martes, 27 de agosto de 2019

RETAZOS SECOS DE UNA HISTORIA DE AMOR IMPOSIBLE


     ¿Yo? Yo no soy nadie, mi querida. Yo soy pasto seco, aljibe vacío, verso perdido. Yo soy un ignorante y un ignorado, una nube sin cielo, el espeso lugar para las interpretaciones ajenas. Yo, amiga mía, no soy más que lo que se ve, un espacio sin nombre al final de la lista de los redimidos. Yo soy un imperdonable, un ave de rapiña, un predador depredado. Soy una especie extinta que jamás debió haber existido; un sombrero en la cabeza equivocada, un amante echado de la cama, un paria en el corazón de la mujer de la vida de otro. Yo, ya que preguntás, ni siquiera he sufrido la desgracia de haber nacido para, aunque sea, morir contento batiendo al enemigo.

     Pero mejor así, mejor el desengaño anticipado a las expectativas, mejor la completa conciencia de la imposibilidad de encontrar un oasis en el desierto o una forma humana en mis huesos. Mejor disfrutar de una muerte segura que atarse a falsas expectativas de vida, a amores imposibles que solo son el inútil intento de perdurar en un corazón cerrado por demolición. Mejor prescindir de lo imprescindible, dejarse tragar por la tierra y soltar las palabras camino al infierno y que la historia la cuente otro. No, no ha valido la pena ni nunca la valdrá. La pena nunca valdrá la pena. Mejor aceptar que lo peor todavía ni siquiera llegó. Mejor creer que puedo maniobrar entre mis propias palabras sin sentido antes que atarme a la desgracia de someterme a las ajenas. Mejor así.

     Sin embargo, es una pena darle el gusto a los chismosos, darle una importancia que no tienen, una supuesta sabiduría que no poseen. Es una verdadera pena restringir las palabras para remediar el escaso tino de quienes se ven imposibilitados de acertarle al centro de sus propias cuestiones y disparan opiniones impunemente. Una pena, diría yo, no aprovechar en este mismo momento la impermeabilidad de los sentimientos para dejarse llevar y caminar contentos bajo la lluvia sin temor a empaparse, a rescatar caracoles del asfalto y devolverlos al pasto. Una pena, che, una pena... De todas maneras, gracias.

     Pero, ¿por qué miedo? No, miedo no. Porque nunca busqué ser ni siquiera un recuerdo: ni una ausencia en la vida solitaria de nadie, ni la presencia incómoda en una foto ajena. Jamás me comprometí a saldar las deudas que va dejando el tiempo, ni a llenar los agujeros que dejan los corazones cuando estallan en mil pedazos. Solo intenté satisfacer mi egoísmo y mis vanidades sin invitar a nadie a montarse en esta locura de querer ser yo quien escriba en documentos apócrifos un pasado mentiroso de alguien que, a decir verdad, nunca existió. 

      Así que no me malinterpretes, no existe valentía alguna en todo esto. Lo único que hago es escaparme hacia la cobardía de los pusilánimes, de los vencedores tramposos que se cuelgan medallas de lata compradas en un bazar y se venden al mejor postor. Porque no puedo cargar ni siquiera con el peso de la derrota, porque el mundo condena a los vencidos despojándolos de toda virtud para enlistarlos en las filas de la vergüenza. Entonces, no queda otra opción que ser este impostor que arroja la piedra y esconde la mano, que abre la boca y maldice los amores y alaba los desengaños. Y jura con gloria morir.

     Esta es la búsqueda del silencio, de las voces acalladas por la muerte, del adiós al amor que ya no volverá, de la mirada del niño aquel que fui y que no pudo acompañarme. Es la búsqueda de los próceres desterrados, de los autores anónimos exiliados voluntariamente en los diarios íntimos de los narcisistas, de los amantes clandestinos enamorados de lo imposible. ¿Qué busco? Lo que nadie quiere: convertirme en una sombra y desaparecer de esta tormenta de frases hipócritas y falaces para correr sin que nadie me vea a abrazarme a tu olvido.

