jueves, 27 de febrero de 2020

UNA REVISIÓN MÁS PARA EL OSCURO ARCHIVO DE LAS DESILUSIONES


-Para todos aquellos que han decidido defenderse de los recuerdos simulando el olvido.-

     Posiblemente esta sea esta la última vez que sepa de ella, que piense “jamás volverá”. Sí, es probable que ya no me siente a esperar que no aparezca nunca, deseando falsamente no haberla conocido.
     Por ejemplo: saldré a la calle como hace todo el mundo y me la cruzaré mil veces, y hasta es probable que la reconozca entre todas las mujeres y me acuerde de su mirada furiosa, y frente a sus ojos asienta con la cabeza que ya no somos lo que hubiésemos podido ser. Y entonces ahí mismo, como cualquier tipo desconocido, siga mi camino.
     Porque antes de conocerla yo tenía un camino -aunque ni ella ni yo lo supiéramos-. Y contrariamente a lo que uno pudiera pensar, aquel camino era este mismo. Este que transito ahora mientras le paso por un costado rozándole el brazo, acariciándole el pelo sin ninguna intención, como si fuéramos los dos parte de un ómnibus yendo en una misma dirección pero cada uno atento a su parada y a los ojos de otro destino. Un destino que si bien antes pudo haber parecido nuestro, nunca fue más que el suyo y el mío, como si fuesen las dos veredas de una misma calle.
     No, ya no es posible buscarla. Ya no. Ya no queda resto de soga para seguir tirando. Ya no hay en este mundo un mundo como aquel que yo, en medio de la corriente torrentosa del fracaso amoroso, ridículamente denominé “nuestro mundo”. Ha llegado el momento de asumir que ella es una mujer más entre todas, una mujer más en la escueta lista de aquellas a las que podría aspirar en secreto sin arriesgar un centímetro de mis penas. No obstante, ella permanece ahí, al alcance de mi mano, una musa masturbatoria para cuando la marea del amor se retira y me deja exhibiendo mis caracoles y mis almejas y toda la basura que me arroja la gente creyendo que soy un depósito de lágrimas. Pobre de ellos. Pero, sobre todo, afortunada ella.
     Afortunada ella que ya no deberá asistir indocumentada y sin previo aviso a estas kermeses donde no hay nada que ganar, excepto un osito de peluche o algún papel arrugado y mugriento lleno de frases gradilocuentes y cursis que nunca podrán hacer más que lo que han hecho penosamente hasta ahora, esto es, inyectarle en alguna de sus venas un antídoto contra esta locura que alguna vez fue haberme creído su amante.
     Y digo afortunada ella porque ella ha podido llevar adelante esa hazaña de retirarse a tiempo, de saltar desde la proa y evitar así hundirse en un naufragio anunciado. Y, más aun, se ha encargado una y otra vez de declarar silenciosa y a los gritos (esos silencios que son puro grito, puro puño alzado esgrimiendo la promesa de la peor de las venganzas) que más vale sola que mal acompañada, que ciertas compañías -como en este caso la mía- no sirven para nada, sólo para ocupar incómodamente ciertos rincones que han nacido para estar desocupados, para ser sólo los tristes y recónditos vértices adonde arrojar las constantes decepciones. Así de afortunada es su fortuna. En cambio la mía…
     Bueno, en mi caso, yo lo que tengo es un archivo de desilusiones ordenadas alfabéticamente. Un lugar oscuro y desolado en donde guardo los avisos de retorno de todas esas cartas que nunca llegaron a destino, que se perdieron en la nebulosa de la indiferencia. Y por ahí anda ella, caminando alegremente por los pasillos como una especie de bibliotecaria que se encarga de sacarles el polvo a estas desilusiones. Cada tanto se sienta en su escritorio a corregir los errores ortográficos y los horrorosos desatinos de mis confesiones que permanecen afortunadamente escondidas en estos textos, aunque siempre preparadas por cualquier caso. Ante la más mínima intención, ante el más íntimo e inconfesable y maldito deseo de lanzarme a otra cruzada amorosa imposible, ella aparece con algún tomo olvidado y me pone inmediatamente en mí lugar.
     Y mi lugar es este. Este mismo donde concurro diariamente para apartarme de su sombra, para dejarla en paz con su fortuna, con sus pasos de comedia y con su osada desfachatez a prueba de balas. Y al hacerlo no hago más que asumir que, aunque no debería, a veces me causa cierta ternura su soledad remendada con besos pasajeros y, de la misma estúpida manera, me creo en el deber de consolar su posible tristeza. Entonces, finjo que no estoy acá, que estoy ahí, junto a ella, y que me quedaré a su lado para siempre e iré tras sus pasos por cada uno de estos agregados que escribo periódicamente sólo para que ella no sienta que la he olvidado, que todavía la quiero para acostarme a su lado cuando a ella se le antoja, aunque eso me provoque una muerte súbita e irremediable. Simulo que vengo hasta este lugar cada día a dejarle algo escrito sobre la mesa, algunos garabatos incongruentes, algunas confesiones falsas que tal vez le sirvan para aferrarse a esa distancia que a ella le permite salvaguardar su fortuna y a mí seguir escribiéndole aunque más no sea textos que, a decir verdad, no son otra cosa que innecesarias revisiones de escritos pasados que corrijo y amplío sin ninguna razón verdadera, probablemente sólo para atraer su atención, para verla ir y venir entre los anaqueles buscando el lugar que ella considere correspondiente para cada uno de estos deseos marchitos convertidos en párrafos sin una historia que los agrupe, sin un mínimo argumento que los justifique.
     Entonces, y como para ir concluyendo, será mejor dejar esto inconcluso para de esa manera tener mañana una excusa para volver. Dejar una frase por la mitad como para que al encontrarla me dé un pie desde donde comenzar de nuevo. Aunque, ahora que lo pienso, quizás podría cambiar por una vez el desenlace y aportarle una cuota de misterio a esta revisión. Podría esta vez simular que me olvidé de ella y dejar algo que la provoque, que la enoje un poco. Quizás un espacio en blanco que la deje por un rato con la sensación de que me he ido para siempre, de que en un momento, sin que ella lo notase, pasé por su lado, rocé su brazo, acaricié su pelo y me bajé de este ómnibus sin avisar, rompiendo todas las reglas, sin tocar el timbre y con el coche en movimiento. Podría simular que esta manía de escribir nada más que para verla ir y venir ordenando las palabras, terminará definitivamente al final de este último párrafo. Es decir, podría simular que estoy en un lugar mucho más cercano para ella. Tan cercano que no haría falta ya que le siguiera escribiendo frases repetidas para cuando la asolaran las soledades. Tan cercano que, si ella quisiese, me tendría al alcance de su mano. Porque, a decir verdad, nunca me he alejado demasiado, ni de su sombra ni de ella, sólo he simulado esa lejanía. Seamos honestos por una vez, ¿para qué seguir simulando? Si la verdad es que nadie puede irse del todo y para siempre de aquellos lugares en donde ha amado alguna vez.

