de las noches muertas y confesaré que sí, que mi vida es una gran farsa, una gran mentira porque en realidad lo que yo quiero es imposible. 
     Pero, así y todo, me aferraré a eso, a quererte despiadadamente, a arrancar todas las flores del jardín y deshojarlas una tras otra hasta que no haya ni mucho ni poco ni nada. 

RR


lunes, 13 de mayo de 2019

ANTES DEL PRESENTE


     Aunque sé que no debería, todavía hay muchas cosas que me gustan de vos. 

     Me gusta acariciarte mientras bailás en la distancia, mientras te escondés tras los árboles mostrando tu media sonrisa que alcanza para rellenar los desconsuelos antes de que se vacíen por completo de estrellas sin dueño.

     Me gusta hacer una pausa en la escritura y cebarte un mate y tomarlo con tus labios que murmuran palabras que deberé descifrar antes de que vuelvan a ese lugar misterioso de donde vienen. Así, mientras vos murmurás, yo te miro y copio tu contorno y tu aura y me deslizo como un pecado de intenciones eróticas debajo de tu blusa. Voy y vengo con este tira y afloje, con este sube y baja, con la vida y la muerte. Vos en tu vereda y yo en la mía, cada uno en su mundo, cada mundo en una mano.

     Me gusta ser yo quien te escriba denodadamente exagerando tus virtudes, quien te proponga una eutanasia a tus soledades, para que puedas descansar aunque sea por un rato del injusto combate con los desencuentros. Porque de este juego en donde yo soy quien acecha con el filo de una palabra dispuesta a morir por vos, no se han escrito aun las reglas. Entonces, acepto estúpidamente orgulloso lo que nadie quiere aceptar. A saber, que el amor es un juego mortal.

     También me gusta ofrecer a modo de obsequio mis servicios de falso poeta, para vos y para las otras. Aunque, para ser justo con todas, debo confesar sobre este punto que cada vez que unas formas de mujer puedan ser reconocidas en mis versos, serán las tuyas, las de una guitarra con ese olor que se ha ido impregnando por las noches, por los años, por las lágrimas.

     Me gusta excusarme con los amigos y faltar a mi promesa de no escribirte nunca más, de no buscarte en los lugares vacíos, en los ojos y en las miradas perdidas que viajan por el espacio buscando un reflejo. Mis amigos están convencidos de lo que debo y lo que puedo. Sin embargo, ellos no saben lo que verdaderamente quiero, lo que realmente deseo cuando me proponen el remedio de la libertad de elección, lo que imagino cuando me hablan, lo que me cuesta no colgarme de tus faldas cuando ellos no están y miro por la ventana y te sé ahí, al alcance de una palabra, tibia y expectante, sembrando las semillas de las flores que voy a robar por la noche de tu jardín para deshojarlas una a una mientras me abrazo a tu pecho y caigo inevitablemente entre tus piernas.

     Me gusta pensar en que quizás un día lograré por fin ser un estorbo para tu olvido, un bandido aguándote la mansa calma, un pedazo de vida calentándote los sueños, una piedra en tu zapatos gastados. Y ahí, abandonado en un camino perdido entre eucaliptos y sauces y tilos y palmeras y un viento necio que no pare de soplarte esos arrepentimientos inútiles nacidos de cálculos erróneos y absurdos pronósticos, yo dedicaré el resto de mi muerte a ordenar las hojas que dejaste escritas con mi letra cuando te fuiste para siempre siguiendo un camino de polvo y piedra.

     Así es, me gusta todo de vos, todo esto y todo aquello. Todo lo que ya no tengo y lo que nunca tuve. Todo lo que permanece oculto y lo que deslumbra. Todo lo que me cura y todo lo que me mata. Me gusta tu sol y tu luna; tus tontas seguridades y tu humano desconcierto; tu habilidad para irte y tu torpeza para volver; tus ridículas excusas y tus extrañas razones; tu pretendida sabiduría y tu sensual ignorancia; tu interés por la izquierda y tu histeria de derecha.

     Me gusta imaginarte y jugar a que todavía te quiero; y armar una pira de ramitas y papeles y alumbrar mis oscuridades y tal vez las tuyas que están a millones de horas de estas que se sientan alrededor del fuego junto a mí cada día a la misma hora; cada hora de cada día.

     Sólo hay una cosa que no me gusta de vos: que todavía sigas siendo vos.

