Y cuando finalmente haya llegado mi hora, me tomaré el último minuto para levantar la voz y llevar adelante algunas de estas admisiones pendientes.
No he logrado hacer públicas mis felicidades, sólo mis angustias.
No he podido abrochar en mi solapa más que los botones de mis oxidadas tristezas.
No me han podido hallar culpable de otra esperanza que no fuera el sol de la mañana.
No he conservado para mí, o para los días venideros, una sola sonrisa verdadera.
No he sido nunca acusado de despecho pues todos me han visto amar hasta vaciar el alma, hasta extenuar el cuerpo, hasta coagular definitivamente la sangre que siempre corre inútilmente en estos casos.
No he logrado hacerme entender; acaso, ni siquiera lo haya intentado.
No he perdido nada de lo ganado porque he ganado sólo para sustos.
No me ha quedado ni un recuerdo sano de cuando me acordaba de todo, desafiando estúpidamente al olvido.
No he tenido nunca más que una moneda en el bolsillo, seguramente por eso jamás he conocido la miseria de los ricos.
No he encontrado un solo motivo para cesar mi lucha o para negar mi clase.
No han venido jamás hasta mi puerta los oscuros mercenarios que dicen vengarse de los rebeldes.
No he escrito ni una sola palabra capaz de sobrevivir al fuego purificador que mañana las convertirá inexorablemente a todas en cenizas, tanto a ellas como a mí.
No he besado otras bocas que no supieran a fracaso inminente, a esa desesperación que nace en la cama vacía a la mañana siguiente.
No he tenido las agallas necesarias para ser un valiente, ni siquiera un cobarde.
No me he arrepentido de nada y no me me he sentido mejor por ello.
No me han alcanzado todas las noches para vencer al impiadoso resplandor del desvelo de los locos y de los poetas.
No he logrado conservar la salud, ni deseado la fortuna del dinero; pero he hallado el amor tantas veces como un hombre es capaz de perderlo.
No me ha servido de nada la circuncisión para que Dios me escuche.
No he encontrado en mi camino un profeta que pudiera redimirme o, al menos, crucificarme.
No he sido visitado a tiempo por un oráculo que evitara esta realidad irremediable de haberme perdido detrás de los pasos de una mujer apenas conocida.
No he sido encontrado culpable ni inocente, pues nadie jamás me ha buscado.
No he sentido nunca de cerca a la muerte y mucho menos a la vida.
No he sido ni libre ni soberano, sino más bien esclavo de mis palabras, rehén de mis actos y un súbdito de su ausencia.
Porque, quiera o no quiera, de nada servirá seguir ocultando que nunca he sido yo, que siempre ha sido ella.
RR
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