martes, 14 de noviembre de 2017

ESTE LADO DEL MUNDO


     Y así, desde este lado del mundo les sugiero: no esperen nada de mí, no lo hagan, pues seguramente nunca voy a llegar a tiempo a ninguna otra cosa que no sea a mi propia muerte. Tampoco esperen que intente una defensa en los tribunales públicos de la infamia, esos escaños desde donde se acostumbra a lanzar dardos envenenados de prejuicios. De ningún modo intenten llevarme hacia esas ratoneras sucias en donde sólo opinan los cobardes que jamás han pisado el barro de la desgracia ajena, que no comprenden ni comprenderán nunca la palabra compasión. No seré yo quien se agachará nunca a recoger primeras piedras para lanzar desde una multitud indignada para cubrirse por si acaso, por si algún loco comete el pecado mortal de actuar en consecuencia con sus palabras sin reclamar dignidades o premios. 
     No traten de convencerme hablándome de república y democracia, no sirvo para glorificar votos y legitimar elecciones falaces en donde nada se elige, más que el monto de la deuda que se contraerá en mi nombre por un supuesto bienestar que jamás llegará. No necesito bajo ningún concepto ni las migajas de los políticos, ni las chucherías de los mercaderes del posmodernismo, ni el perdón de la iglesia, ni la incuestionable estupidez de la "sabiduría de la calle", pues de ninguna manera me interesa el sentido común de los tontos y los resentidos. No quiero nada de lo que puedan ofrecerme los censores que trafican con la moral y las buenas costumbres a cambio de mis gustos y mis pareceres. No me ofrezcan ni dinero, ni putas, ni propiedades, no necesito nada de eso para ser feliz. No necesito de ningún otro lujo que no sea la cercanía del mar y su eventual consuelo. No me hace falta degustar delicados sabores, ni finos licores para calmar mi apetito y mi sed. 
     Entonces, no traten de venderme ese mentado progreso humano que ni es progreso ni es humano, que no es más que un orden establecido por los que no quieren que nada se desordene para poder seguir vendiendo el cuento del tesoro único de la juventud, del cielo de los bienaventurados o una salvación eterna adornada con plegarias rimbombantes e inútiles. Si es por mí, ahórrense también la amenaza constante y la paranoia permanente, he llegado al punto en donde ya no le tengo miedo ni a mis miedos, ni a mis fantasmas, ni a mis demonios. Si Dios existe, estoy seguro de que no se lo ha dicho a nadie. Por eso, no me exijan reverencias ni solemnidades ante quienes pisan este mismo suelo, esta misma tierra que, al final,  nos devorará un día a todos por igual: a ellos, a ustedes, a mí. En todo caso, sería más oportuno levantarle un altar a esos gusanos laboriosos que deberán hacerse cargo de borrar las huellas de la maldad enterrada junto a los miserables y perversos que insistirán, aun bajo tierra, en proclamarse vencedores de un partido claramente arreglado.
     Y no me importa que me crean; ni me importa que me escuchen (ni siquiera que me lean). No tengo nada que probar ni le debo comprobantes a nadie por lo que he sido, por lo que soy o por lo que seré -si es que alguna vez seré algo más que este perro rabioso que se resistirá hasta el final a pagar por algo que no es propiedad de nadie-. Guárdense para ustedes los recuerdos que de mí tengan, no me hacen falta; llevo mi pasado adonde voy sin necesidad de someterlo al debate público. Una vez muerto, mis recuerdos no valdrán un cobre y sólo podrán servir para el chusmerío o para contar algunas pocas verdades mentirosas que ya no me interesará desmentir. Sean libres de juzgar mi cielo y condenarme al infierno si les place, nada de lo que en ellos deje o pierda podrá ser puesto a consideración de nadie, excepto de mi hija.
     Por último, no confíen en mí, porque. llegado el caso, poco me importa verdaderamente en el mundo salvo los pobres y los desdichados que son condenados cada día por una justicia que inclina la balanza siempre para el mismo lado y que jamás será ni ciega ni justa. Ese es mi lado del mundo. El mundo de las miradas perdidas en el horizonte, de los corazones rotos y solitarios, de los que luchan y caen derrotados y se levantan y vencen con sólo levantarse. El mundo de la naturaleza justiciera que tarde o temprano prevalecerá sobre los imbéciles que siguen desafiando su poder arrojándole los deshechos de su egoísmo. El mundo de la música compañera de mis abundantes tristezas y mis alegrías pasajeras. El mundo de los amores eternos y las palabras que los evocan. El mundo de los niños inocentes que miran al cielo y piden a gritos algo más que monedas. El mundo de los viejos abandonados en los armarios de las cosas inservibles... 
     Sí, lo sé, un mundo quizás imposible. Un mundo silencioso que a casi nadie le importa. Un mundo donde lo que vale, lo que de verdad vale, son el amor y las causas perdidas al precio de la muerte. 
     Al fin y al cabo, son lo mismo.

RR


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