     Y si hasta el sol tiene sus puntos oscuros. Si hasta el cielo más celeste en algún momento se cubre de grises y nos permite disimular las lágrimas debajo de las gotas que transpiran las ausencias y las angustias. ¿Qué esperás de mí? Si ni siquiera logro arrodillarme ante Dios para suplicar misericordia, si ya he perdido las ganas de suplicar y solo creo en tomar aquello que la tierra me ofrece, que tus ojos me brindan, que mis propias oscuridades me ocultan. ¿Quién podrá mantener los sueños a flote cuando el mar arrase con la arrogancia y el narcisismo de creerse indispensable? No, indispensables son los locos que nos hacen creer que estamos cuerdos; indispensables son la música y los soles y las oscuridades y los amores que jamás volverán. Aparte de eso, indispensable no hay nada.

     Y qué bueno que seamos solo algunos los que nos hundamos en este naufragio silencioso en la mediocridad, que haya aunque sea unos pocos que puedan nadar entre los restos mal olientes de las desgracias y sobrevivan y alcancen con su talento las costas de alguna isla perdida donde entierren sus tesoros. Qué bueno será cuando un día la marea desentierre los cofres y salgan a la luz aquellas emociones retratadas en una foto o en una pintura, anotadas en papeles o en canciones: las angustias y los fracasos, las soledades y los amores, la distancia que a veces hiere el tiempo y las alegrías inexplicables que nos ilusionan con una muerte sin dolor. Que bueno, amiga, que no te des por vencida ni aún vencida, ni aún en la más pavorosa de las derrotas que nos aguarda paciente, que nos acecha oscura de un lado y, quién sabe tal vez, luminosa del otro. En serio, qué bueno...

     Y así, sobre los silencios y las penas, se ha envuelto una alegría pasajera que se irá mañana o pasado o en un rato nomás, cuando acabe esta canción y tus ojos se cierren una vez más en mi corazón que los guarda junto al recuerdo del aroma de tu cama emplazada en medio de los cien barrios porteños que bailan entre tus dolores y mi lejanía que no es tal, que es solo una parte de esta historia.

     Entonces, vas a tener que esperar; por las lágrimas y por el enojo, por la risa y por el cielo rosa que anuncia los vientos que despejan. Vas a tener que meter los pies en el barro y rescatar el alma que se pudre al calor de la desesperación y el olvido. Sí, vas a dejar todo: los amigos, el trabajo, los maravillosos soles y los tormentosos atardeceres. Vas a dejar tu vida y tu muerte. Vas a dejar tu lengua llena de palabras sin destino y vas a escribir los poemas más tremendos y vas a escuchar las más tremendas armonías. Pero tranquila, va a aparecer. Un día va a dejarte una carta por debajo de la puerta en medio de la noche o va a soltar una palabra en el cielo celeste para que la veas, una palabra que solo vos podrás entender. Una sola.

     A la vez también entiendo (después de mucho tiempo de deambular por el desconcierto) que todo no es todo aunque sea algo, que el resto también importa aunque solo sea el resto, que los dires y diretes del día a día también pesan en la balanza donde todavía sigue pesando el recuerdo de aquella noche en tus sueños. Entiendo también que por más que glorifiquemos los besos y las bocas, las noches y los sexos, las manos y el alma, de vez en cuando hay nubes y ventarrones y tormentas que pueden desatar lluvias desgraciadas de tristeza. 

     Y todo finalmente terminó en silencio, entre el canto de los pájaros que agradecían la tormenta y proclamaban el final del amor. Todo fue jugado sin guardar nada, sin pensar en el futuro ni en las consecuencias de algo que aún ni siquiera existía. Y como toda flor debería marchitarse en la tierra, todos los amores deberían poder encontrarse antes del fin, antes de que el corazón profeta decida morirse dejándonos todos los adioses atragantados en la piel.

