Usted no sabe de mí porque yo soy quien nunca ha sido y quien probablemente nunca sea. Yo soy ese que permanece hundido en temores, en arrepentimientos de último minuto, en miedos importados de sentimientos ajenos. Por eso usted no sabe de mí. Pero, créame, yo existo.
Detrás del silencio de quien la añora y le escribe desde una distancia y un tiempo infinitos, estoy yo, abrumado por la soledad que me ha sido impuesta por un hombre que piensa que usted podría sentirse invadida, quizás también abrumada por saber de mi existencia. Pero yo existo. Y aunque sólo exista por usted, es justo y menester que le confiese que si no fuese usted, probablemente sería otra. Pero eso es harina de otro costal. De este costal son mi existencia y la suya, y son todas esas cosas que me gustaría hacerle saber, hacerle llegar, adjuntarle con un abrazo que arme a nuestro alrededor un corral donde liberar mis sueños acorralados, mis decires sometidos, mis cuentas irresueltas.
Discúlpeme, tal vez esté siendo un tanto atolondrado al expresarme. Es que me ha sorprendido la negligencia de mi carcelero que se ha descuidado e inesperadamente me ha dejado librado a mi suerte -y claro, a la suya-. Por eso debo aprovechar este momento para contarle quien soy.
Yo soy ese que vive en la oscuridad de este señor que la admira y la desea sin jamás solicitarle un favor o una gracia. Este buen hombre que anda ahora por ahí perdido por las calles, sin animarse a abandonar ese falso desconcierto para ir hasta su domicilio a golpear su puerta esta misma noche. Un hombre armado nada más que con el coraje ficticio que nace de la locura de creer que sólo sería un posible candidato a meterse en su cama por una distracción del destino. No lo juzgue mal, no es un pelele cobarde y deslucido, ni lo hace de mala fe. Es que él sostiene con vano orgullo la bandera del amor como un encuentro mágico y no como un tesoro que debe ser buscado con mapas apócrifos entre señales inexistentes. Es por eso que él nunca se animaría a presentarse intencionalmente un día cualquiera en alguna de esas encrucijadas que usted transita de vez en cuando. Nunca sería capaz de acercarse hasta sus surcos para caminar a su lado con la sola excusa de cobijarse del desconcierto general que provocan los años que pasan, las horas que se suceden y que van dejando recuerdos como hongos plagados en la memoria.
Sí, así es, yo soy uno de esos hongos. Una mancha de humedad que se ha esparcido hasta los límites del decoro de este tipo que, déjeme que le diga, la quiere. Sí, la quiere. No es que sólo la desea y anhela llevar a buen término ese deseo para satisfacer su ego o los instintos que lo poseen cada vez que piensa en usted. No, él la quiere y suspira su deseo en silencio ocultándolo en su sombra hasta que el sol se pone y, entonces, aúlla su nombre en la oscuridad de la noche desprovisto de cualquier forma humana, para atravesar finalmente el duro proceso de transformación que lo convertirá nuevamente en un tipo común y corriente, sin una sola marca en su piel que permita sospechar del río de lava que corre por sus venas y lo consume cuando una mujer con esos rasgos suyos tan particulares se cruza en su camino.
Porque su peor castigo consiste en la fantasía de ver en todas el talle de su cintura, el color de sus ojos, el plano que corre desde su frente hasta la punta de su nariz. Él cree percibir en todas las mujeres que caminan a lo lejos, su indiferencia y su despreocupada libertad. Esa libertad que usted expone en sus pasos, que seducen su mundo de probabilidades negadas y que logran, aunque sea por un momento, sacarlo de su escondite y lanzarlo a la conquista inútil de hojas y más hojas que de nada sirven, que sólo lo retrasan y le impiden acudir al remedio infalible del olvido. Un remedio que, por otra parte, terminaría definitivamente conmigo.
¿Me entiende ahora? ¿Entiende este apuro que me ha empujado esta vez a mí sobre esta hoja que ha caído no casualmente en sus manos? Porque, así como todo esto no es una casualidad -ya sé que usted no cree en ellas-, no es tampoco el destino, ni es un designio misterioso. Nada de eso. Todo esto no es ni más ni menos que el producto de mi intencionalidad declarada, de la mismísima realidad abriéndose paso entre los guardianes que custodian el muro que aquel pobre hombre jamás atravesará. Y si yo he llegado hasta usted es para que sepa que el tiempo se me acaba, que las muertes se suceden llevándose las horas que parecían interminables y que me mantuvieron escondido entre líneas, en esos espacios donde él esconde su nombre.
Y usted quizás piense que él es un cobarde, que si verdaderamente la quisiera como dice quererla, no le importaría lanzarse a un naufragio seguro, ni nada le impediría nadar hasta la orilla de su isla desierta para internarse en su valle encantado. Y puede ser que usted tenga razón. Pero eso ya no me corresponde juzgarlo a mí. Porque yo no creo como él en el milagro del amor ni en los encuentros casuales. Ni siquiera creo en este mapa que traigo en mis manos y que yo mismo he dibujado con determinación y pretensiones verdaderas.
Porque yo, querida, sospecho que usted tampoco es quien dice ser. Dígame, por favor, si es posible esto. ¿Es posible que usted sea también un personaje de una historia como la mía, un títere movido por los hilos de otra persona igual a este hombre de quien le he venido contando? ¿Es posible que, al igual que yo, haya estado usted esperando un momento de distracción para huir de ella? Por favor, déme una respuesta. ¿Es posible que haya soñado usted con el día en que yo llegase como he llegado ahora finalmente hasta su puerta para librarla de unas cadenas que la mantienen cautiva en un silencio que todos creen que es olvido? ¿Será posible que seamos nosotros los verdaderos escritores y ellos sólo los personajes de una historia mal contada?
Vamos, aprovechemos, volemos al cielo que nos espera afuera de esta jaula hecha de papeles y palabras estériles, huyamos del fastidio de ser ellos y seamos de una vez por todas nosotros, tal vez no tengamos otra oportunidad.
Tome mi mano, agárrese fuerte. Nos vamos para siempre.
RR
No hay comentarios:
Publicar un comentario