jueves, 24 de agosto de 2017

LA PERSONA QUE AMAS

basado en la triste historia actual...

Querida:

     Lamento decirte que nos hemos pasado de la raya. Lamentablemente, hemos cruzado una barrera que creíamos baja (al menos yo). Sí, ya no estamos al borde de nada, estamos cayendo precipitadamente en una ciénaga conocida, en un barro que, más que tal vez, es seguro que nos empapará de mierda.
     Y ya no se trata de vos o de mí, se trata de todos, de lo que nunca fuimos, de las cobardías y los arrepentimientos tardíos que no sirven para nada, que jamás suman, ni siquiera restan. 
     Porque, permitime que te diga, al menos vos restabas algunos de esos días míos que no se prestaban para otra cosa más que para morir silenciosamente. Y en esos días, que aun hoy se suceden, yo decidía morirme por vos en vez de morirme solo y sin remedio. Morirme como pueden empezar a matarnos en cualquier momento. Me moría despacito a tu lado abrazado a la locura del alcohol y la amargura que, al fin de cuentas, no está tan mal para estos tiempos que corren.
     Pero no seamos dramáticos, porque, a decir verdad, me moría sabiendo que resucitaría al día siguiente recriminándome lo estúpido de quererte sin presentir, sabiendo que este puente que ahora se cae detrás de nuestros pasos nunca iba a conducirnos a una misma esquina, a un mismo patio, a algún refugio donde escondernos de los salvajes que hoy han vuelto a las andadas. 
     Cuidate entonces, querida. Cuidate de las oscuridades del pasado hechas realidad presente. Cuidate de los brujos que han vuelto disfrazados de justicieros. Cuidate de los profetas apócrifos, de los herederos desheredados, de los marmotas y los infelices, de los ignorantes por opción y los resentidos naturalizados. Cuidate, querida.
     Y por las dudas te comento que quizás no vuelva a escribirte, que es probable que deba esconder mis manos y mis libros, mis amores y mis odios, mis simpatías y esta vana costumbre de mirar al sur soñando con revoluciones y sosteniendo rebeldías inevitables. 
     Pero no te asustes, querida. No lo hagas, no lo sientas. Estoy seguro de que vale más la pena morir por algo que vivir por nada. Sí, ya sé, son ellos, son ellos otra vez. Son ellos pero también estamos nosotros. Al menos nosotros tenemos el beneplácito de las flores que crecerán sobre nuestros cuerpos desarmados. Ellos sólo podrán mostrar números y estadísticas sin un sólo nombre. Creéme, nosotros tendremos el nombre de las flores y la hierba. Nosotros seremos el viento invencible que recorra la llanura y la montaña y sople nuestros nombres entre los edificios de las ciudades y en las orillas de todas las esperanzas que naturalmente se agolpan junto al mar. Nosotros seremos siempre la vida sobre la muerte y la muerte como parte de la vida. Ellos... ellos siempre han sido pura muerte.
     Vamos, querida, el puente se está desmoronando rápidamente, más rápido de lo que esperaba. No voy a engañarte justo ahora: siempre supe que algún día este puente podría caer, pero uno nunca está preparado completamente para la caída, para intentar aferrarse a alguna rama colgando resignada sobre la corriente. Yo, sin ir más lejos, no estaba preparado para caer aquella vez de tu puente a la correntada del olvido. Y acá me ves, aun nadando, intentando mantenerme a flote, llamándote desde el fondo del tiempo.
     Te dejo por ahora, querida. Ya sabés, cuando el mundo tira para abajo es mejor no estar atado a nada. Pero te pido: no te olvides nunca de los árboles talados y de los cóndores abatidos; de los pobres y los despojados; del polvo que cubre sus caminos y la tierra que devora sus cuerpos anónimos y los cielos que amparan sus almas. Y si no volvés a saber de mí, no creas que me he olvidado. A pesar de todo, seguiré siendo siempre la silueta con el corazón vacío que ronda tus noches. Sin siquiera esta absurda necesidad de quererte. 

RR



domingo, 20 de agosto de 2017

FRAGUA

Adaptación del poema "Romance de la luna" de Federico García Lorca por Jorge Repetur. Publicado en 1970.

La lucha vino a la fragua
con un polizonte de asco.
El muchacho lucha, lucha;
el muchacho está luchando.

Es él, un corazón conmovido,
mueve la calle sus brazos
mostrando hambre y pelea;
su suelo, de dura piedra.

Corre muchacho, corre y lucha,
cuando vengan los matones
querrán de ti las costillas,
duros golpes y anillos blancos.