RR


jueves, 22 de agosto de 2019

SEGUNDOS ANTES


Que cuando la muerte llegue me dé al menos unos segundos para mirarme al espejo por última vez. Sólo unos pocos segundos, unos granitos más de arena que caigan de regalo para poder mirarme a los ojos y brindar por quienes ya no volveré a ver nunca, para poder dejarles en la puerta del túnel a cada uno lo suyo:

un apretón de mano en silencio a la vida, sin reproches, ni rencores, ni llantos porque, al fin y al cabo, cada uno hizo lo que pudo;

un abrazo a esos amigos póstumos que deberán inventarse algunas historias si pretenden declarar que me conocieron, que saben quién fui, qué cobardías me acobardaron y qué extraños placeres me llevaron a la ruina de encontrarme ahí, al filo del olvido;

una última sonrisa para mis padres que ya deberán haberse ido antes que yo, antes de que hubiese sido posible romperles el corazón violando esa ley natural que dice que los padres deben irse antes que los hijos; porque si existe la vida después de la muerte, no queda mucho más que la muerte cuando los hijos se van antes que los padres;

un cariño imperecedero a los perros y los gatos que circundaron mis tristezas a la hora de las soledades desprevenidas; una última caricia de niño a sus miradas que dijeron todo lo que hizo falta en el momento justo;

y por último, un último párrafo, escrito como este desde las sombras, para los amores que me mantuvieron con vida mientras moría por ellos, que sostuvieron el vilo de la fortuna del encuentro hamacando mis alegrías en el columpio de sus intimidades; intimidades a las que pude acceder alguna vez aunque sea por un rato y que ahora recuerdo como esos días felices que me uno se lleva a cambio de saldar finalmente la deuda con la muerte inexorable.

Y quien sabe, tal vez mi muerte finalmente llegue ahora mismo o en unos segundos, apenas caigan estos últimos granos de arena que, ahora que lo pienso, no recuerdo haber visto antes de comenzar a escribir...

RR


martes, 6 de agosto de 2019

¿SERÁ POSIBLE?


