jueves, 19 de abril de 2018

AL BORDE DEL SUEÑO


     Y por si acaso, te aviso que el capital no tiene bandera, ni la luna un lado oscuro; que ni el sol sale por la mañana y se oculta por la noche. Que cuando yo me oculto como ahora de tu ausencia no logro ocultar lo que te quiero. Que vos dirás que no será para tanto pero que para mi quererte es mucho. Tanto como lo poco que sirven estos recreos de tu lejanía que no llega a ser tan lejana como para perderte, ni llega a acercarte como para alcanzarte. Quizás porque cuando suena el timbre para salir al patio, yo no hago otra cosa que buscarte. Te observo a una distancia que no es suficiente para mantenerte distante de mis ganas de verte y dibujo flechas en las baldosas que traten de inquietarte y te atraigan hasta el lado más lejano de ese olvido que me ha atrapado en tu pasado sin que me permita hacer otra cosa más que escribir todo esto que vos sabés bien que no sé cómo hacerlo y que ya he escrito tantas veces antes, mil veces de día y mil y una de noche. Sí, a la misma hora en que termina el tiempo de las realidades y comienza el de los cuentos. Cuentos anónimos dedicados a vos a quien visto con otras ropas y llamo con otros nombres para así poder desvestirte y descubrir el centro perfecto que asoma en tu vientre hacia donde dirijo cada uno de mis adjetivos con pretensiones de amor. Unos pobres relatos con más penas que glorias y que nada más buscan acompañar a tus ojos por una hoja que, en realidad, está en blanco para el resto de los mortales; que no tiene ni una sola palabra escrita para esos otros que no forman parte de este manojo de soledades que te buscan desesperadas y hambrientas de tu gusto a casi todo.
     Y siento que si no te escribo me arriesgo a perderte para siempre y no sé si eso sería lo peor que me podría pasar o lo mejor que nos podemos proponer -si es que a esta altura aun nos queda algo por proponernos-. Algo que no sea una cama tibia para esas frías oscuridades nuestras que podrían abrigarse bajo el cobijo de lo que ya no es pertinente andar aclarando. No obstante, yo asumo mis debilidades y me obstino en responder todas las preguntas que quedaron pendientes de aquella vez en que no me preguntaste nada, en que sólo bajaste la escalera hacia el silencio, descalza para no despertar mis ganas de pedirte que no te fueras, que te quedaras a creer conmigo que siempre queda algo por más que uno pierda todo; que no te apresuraras a llevarte tus conclusiones ya que nunca intentaría hacerte cambiar de opinión. Porque tampoco es cuestión de obligarte a que te quedes a ver qué pasa con eso que fuimos antes de ser esto que somos. Antes de empacar tus dolores junto con esas falsas esperanzas de aliviarlos sin darme tiempo a que yo pueda obsequiarte una cajita de curitas que había preparado con mis tontas recetas escritas livianamente a mano alzada en un cuaderno viejo, para cuando te arreciaran esos calambres que eran pura angustia y que, me imagino, no habrán dejado de dolerte -como a mí me duelen ciertos remedios-.
     Por eso preferí escribirte, por si acaso, por si no aparece nadie esta noche que logre elongar una sonrisa en tu cara, o soplarte suavecito entre tus labios una brisa que anteceda al beso sanador. Por si para cuando llega ese momento de apagar la luz y bajar los párpados y lograr darle un respiro al cielo no tenés quien te acompañe hasta el borde del sueño a soñar que, en alguna parte, hay alguien que te quiere. Como yo.

RR


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