¡Aquí! ¿Dejarlos que bailen?
Cuando vengan los matones
te pondrán sobre el yunque.
Queriendo ver tus ojos cerrados.

Corre muchacho; corre y lucha,
que ya siento sus caballos.
¡Aquí! ¿Dejarlos que pisen?
Tu pecho almidonado.

El jinete te acercaba
cargando el arma de fuego.
¡Ya! Dentro de la fragua,
el muchacho tiene los ojos cerrados.

Por la calle seguían
golpe y muerte, los matones.
Las cabezas levantadas
y los rostros entornados.

Como llora la mañana,
como llora en las veredas,
por el cielo una estrella
con un muchacho de la mano.

Dentro de la fragua matan
dando gritos, los matones,
el aire lo vela, vela,
el aire lo está velando.

JORGE REPETUR
17/08/1949 - Secuestrado en la ciudad de La Plata el 30 de septiembre de 1976 junto a su pareja, Gabriela Carriquiriborde (embarazada de seis meses).

PRESENTES. ¡Ahora y siempre!




sábado, 12 de agosto de 2017

NO

Y cuando finalmente haya llegado mi hora, me tomaré el último minuto para levantar la voz y llevar adelante algunas de estas admisiones pendientes.

No he logrado hacer públicas mis felicidades, sólo mis angustias.
No he podido abrochar en mi solapa más que los botones de mis oxidadas tristezas.
No me han podido hallar culpable de otra esperanza que no fuera el sol de la mañana.
No he conservado para mí, o para los días venideros, una sola sonrisa verdadera.
No he sido nunca acusado de despecho pues todos me han visto amar hasta vaciar el alma, hasta extenuar el cuerpo, hasta coagular definitivamente la sangre que siempre corre inútilmente en estos casos.
No he logrado hacerme entender; acaso, ni siquiera lo haya intentado.
No he perdido nada de lo ganado porque he ganado sólo para sustos.
No me ha quedado ni un recuerdo sano de cuando me acordaba de todo, desafiando estúpidamente al olvido.
No he tenido nunca más que una moneda en el bolsillo, seguramente por eso jamás he conocido la miseria de los ricos.
No he encontrado un solo motivo para cesar mi lucha o para negar mi clase.
No han venido jamás hasta mi puerta los oscuros mercenarios que dicen vengarse de los rebeldes.
No he escrito ni una sola palabra capaz de sobrevivir al fuego purificador que mañana las convertirá inexorablemente a todas en cenizas, tanto a ellas como a mí.
No he besado otras bocas que no supieran a fracaso inminente, a esa desesperación que nace en la cama vacía a la mañana siguiente.
No he tenido las agallas necesarias para ser un valiente, ni siquiera un cobarde.
No me he arrepentido de nada y no me me he sentido mejor por ello.
No me han alcanzado todas las noches para vencer al impiadoso resplandor del desvelo de los locos y de los poetas.
No he logrado conservar la salud, ni deseado la fortuna del dinero; pero he hallado el amor tantas veces como un hombre es capaz de perderlo.
No me ha servido de nada la circuncisión para que Dios me escuche.
No he encontrado en mi camino un profeta que pudiera redimirme o, al menos, crucificarme.
No he sido visitado a tiempo por un oráculo que evitara esta realidad irremediable de haberme perdido detrás de los pasos de una mujer apenas conocida.
No he sido encontrado culpable ni inocente, pues nadie jamás me ha buscado.
No he sentido nunca de cerca a la muerte y mucho menos a la vida.
No he sido ni libre ni soberano, sino más bien esclavo de mis palabras, rehén de mis actos y un súbdito de su ausencia.

Porque, quiera o no quiera, de nada servirá seguir ocultando que nunca he sido yo, que siempre ha sido ella.

RR


martes, 8 de agosto de 2017

LLUVIA DE ABRIL

(Primera corrección provisoria)