RR


sábado, 4 de mayo de 2019

ADVERTENCIA PARA LA LECTURA DE LOS CUADERNOS DE LAS FÚTILES ESPERANZAS


     Hay que tener en cuenta a la hora de comenzar con la lectura del contenido de los cuadernos de las fútiles esperanzas que el horario que corresponde a cada uno de los testimonios que allí se guardan es casi siempre inverosímil.
     Cuando uno comienza a leer alguno de estos relatos, llama rápidamente la atención que lo que unos nombran como noche, otros quizás lo hagan como madrugada; que lo que para algunos fue el ayer para otros quizás sea el mañana. Hasta es posible también hallar casos de mediodías a media tarde o atardeceres que se prolongan durante horas (existen casos en donde ha habido atardeceres que se han extendido durante días).
     ¿Cómo saber entonces el tiempo aproximado durante el cual transcurren los eventos que en estos cuadernos se archivan? Pues bien, esto no es posible en los términos del hombre común, de los relojes y los calendarios de aquellos que no están sometidos a la eternidad del tiempo de los amantes. 
     Porque los que aman son capaces de habitar el mismo minuto por siempre, aferrarse a una eternidad que, desafortunadamente para ellos, tarde o temprano se escurrirá de sus manos como agua. Ellos creen poseer el beneficio -o el maleficio, según se lo mire- de la inmortalidad que se esconde en la oscuridad protegida y sellada por las bocas pegadas por sus labios. Ellos son capaces de caer en un trance alucinatorio sintiendo anidar en un beso la cura de todos los males de este mundo para enfrentar la indefectibilidad de la muerte.
     Al escudriñar un poco en las hojas de estos cuadernos, es posible hallar gran cantidad de relatos en donde un amante o una amante han sucumbido en el laberinto de las agujas de un reloj detenido. Agujas estas que no giran, que van y vienen de acuerdo a sus propios augurios. A veces parecen avanzar pero, en realidad, retroceden. Y cuando esto sucede, las esperanzas fútiles son, además, mortales.
     Estos amantes encuentran en el pasado señales falsas y posibilidades que ya fueron descartadas en su momento pero que ahora aparecen acreditando probabilidades claramente adulteradas. Expectativas que se muestran como engañosos antídotos contra el veneno infalible del olvido. No hay amante más desdichado que aquel que intenta poner en práctica esperanzas del pasado. Y aunque la justicia jamás intervendrá en las cuestiones amorosas, es preciso abogar por la inocencia de estos desventurados personajes y decir que nadie podrá ser condenado por ese afán de permanecer en la órbita de un amor. Un amor que lo atrae con una fuerza gravitacional irresistible: la fuerza de las fútiles esperanzas.
Quienes lamentablemente no logren sortear este embuste y caigan en la trampa de las esperanzas del pasado, estarán condenados a una estafa irreparable, al sosiego de la falacia y el auto engaño. Pobre ellos, los amantes que creen poder usufructuar de esperanzas que no sólo se demuestran fútiles, sino también vencidas, corroídas por las sales del tiempo.
     Es necesario siempre recordar que, además de fútiles, las esperanzas en el amor sólo pueden ser puestas en ejercicio una sola vez. Después de eso, deben ser descartadas para siempre. No obstante, existen en estos cuadernos innumerables testimonios de amores desesperados que al encontrarse irremediablemente perdidos en el tiempo inmóvil del amante olvidado, han recurrido a esta desastrosa estrategia de aferrarse a esperanzas pasadas (con las esperables trágicas consecuencias que esto supone).
     Así, los cuadernos de las fútiles esperanzas están plagados de historias desgraciadas, de añoranzas infaustas. De hombres y mujeres que se han perdido en estratagemas sin chance, en acertijos indescifrables. Amores mendigos, sin techo y sin una dirección donde refugiarse de las permanentes reminiscencias, de las melodías que alguna vez acompañaron los abrazos y las caricias eróticas del encuentro y que ahora son la marcha fúnebre de un ocaso silencioso y atroz.
     Tal vez usted, al leerlos, sienta curiosidad por saber los nombres de quienes han guardado en ellos los ajados retazos de sus interminables horas. Tal vez usted crea que quizás estos cuadernos guardan hechos y lugares relacionados con su propia vida. Pues bien, es muy probable que esto sea así. Por eso, es mi deber advertirle sobre los riesgos de abrirlos, de merodear los alrededores de sus pasillos oscuros, ya que por ellos han desfilado unos y otros, temerosos y valientes, felices y desgraciados, vencedores y vencidos.
     Sí, por sus corredores han transitado todos ellos, hemos andado todos nosotros. Todos los que alguna vez abrazamos una esperanza amorosa. Todos los que en alguna ocasión caímos en el engaño de posibles revanchas, de creer que se puede capturar así nomás el mágico poder divino para torcer la espada acerada del destino clavada en el pecho. Todos los que alguna vez apostamos nuestra fe a un milagro que nunca es más que el producto de los delirios de la imaginación cuando se nos viene la noche encima y se abraza a nuestra soledad con recuerdos espantosos de aquellas otras noches en su cama. Cuando no nos queda otra cosa por hacer que descorchar otra botella para animar una fiesta triste y asumir esta nueva realidad de haber sido, despidiendo a empujones a la fantasía imposible de volver a ser. 
     Y ahí, empapados por una lluvia agria que cae desde las nubes que se forman con imágenes de un pasado dulce, la música se vuelve una invitación a asumir nuestra derrota con una sonrisa cínica, prometiéndonos que jamás volveremos a buscarla, a caminar su vereda persiguiendo sus pasos perdidos que se dirigen irremediablemente a otros brazos. Miramos al cielo con desdén en medio de ese aroma rancio que deja el alcohol mezclado con las lágrimas que saltan al suicidio del vaso vacío. Nos juramos una y otra vez borrarla de las manos, de los dedos que todavía mantienen la forma del contorno de su cuerpo. Prometemos vanamente no volver a pensar en ella, no volver a nombrarla nunca, para no perdernos irremediablemente en la oscuridad del recuerdo de nuestras bocas selladas en un beso. Para evitar por todos los medios caer en la desgracia de quedar detenidos en un tiempo que únicamente vive como una quimera en penosas cartas y en malogrados versos. Papeles y más papeles amarillentos y sucios archivados sin que nadie sepa para qué en el desorden de la desesperación, propio de los cuadernos de las fútiles esperanzas.

RR


DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...