¿Qué es esto de andar a estas horas por estas calles, por estos suburbios de mala muerte
que ni siquiera inspiran a los perros a ladrarle a tipos como yo que
andamos perdidos por estas calles, por estas horas, por estos suburbios?
Bueno, debe ser porque muy pocos están al tanto de qué tipo de
calles hay que transitar a veces cuando se anda en la búsqueda
-identikit viejo y desactualizado en mano- de los rasgos borrosos de una cara que, por lo
visto, ya no es la que uno recordaba, que es otra, aunque esté en el
casillero correspondiente, en la ficha precisa y con el nombre correcto.
Porque en ese recuerdo algo falta, algo que no es posible especificar. Podría ser un
aroma o o lunar, una palabra o un silencio. Vamos, podría ser la persona
misma.
Y es que también vos podrías ser cualquiera a esta
altura. Podrías ser la chica de la panadería que me sonríe cuando me
cobra por unas galletas que yo ambiciono crocantes para acompañar la
soledad de la noche con un trozo de leberwurst y un poco de vino. O
podrías quizás ser esa que persigue mis pasos cuando voy hacia ninguna
parte siguiendo tus huellas, tu celo y tu furia y tu escondite y todas
esas citas que me vienen a la mente mientras te sigo descorazonado a
través de la pila de libros que sobre la mesa se amontonan a medio
terminar por no encontrarte o, mejor dicho, por no saber exactamente a
quién estoy siguiendo, si a vos o a mí, si a vos o al diablo, si a vos o
a todas las otras mujeres a quienes renuncio a seguir por seguirte a
vos.
Pero la calle es la calle y vos sos vos y yo ya ni recuerdo
quién era yo cuando todo eras vos. ¿Será que me he vuelto la sombra de mis anhelos? A veces
tengo la leve sospecha de que mis deseos se me han adelantado. Y
entonces, ellos probablemente anden merodeando ahora tu patio y tu aljibe
mientras yo estoy acá, en este páramo cósmico construyendo una balsa,
rogando que llueva de una puta vez para tener aunque sea una buena
excusa para abandonarte, para dejarte olvidada en el mar, en esta isla
maloliente poseída por tu fantasma; para excusarme de estar escribiendo a
estas horas, por estas calles, por estos suburbios que no son los míos,
que tal vez sean los tuyos; adonde vengo cada tanto nada más que a
dejar en la orilla cartas y poemas y canciones que nadie sabe que son
para vos, que todos piensan que son para una mujer cualquiera construida
de un sinnúmero de amores pasados. Una mujer que, por lo visto, de
ninguna manera logrará hacerme desear, como sí lo hacés vos, una tormenta; con este afán que me
inunda de a ratos y me sumerge en un mundo de palabras, una especie de
Atlántida donde sueño con encontrar el anagrama de tu nombre para
escribirlo libremente y así poder dejar ya de sugerir con oraciones intrincadas el perfil inolvidable
de tus labios buscando esconder entre adjetivos innecesariamente pomposos las coordenadas precisas para dibujar el
maravilloso contorno de tus senos desparramados sobre tu pecho en una
noche de verano. Todos esos detalles secretos que sin quererlo he conservado y que no logro evitar que terminen tiñendo con tus colores todo lo que observo, todo lo que toco, todo lo que pienso. Detalles que para casi todos carecen de importancia pero que, sin embargo, a ciertos poetas les han inspirado rimas para ese hecho sobrenatural que unos llaman amor
y otros... Bueno, cada uno tiene el derecho de llamarlo como quiera
(quieras).
En fin... Como te contaba, no son horas estas, ni son estas mis calles,
ni son estos mis suburbios. Porque simplemente nunca alcanzaron a ser
tus horas, tus calles, tus suburbios. Desafortunadamente, no es esta una
ciudad perdida en el fondo del océano, ni sos vos una ninfa, ni yo un
héroe. Y corresponde también aclarar que ni siquiera el amor es ese
hecho sobrenatural del que hablan los poetas. Todo será siempre lo que
es, jamás lo que ha sido o lo que pudiera ser. Y, por lo tanto, esto que ves a mi alrededor es
cartón pintado, palabras falsas, embriaguez de última hora. Todo lo que
estás leyendo no es ni más ni menos que la distancia concisa que separa tu imaginario
desinterés del pretendido anonimato con el que te cubro. Y al cubrirte a vos me cubro a mí mismo de este déficit de coraje que agencio y que no me permite ir personalmente hasta tu patio, a pararme al lado de tu aljibe y entregarte en la mano una declaración de puño y letra que debería decir sin tantos estúpidos eufemismos que si he venido a parar acá, no ha
sido por un error de cálculo, por una distracción inusitada, por una
confianza desmedida. No, mi amor, si he llegado hasta acá, hasta estas
horas de la noche, hasta estas calles de la desesperación, hasta estos
suburbios de tu olvido, ha sido nada más que por seguirte a vos.
RR