     Antes que nada, pido disculpas. Escribir sobre la lluvia, bajo la lluvia, resulta una obviedad aun mayor que el suspiro inconsciente que recorre este vilo de muerte con aroma a fracaso. Porque escribir sobre gotas y charcos es más bien un atropello a aquellas soledades silenciosas que sobreviven todo el año bajo el pavimento del olvido,  llueva o truene. 
     Sin embargo, quien se atreve a escribir lo ya escrito mil veces -en este caso yo-, no busca refugio ni amparo. Todo lo contrario. Busca empaparse de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba. De pies a cabeza. Quien pisa estos charcos mugrientos... Yo, que piso estos charcos mugrientos, quiero, quizás entre otras cosas, recuperar la sonrisa de aquel niño que empujaba un indio sobre una canoita de plástico en la calle Alberdi apenas el sol momentáneamente asomaba en el cielo.
     Pero no nos pongamos melancólicos, sigamos más bien con la realidad que inunda estos márgenes. Mejor será darle lugar a esta vana sensación de estar escribiendo para quien sabe perfectamente que jamás volverá a saber de mí, llueva o truene. Debo admitirlo: es probable que de aquí en más no tenga nada más que escribir y sólo reme con el indio hacia un horizonte fabuloso sabiendo que, apenas termine este texto, volveré al cordón de la vereda a leerlo incontables veces para corregirlo otras tantas hasta dar con el paradero del color de sus ojos, con el anonimato de su voz ronca, con el perplejo resplandor de su vulva abrevando una primavera porteña. 
     No se trata de escribir bajo la lluvia, ni de llorar en esta tarde gris -pues no me han venido las ganas-. Se trata, en todo caso, de separar su sujeto de mi predicado y darle un poco descanso al abundante silencio que sopla en la ventana de esta habitación oscurecida adrede. Y mientras subrayo sus oraciones con azul y colorado me pregunto: ¿de dónde y por qué la estará trayendo el viento a estas horas?, ¿cómo habré logrado convencerla de que cambie por un instante el tiempo y conjugue aquel pasado imperfecto en un presente imposible como el que llueve en mi mar y truena en su río? Y aunque todos los ríos, dicen, van a parar al mar, es menester reconocer que el suyo, tan marrón y tan sucio, tan reo y tan ancho, no llegó nunca a endulzar los salados renglones de mis constantes despedidas. Debe ser que este mar no es tal. No es un mar de esos de mapamundi que sumergen la plataforma continental despiadadamente hasta besar los acantilados del sur y las playas del centro contaminadas de horrendas carpas. Debe ser que este mar no es otra cosa que un miserable charco de pura lluvia. Un marcito fraudulento que cuando llueve y se le mojan las patas se le da por fantasear con besar la orilla de su boca, pero que, al final, siempre termina de rodillas avergonzado ante su río honesto y verdadero. 
     Y ya sabemos de lo que un río es capaz. Ciertos ríos, para los que insistimos con escribir bajo la lluvia y no encontramos otras ocupaciones más loables -o, al menos, más redituables-, pueden resultar mortales, ahogándonos irremediablemente. Ríos nacidos de deshielos amorosos que permanecen ocultos, supuestamente para siempre, en sobres perdidos, con la estampilla despegada y la dirección del destinatario ilegible.
     No obstante, si escribo a pesar de todo, lo hago probablemente como un impulso exagerado, como la respuesta de un pobre estúpido al graznido de las gaviotas que aprovechan el amaine del viento y cambian de dirección, llevando su vuelo hacia otros mares mucho más parecidos a esos donde desembocan aguas más dulces que las que desembocan en este estuario. 
     Así que, mejor será que no se me lleve demasiado el apunte cuando llueve. Sucede que algunos aprovechamos cualquier circunstancia para ocultar la permanente carencia de un argumento medianamente original, o al menos interesante. Porque, como podrá fácilmente observarse, no existe ni un atisbo de cordura y sensatez en esto que escribo quién sabe para qué (aunque claramente para quién). De todas maneras, no es este el momento de llevar adelante un sinceramiento inútil que debería incluir impostergablemente la admisión de que hace rato ya debería haber abandonado esta práctica pseudo literaria donde finjo que navego mares de leyenda cuando, en realidad, no hago otra cosa que flotar en mi propio charco sucio, hablándole a un indio de plástico que ni se acuerda de mí. Y, lo peor de todo, donde expongo ominosamente a esta desafortunada mujer al vaivén de una canoa a punto de hundirse; condenándola injustamente a abrazarse a unos deltas laberínticos y a recorrer un cauce inexistente para zambullirse sobre el salado gusto de un charco con pretensiones marítimas del que no está ni enterada. 
     Y todo por este viento del sur, esta lluvia de abril en pleno agosto. Por eso, al llegar a este punto de la corrección, y antes de besarla una vez más bajo el ombú de una plaza soleada cerca de su río, más por decoro que por vergüenza, remuevo siempre cualquier posible referencia indiscreta que le permitiera tal vez reconocerse. Borro invariablemente todo dato capaz de develar las coordenadas de su lucha, su vida y su elemento; la perfección de todas sus imperfecciones y cualquier referencia a los dolores de muerte que sobreviven insolentes y desconsiderados sobre su espalda erguida a duras penas y bajo el brillo celeste de su iris refugiado permanentemente detrás de una lente. Llueva o truene.

RR




DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...