sábado, 24 de febrero de 2018

DE LO QUE HAY, NO FALTA NADA


Aunque me falte el tiempo y la distancia y un inmenso océano que, de vez en cuando, me permitiera naufragar en una isla desierta en donde no haya nadie, ni siquiera mi sombra persiguiendo la tuya inalcanzable.

Aunque no quede nada de lo pasado, y mucho menos de lo futuro en este presente que deja bastante que desear: bastante para olvidar y poco que perder.

Aunque momentáneamente siga teniendo bajo control el incontrolable espectro de mi alma que te olfatea y te persigue cual perro sabueso, apasionado por su presa, obstinado por naturaleza, obnubilado por tu imagen.

Aunque sólo sea un silencio prescindible lo que haya quedado de mí a esta altura, que -para qué negarlo- es bien baja e insignificante como para, no sólo hacer mención de ella a razón de este poema, sino como excusa para intentar evadir una responsabilidad que me cabe perfectamente; tan justa como todo aquello que seguiré negando con algunas crueles verdades y esta inefable licencia que me da la escritura de repetir una y otra vez innumerables mentiras.

Aunque nadie haya permanecido a mi lado cuando hube de morir por tu capricho, por ser leal a unas lealtades que valen menos que treinta denarios y mucho menos que el beso de un traidor que entregó su nombre a cambio de una cruz de madera para otro; así como yo entregaré sin chistar mi santo sepulcro a cambio del tuyo, de lo que aun nos junta cada noche en una copa, en una hoja o en la más oscura de las tempestades.

Aunque tengamos más por ganar que por perder; pero, sin embargo, y así y todo, elijamos perder para no ser menos que nadie y ocupar nuestro casillero dentro del tablero de la historia de una humanidad que, hace rato ya, se ha ido al tacho, derechito y sin escalas.

Aunque no hayamos sido nada, no por no habernos hallado ni por no habernos querido, sino más bien por esas cosas de la vida que tienen más que ver con la muerte o con esa imperdonable costumbre de alentar ciertos malos entendidos que no hacen otra cosa más que dejarnos a solas con las ausencias, el tango y las lunas llenas.

Aunque no seamos nunca más que este cementerio de sentimientos enterrados bajo mil palabras, que no valen -ni valdrán jamás- lo que vale la imagen de tu vientre agitado, o el temblor apurado de tus pezones duros, o el mágico contorno de tu espalda encorvada como la de un caballo indomable a punto de ser montado dentro de la empalizada que divide lo efímero e inexplicable de la vida y la última oración de una confesión como esta. Sí, como esta misma que quedará como testimonio de lo que un desconocido podría amarte si tan solo te conociera como yo te conozco.

Sin haberte conocido nunca.

RR


domingo, 18 de febrero de 2018

AL ANDAR, ANDAR


     ¿Podés venir a buscarme? O aunque sea vení sólo a verme, a sentarte en cualquier lado y quedarte en silencio observando cómo voy de un lugar a otro de la casa sin hacer realmente nada, vagando por las habitaciones como si visitara este lugar por primera vez. 
     Podés venir y tomar una silla y algún libro de la biblioteca y leerme algún párrafo en voz baja que suene como música sin que me importe demasiado qué dice. Acercarte a mi oído cuando miro los árboles sin hojas por la ventana y cantarme ese estribillo de Caetano que tanto me gusta, así, bajito... shhh... despacio, mientras la gente camina afuera y no sabe de mis lágrimas cuando no estás, cuando Caetano me canta insinuándome que te llame, pero yo no me animo y me quedo sola mirando a esta misma gente que es otra pero es la misma. 
     Porque, al final, todos son los mismos, menos vos que me cantás bajito, que me leés a Arlt y me acaricias las tardes cuando me pierdo entre esta gente a quien ya no pertenezco porque he decidido acompañarme de tu ausencia. Y entonces preparo el mate y entre cada uno que cebo para mí, se muere uno de frío. Como me muero de frío yo sintiendo que me falta tu calor de noche cuando ya la gente no se ve desde mi ventana y sólo hay luces y soledades resguardadas en esos besos que extraño horrores. 
     No seas malo, golpeame la puerta ahora mismo y aguantate que te maldiga por estar ahí parado sin derecho aunque me muera de ganas de que me abraces tan fuerte que sólo me queden fuerzas para desvestirte y apoyar mi cabeza en tu pecho y dejar que nuestros sexos se insinúen y se rocen  mientras nosotros amagamos a decirnos te quiero gimiendo impunemente sin importar ni las consecuencias, ni los vecinos, ni la realidad de ser tan diferentes. 
     Dale, volteá mi puerta a patadas y descargá tu furia de macho herido. Matame de miedo al verte enojadísimo conmigo por ser una tonta que no entiende nada, que no acepta de ninguna manera que me podés querer eternamente aunque yo ande por ahí desnuda como una Lady Godiva sin caballo, de a pie encaramada en mi orgullo pero completamente perdida, porque vos me matás y me resucitás cada vez que abro uno de esos sobres que caen en mis manos por obra de quién sabe quién. 
     ¡Vamos! Acercate a mi guarida como una serpiente y mordeme letalmente, dejame únicamente ese hilo de consciencia que sólo me alcance para balbucear tu nombre hasta morirme, con el único objeto de que te conviertas en mi antídoto.
     ¿Podés? ¿Sería mucho pedir que, ahora que cae la tarde, mires de reojo al teléfono y te levantes de a poco y hurgues entre papeles buscándo mi número y te desesperes por no encontrarlo y salgas corriendo en mi búsqueda? ¿Vos creés que pido demasiado? Yo sólo quisiera terminar con vos de una puta vez y olvidarte para siempre, borrarte de todos lados, del pasado, del presente y del futuro y de mis ojos y de mi boca y de mi mente y de mi alma y de esta cama espantosamente grande que parece una heladera, y de mis sueños que no paran de soñarte y de…
     Sí, ya sé, perdoname, vos estarás ya con tus cosas, tal vez tu cama no sufra estos fríos y tiemble de amores, tal vez tus cartas hayan cambiado de rumbo hace mucho y yo sólo me haya quedado aferrada a un remitente que ya no existe. Pero si alguna vez pasás por mi lado y sin querer reconocés una guarida, mordeme y matame, leeme algún párrafo, tomate ese mate aunque esté frío, cantame bajito y quedate conmigo un rato a ver esta gente que miro cada día por la ventana buscándo tu corazón que añoro.