RR


viernes, 14 de febrero de 2020

A PENAS


y a ella...

     Son apenas las nueve y el vaso de vino agoniza a un lado. Son apenas las nueve y la lluvia va y viene dejándome en evidencia, todos saben cómo me pongo cuando llueve -aunque ella seguramente no-.
     Son apenas las nueve y a las penas me remito. Porque sí, porque son apenas las nueve, apenas unas horas desde que nos tiraron el último muerto, otro más después de aquellos otros tantos.
     Son apenas las nueve y me acurruco como un niño en mi refugio de alcohol y palabras pensando en que a esta hora una muchacha de ojos claros no sabe -ni siquiera supone- que apenas la conozco y ya le estoy escribiendo. Es que a penas nos movemos algunos y a penas se mueven los hilos de quienes no tenemos otro escondite más que las palabras (y las penas).
     Sí, apenas son las nueve y pico y no hago más que pensar en ella, en los colores de su foto que apenas se distinguen en el recuerdo y que apenas puedo dibujar con los restos de su voz pequeña. Pequeña apenas.
     Ya son casi las nueve y veinte y apenas tengo una o dos cosas más para decirle que de ninguna manera diré ahora, en estas condiciones, bajo estas circunstancias, sin otra razón para hacerlo que esta pena. Si puede que me perdone y si no, otra vez será.
     Claro, ella no tiene por qué saber todavía que a mí, cuando se me viene la lluvia encima de la noche, apenas si puedo contenerme de llamarla, de invitarla a compartir las penas o las solicitudes mutuas. Apenas si puedo embocarle a estas endemoniadas teclas que son mi pincel y mi paleta. Unas teclas que hoy samaritanamente simulan una falsa comprensión hacia mi persona como lo han hecho otras veces (y que agradezco). Sin embargo, yo sé que casi no toleran ya que siempre hayan más penas que glorias.
     Es que a penas le escribo y apenas me sale. Y si hoy no fuera por ella, apenas si me hubiese alcanzado para llegar a casi las nueve y media sin llamarla. Sí, apenas las nueve y media. Apenas unas horas después de haber vuelto de ver el mar, donde uno no hace otra cosa más que hablar con ella, con ella y con las penas; sin que ninguna -ni ella ni las penas- lo sepan nunca; sin que siquiera puedan imaginar que mientras unos miserables siembran muerte en los cauces de la vida, otros -en este caso yo-  apenas si podemos encauzar unas apenadas palabras para que, de alguna manera, lleguen a ella.

RR


martes, 4 de febrero de 2020

A MODO DE RESPUESTA A UNA FLOR


      Que la muerte no te encuentre sola, amiga mía.Pero, sobre todo, que la muerte no te olvide. Que no se olvide de tus negativos y de tus colores. Que no te deje sin haberte revelado ante todo eso que te rebela, que te ofusca, que te desnuda y te conmueve.
     Pero que tampoco te convoque  en mi umbral cuando ya sea tarde, cuando ya me haya ido, cuando mi cuarto haya sido desterrado de mi última hora.
    Que no sea la muerte nuestro tema, que sea la vida misma y tu vulva que aún puedo decir que sabe más a lo que saben mis antecedentes que a lo que creen saber los que no saben nada.
    Porque por si no te has dado cuenta todavía, no alcanza este prontuario para confirmar que ni vos ni yo, ni tú ni él, ni nosotros ni ellos somos poco menos que unos versos dentro de un poema universal a punto de ser devorado por el tiempo. Entonces, que no sea la muerte...
     O tal vez sí, mejor que sea ella. Ella y nadie más.

RR


DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...