lunes, 25 de julio de 2016

ESTAS HORAS, ESTAS CALLES, ESTOS SUBURBIOS


     ¿Qué es esto de andar a estas horas por estas calles, por estos suburbios de mala muerte que ni siquiera inspiran a los perros a ladrarle a tipos como yo que andamos perdidos por estas calles, por estas horas, por estos suburbios?
     Bueno, debe ser porque muy pocos están al tanto de qué tipo de calles hay que transitar a veces cuando se anda en la búsqueda -identikit viejo y desactualizado en mano- de los rasgos borrosos de una cara que, por lo visto, ya no es la que uno recordaba, que es otra, aunque esté en el casillero correspondiente, en la ficha precisa y con el nombre correcto. Porque en ese recuerdo algo falta, algo que no es posible especificar. Podría ser un aroma o o lunar, una palabra o un silencio. Vamos, podría ser la persona misma.
      Y es que también vos podrías ser cualquiera a esta altura. Podrías ser la chica de la panadería que me sonríe cuando me cobra por unas galletas que yo ambiciono crocantes para acompañar la soledad de la noche con un trozo de leberwurst y un poco de vino. O podrías quizás ser esa que persigue mis pasos cuando voy hacia ninguna parte siguiendo tus huellas, tu celo y tu furia y tu escondite y todas esas citas que me vienen a la mente mientras te sigo descorazonado a través de la pila de libros que sobre la mesa se amontonan a medio terminar por no encontrarte o, mejor dicho, por no saber exactamente a quién estoy siguiendo, si a vos o a mí, si a vos o al diablo, si a vos o a todas las otras mujeres a quienes renuncio a seguir por seguirte a vos.
      Pero la calle es la calle y vos sos vos y yo ya ni recuerdo quién era yo cuando todo eras vos. ¿Será que me he vuelto la sombra de mis anhelos? A veces tengo la leve sospecha de que mis deseos se me han adelantado. Y entonces, ellos probablemente anden merodeando ahora tu patio y tu aljibe mientras yo estoy acá, en este páramo cósmico construyendo una balsa, rogando que llueva de una puta vez para tener aunque sea una buena excusa para abandonarte, para dejarte olvidada en el mar, en esta isla maloliente poseída por tu fantasma; para excusarme de estar escribiendo a estas horas, por estas calles, por estos suburbios que no son los míos, que tal vez sean los tuyos; adonde vengo cada tanto nada más que a dejar en la orilla cartas y poemas y canciones que nadie sabe que son para vos, que todos piensan que son para una mujer cualquiera construida de un sinnúmero de amores pasados. Una mujer que, por lo visto, de ninguna manera logrará hacerme desear, como sí lo hacés vos, una tormenta; con este afán que me inunda de a ratos y me sumerge en un mundo de palabras, una especie de Atlántida donde sueño con encontrar el anagrama de tu nombre para escribirlo libremente y así poder dejar ya de sugerir con oraciones intrincadas el perfil inolvidable de tus labios buscando esconder entre adjetivos innecesariamente pomposos las coordenadas precisas para dibujar el maravilloso contorno de tus senos desparramados sobre tu pecho en una noche de verano. Todos esos detalles secretos que sin quererlo he conservado y que no logro evitar que terminen tiñendo con tus colores todo lo que observo, todo lo que toco, todo lo que pienso. Detalles que para casi todos carecen de importancia pero que, sin embargo, a ciertos poetas les han inspirado rimas para ese hecho sobrenatural que unos llaman amor y otros... Bueno, cada uno tiene el derecho de llamarlo como quiera (quieras).
      En fin... Como te contaba, no son horas estas, ni son estas mis calles, ni son estos mis suburbios. Porque simplemente nunca alcanzaron a ser tus horas, tus calles, tus suburbios. Desafortunadamente, no es esta una ciudad perdida en el fondo del océano, ni sos vos una ninfa, ni yo un héroe. Y corresponde también aclarar que ni siquiera el amor es ese hecho sobrenatural del que hablan los poetas. Todo será siempre lo que es, jamás lo que ha sido o lo que pudiera ser. Y, por lo tanto, esto que ves a mi alrededor es cartón pintado, palabras falsas, embriaguez de última hora. Todo lo que estás leyendo no es ni más ni menos que la distancia concisa que separa tu imaginario desinterés del pretendido anonimato con el que te cubro. Y al cubrirte a vos me cubro a mí mismo de este déficit de coraje que agencio y que no me permite ir personalmente hasta tu patio, a pararme al lado de tu aljibe y entregarte en la mano una declaración de puño y letra que debería decir sin tantos estúpidos eufemismos que si he venido a parar acá, no ha sido por un error de cálculo, por una distracción inusitada, por una confianza desmedida. No, mi amor, si he llegado hasta acá, hasta estas horas de la noche, hasta estas calles de la desesperación, hasta estos suburbios de tu olvido, ha sido nada más que por seguirte a vos.

RR

jueves, 7 de julio de 2016

LA TIERRA


    Un día vendrá el pueblo. A veces no lo creo, pero lo sé.
    Un día habrán un par que digan basta y se les sumarán otro par y ya serán cuatro y dos son seis y seis son ocho y ocho dieciséis...
    Un día se llamará mierda a la mierda y se hará justicia.
    Un día será un ojo y después un diente y más tarde el polvo volverá al polvo y la tierra al pueblo.
   Un día seremos lo que no fuimos y habrá lo que no hubo y no remediaremos los muertos pero al menos tendremos un futuro.
  Un día habrá que apechugar, sí, apechugar, poner el pecho, hundirse en el barro para dejar todas las costillas que hagan falta, para que, de una vez por todas, seamos verdaderamente mujeres y hombres.
   Un día miraremos al cielo y veremos que no somos nada más que lo que somos, mucho más que el dinero y las vanidades, mucho más que la belleza y la juventud, mucho más que una bandera y una pelota. Porque somos el agua y la tierra; somos yo, tu él y el de al lado, ese que está cansado de no ser nadie.
   Un día miraré de frente al amor de mi vida y finalmente renunciaré a ella.
  Un día, en medio del fragor de la lucha, deberemos asumir que todo está perdido y ahí sí, como dijo Cortázar, podremos empezar de nuevo.
  Porque algún día asumiremos que no vale la pena salvar a los traidores del infierno de la traición, a los miserables del fangal de la miseria; que de nada sirve escaparse de uno mismo porque tarde o temprano nos volveremos a encontrar; y eso, sin lugar a dudas, será más temprano que tarde.
  Un día mi hija y tus hijos serán mayores y deberán lidiar con nuestros errores y, si Dios quiere, sostendrán nuestros aciertos.
  Un día, amigo, amiga, vos y yo ya no estaremos en este mundo, y mis palabras se extinguirán en el tiempo y tus ojos se perderán en sus órbitas y la carne se pudrirá en los huesos y finalmente alimentaremos la tierra.
   La tierra, sí, la tierra.
   Porque la tierra es dueña de todo y, un día, ya nadie podrá ser dueño de la tierra.

RR

DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...