RR


miércoles, 7 de febrero de 2018

LA ESQUINA DEL HERRERO


     ¿Por qué hablar siempre de nosotros y no de ellos? 
   Bueno, quizás sea porque nosotros tenemos mucho más que lo que, aparentemente, nos ha quedado a cada uno. Tenemos una antigua niñez recién convertida en adolescencia mirándonos por la espalda, buscándonos a escondidas, despidiéndonos un día sin saber lo que una despedida era en realidad.
     Nosotros tenemos una pila de años atados con los piolines de la vida y de la muerte, una marcha sin querella con los suspiros de los deseos y las frustraciones. Tenemos un cielo perdido en común que a veces vale un hermano y otras un amigo.
     Nosotros tenemos un pueblo entre barro y pampa y unos ombúes en una plaza que guardan algunas canciones que hablan de nosotros sin que ni ellas lo sepan, y sin que nosotros las podamos aguantar de pie; sin que podamos rogarles un indulto al momento de ponernos contra el paredón para fusilarnos a los dos con la misma bala.
     Nosotros tenemos un silencio precario y un olvido mentiroso. El primero es frágil como el mismísimo amor; el segundo es un chanta que va y viene de acuerdo a lo que cada uno le propone. Y a mí, cada tanto y recostado en la vidriera, me vienen estas ganas de proponerle cualquier cosa a través de alguna carta que vos -atrevida o sabiamente- asumirás como propia; mientras yo, como todo mentiroso, niego y negaré avergonzado hasta el final de mis días.
     Nosotros somos apenas una pequeña anécdota perdida en el tiempo, arena que la vida se llevó. Y que para colmo de males, es imposible de ser contada sin que en una noche cualquiera corra imprescindible la sangre de un cristo o el descanso fresco de una cerveza elegida sin chistar a tu gusto.
     Nosotros no nos dijimos ni hola ni adiós, casi que nos desconocemos por completo. Vos me mirás y yo te hablo. Vos te desnudás cada noche y en la oscuridad se pueden oler mis deseos a la distancia, porque bien sabés cuanto me gusta disfrutar de tus contornos y tus márgenes dibujándose en el recuerdo; sin embargo yo, como dice una vieja canción, te toco y te beso pero no te nombro.
     Nosotros sabemos más o menos lo que queremos aunque no tengamos puta idea de cómo demonios conseguirlo. Y como ya no hablamos como solíamos hacerlo, entonces, no podemos contarnos nuestras penurias o nuestras escuetas felicidades. Y mucho menos corroborar ante testigos, o frente a un ilustre jurado, que somos sospechosos de un homicidio culposo, de habernos atropellado mortalmente un día: primero por carta, después por teléfono, y finalmente cuerpo a cuerpo a la vista de una primavera porteña que pronto quedó obsoleta. 
     Nosotros andamos por el sur de aquí para allá, vamos y venimos montados sobre el bandoneón de Troilo del paredón al después, del mar al río, de la rambla al obelisco. Y como aquellos dos adolescentes sin cargos ni culpas aun, nos miramos sin saludar, nos observamos de arriba a abajo, de pies a cabeza, del derecho y del revés. Todo sin decir una palabra, sin que haya un mínimo contacto entre el celestial fondo de tus ojos y el opaco marrón de mi destino. Algo así como querer encontrar el vértice de una esfera o la cura para las ausencias irremediables. 
     Será por eso que hablo siempre con vos de nosotros. Porque por el momento, y si es que la vida no nos sorprende un día, sólo nosotros seguimos siendo nosotros, aunque sea de vez en cuando en tu ventana y ante la mirada atónita de ellos. 
     Y ellos sabrán disculpar.

RR


DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...