Debo ser yo. Sí, debo ser yo quien escribe esta nueva primavera. Porque esta primavera parece estar escrita en pleno invierno y con flores viejas. Porque hoy que el viento vuelve a soplar frío y desértico trae inmediatamente ese aroma tenebroso de los amores que se vuelven un iceberg en mares helados. Y yo, que ya me he vuelto inexcusable, más no inimputable, choco contra tu hielo como un Titanic estúpido, como si disfrutara del crujido de los cristales que me cortan justicieramente el torso y las manos, dejándome a la deriva en un olvido merecido y una miseria espantosa. No puede ser de otra manera. Porque nadie más que yo se atrevería a ponerte aun por encima de todo lo que me rodea, y a arrojar el único salvavidas disponible hacia tu vida sólo para salvarte de mí, del precario flujo sanguíneo que apenas camina ya por mis venas y que día a día va disminuyendo su velocidad; de estas venas atrofiándose irremediablemente en el corazón; de este corazón ya destruido pero inmortal, terco, pendenciero, que te huele y te persigue por la nada como un perro sabueso; y te busca y te encuentra y te hace partícipe de sus más pornográficas fantasías. Así como yo, besando tu ausencia, te hago responsable de mis más crueles poesías. Debo ser yo, querida, quien todavía se siente obligado a sembrar tus escalofríos futuros, tu último aliento y el poema que morirá a tu lado cuando las flores ya no sirvan para remediar lo irremediable. Debo ser yo ese desconocido -ese que nunca terminaré de conocer- quien bota las horas una a una al mar o las arroja al cesto de la basura despreocupado por el qué dirán, por lo que se ha ido y lo que vendrá. Y así, sin más ni más y antes de que me devore la noche, intento componer con palabras lo descompuesto, saltando del último piso de mi locura hacia un cielo abierto para otros. No para mí que ya he sido expulsado hace rato. Porque si hay algo que ya no puedo negar a esta altura es que aquel cielo, aquel que creé para vos con el barro que me dejó bajo los pies y el alma tu tormenta, es ese mismo que está fuera de mi alcance cambiando ahora mismo de negro a celeste y de celeste a negro. Ese cielo no fue, en realidad, nunca mi cielo. Ese cielo fue y es todo tuyo, pura condescendencia, puro pétalo y estambre, pura miel en tu ventana. Mi cielo, en cambio, regurgita tu nombre a duras penas tratando de no caer rencoroso sobre tu desnudez cuando te entregás al ritual erótico del amor furtivo. Lo confieso, mi cielo no contiene otra cosa más que esta nube gris que va y viene sobre un fondo blanco. Un cielo al que me asomo de vez en cuando como un intruso y al que concurro puntualmente cada año al encuentro de las estaciones. Y si hoy se impone casualmente la primavera sobre este párrafo es porque quizás haya llegado yo al final de tu invierno, con la íntima e inconfesable presunción de que finalmente te olvidaré antes de que llegue el verano.
RR
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