     Usted no sabe de mí porque yo soy quien nunca ha sido y quien probablemente nunca sea. Yo soy ese que permanece hundido en temores, en arrepentimientos de último minuto, en miedos importados de sentimientos ajenos. Por eso usted no sabe de mí. Pero, créame, yo existo.
     Detrás del silencio de quien la añora y le escribe desde una distancia y un tiempo infinitos, estoy yo, abrumado por la soledad que me ha sido impuesta por un hombre que piensa que usted podría sentirse invadida, quizás también abrumada por saber de mi existencia. Pero yo existo. Y aunque sólo exista por usted, es justo y menester que le confiese que si no fuese usted, probablemente sería otra. Pero eso es harina de otro costal. De este costal son mi existencia y la suya, y son todas esas cosas que me gustaría hacerle saber, hacerle llegar, adjuntarle con un abrazo que arme a nuestro alrededor un corral donde liberar mis sueños acorralados, mis decires sometidos, mis cuentas irresueltas.
     Discúlpeme, tal vez esté siendo un tanto atolondrado al expresarme. Es que me ha sorprendido la negligencia de mi carcelero que se ha descuidado e inesperadamente me ha dejado librado a mi suerte -y claro, a la suya-. Por eso debo aprovechar este momento para contarle quien soy.
     Yo soy ese que vive en la oscuridad de este señor que la admira y la desea sin jamás solicitarle un favor o una gracia. Este buen hombre que anda ahora por ahí perdido por las calles, sin animarse a abandonar ese falso desconcierto para ir hasta su domicilio a golpear su puerta esta misma noche. Un hombre armado nada más que con el coraje ficticio que nace de la locura de creer que sólo sería un posible candidato a meterse en su cama por una distracción del destino. No lo juzgue mal, no es un pelele cobarde y deslucido, ni lo hace de mala fe. Es que él sostiene con vano orgullo la bandera del amor como un encuentro mágico y no como un tesoro que debe ser buscado con mapas apócrifos entre señales inexistentes. Es por eso que él nunca se animaría a presentarse intencionalmente un día cualquiera en alguna de esas encrucijadas que usted transita de vez en cuando. Nunca sería capaz de acercarse hasta sus surcos para caminar a su lado con la sola excusa de cobijarse del desconcierto general que provocan los años que pasan, las horas que se suceden y que van dejando recuerdos como hongos plagados en la memoria.
     Sí, así es, yo soy uno de esos hongos. Una mancha de humedad que se ha esparcido hasta los límites del decoro de este tipo que, déjeme que le diga, la quiere. Sí, la quiere. No es que sólo la desea y anhela llevar a buen término ese deseo para satisfacer su ego o los instintos que lo poseen cada vez que piensa en usted. No, él la quiere y suspira su deseo en silencio ocultándolo en su sombra hasta que el sol se pone y, entonces, aúlla su nombre en la oscuridad de la noche desprovisto de cualquier forma humana, para atravesar finalmente el duro proceso de transformación que lo convertirá nuevamente en un tipo común y corriente, sin una sola marca en su piel que permita sospechar del río de lava que corre por sus venas y lo consume cuando una mujer con esos rasgos suyos tan particulares se cruza en su camino.
     Porque su peor castigo consiste en la fantasía de ver en todas el talle de su cintura, el color de sus ojos, el plano que corre desde su frente hasta la punta de su nariz. Él cree percibir en todas las mujeres que caminan a lo lejos, su indiferencia y su despreocupada libertad. Esa libertad que usted expone en sus pasos, que seducen su mundo de probabilidades negadas y que logran, aunque sea por un momento, sacarlo de su escondite y lanzarlo a la conquista inútil de hojas y más hojas que de nada sirven, que sólo lo retrasan y le impiden acudir al remedio infalible del olvido. Un remedio que, por otra parte, terminaría definitivamente conmigo.
     ¿Me entiende ahora? ¿Entiende este apuro que me ha empujado esta vez a mí sobre esta hoja que ha caído no casualmente en sus manos? Porque, así como todo esto no es una casualidad -ya sé que usted no cree en ellas-, no es tampoco el destino, ni es un designio misterioso. Nada de eso. Todo esto no es ni más ni menos que el producto de mi intencionalidad declarada, de la mismísima realidad abriéndose paso entre los guardianes que custodian el muro que aquel pobre hombre jamás atravesará. Y si yo he llegado hasta usted es para que sepa que el tiempo se me acaba, que las muertes se suceden llevándose las horas que parecían interminables y que me mantuvieron escondido entre líneas, en esos espacios donde él esconde su nombre.
     Y usted quizás piense que él es un cobarde, que si verdaderamente la quisiera como dice quererla, no le importaría lanzarse a un naufragio seguro, ni nada le impediría nadar hasta la orilla de su isla desierta para internarse en su valle encantado. Y puede ser que usted tenga razón. Pero eso ya no me corresponde juzgarlo a mí. Porque yo no creo como él en el milagro del amor ni en los encuentros casuales. Ni siquiera creo en este mapa que traigo en mis manos y que yo mismo he dibujado con determinación y pretensiones verdaderas.
     Porque yo, querida, sospecho que usted tampoco es quien dice ser. Dígame, por favor, si es posible esto. ¿Es posible que usted sea también un personaje de una historia como la mía, un títere movido por los hilos de otra persona igual a este hombre de quien le he venido contando? ¿Es posible que, al igual que yo, haya estado usted esperando un momento de distracción para huir de ella? Por favor, déme una respuesta. ¿Es posible que haya soñado usted con el día en que yo llegase como he llegado ahora finalmente hasta su puerta para librarla de unas cadenas que la mantienen cautiva en un silencio que todos creen que es olvido? ¿Será posible que seamos nosotros los verdaderos escritores y ellos sólo los personajes de una historia mal contada?
     Vamos, aprovechemos, volemos al cielo que nos espera afuera de esta jaula hecha de papeles y palabras estériles, huyamos del fastidio de ser ellos y seamos de una vez por todas nosotros, tal vez no tengamos otra oportunidad.
     Tome mi mano, agárrese fuerte. Nos vamos para siempre.

RR


DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...