viernes, 12 de junio de 2015

LOS LIBROS PERDIDOS DE WILLIAM SHAKESPEARE


a Anita

     No es cierto. Todo ha sido una gran confusión malintencionada, un desencuentro entre los protagonistas, sus hechos y las consecuencias de estos, provocado por la acción vil de un ser malvado que será juzgado finalmente por la historia. Pero también, quienes pretendan seguir manteniendo la mentira a partir de este momento, serán puestos a disposición del castigo ejemplificador de la verdad sin atenuantes, del escarnio público que merecen los saboteadores de la memoria. Todo lo que estoy a punto de relatar sucedió en realidad y no existe documento o leyenda que pueda desmentirlo sin apelar al engaño y a la trapisonda discursiva.
     Yo soy William Shakespeare. Soy yo quien ha sostenido la calavera y ha escalado el balcón en donde se reúnen quienes jamás han leído una palabra mía. He sido yo quien ha vivido errante entre Venecia y Dinamarca. He sido yo quien ha amado hasta la locura del suicidio empuñando la pluma como un arma para combatir una ausencia. Es en mí donde residen los paisajes de las escenografías que le dan vida a las obras de un falsario plagiador. Con el sonido de mi voz se han compuesto las canciones que resuenan en los teatros y en las óperas, en las calles y en las tabernas.
     Sí, yo soy el poeta. Y aunque jamás haya publicado una sola palabra, he vivido todo lo que se ha escrito en mi nombre. He sido víctima de un canalla que ha desvalijado mi propia vida para usufructuar de ella miserablemente y sin escrúpulos. Es por eso que he decidido en este último momento, antes de despedirme finalmente de este mundo y transcurrir hacia el otro, escribir esta carta para quienes creen haberme conocido sin estar al tanto del engaño al que fueron sometidos.
     Julieta no existe. Pero sí ha existido ella, la de los ojos profundos que me han conducido amorosamente por los caminos que he recorrido hasta este inevitable final. Porque quien encuentra el amor, encuentra el sendero de los valientes, el único capaz de llevarlo al goce del placer verdadero que sobrevivirá en la memoria a la tristeza y a la distancia que impone primero el olvido y más tarde la muerte. ¿Qué otro sentido tendría si no este tránsito fugaz por el tiempo de los vivos, saltando cada año de estación en estación, alimentando la fe en una eternidad insostenible? ¿De qué servirían la música y la poesía si no existiesen los aromas del recuerdo de los amores que las inspiran?
     Cuando la conocí entendí por qué siguen brotando sonrisas de nuestras bocas en esta vida tan llena de infortunios y desgracias, de tantas espinas y tanta sangre derramada. Comprendí el destino fatal del corazón y sus latidos que mantienen con vida al cuerpo aun cuando ha sido ostensiblemente derrotado. Entendí el por qué de la muerte.
     A lo largo de mi vida he llevado un diario de viaje por las tierras lejanas de una mujer que ya no está. Y en él he trazado un mapa con sus horas y las mías que quedará como prueba irrefutable de la verdad que esgrimo para todos los que hasta aquí han vivido engañados por un tránsfuga que ha hecho de mi propia vida el argumento sobre el que giran su pobres construcciones literarias que, a decir verdad, nunca lograron igualar nuestras vivencias, nuestros aciertos y nuestros errores, nuestro encuentro y nuestro adiós. Y quien lea este diario hallará las pruebas contundentes que testimonian la verdad, que pueden aseverar que soy yo quien vive en los textos apócrifos de ese crápula de cuello en puntillas. Pues he sido yo quien ha sufrido, quien ha amado, quien ha partido y quien, finalmente, ha podido andar sin pensamientos para arrojarse sin temores al infinito espacio de la imaginación. He sido yo quien, desde ahí, se dedicó a dibujar con el recuerdo las formas de sus caderas y el suave contorno de sus pechos en los párrafos de unos libros perdidos. Y para ello, decidí retirarme en silencio a las fronteras más oscuras y húmedas para refugiarme de los tontos arrogantes y de los orgullosos ignorantes, de los malhechores del dinero y de los nefastos criminales mesiánicos que persiguen a los ingenuos con su recompensa del otro mundo. Sí, he sido yo quien decidió esconderse en las más íntimas tinieblas que pueden acosar a un hombre e iluminarlas con las palabras que brillaban con el fulgor de su recuerdo.
     Y estas palabras verán la luz algún día después de que la mía se haya apagado. Mientras tanto, quedarán sepultadas hasta que el destino las revele. Para que sea la fuerza de un amor como el que muere hoy conmigo la que logre desenterrarlas del sobre que las contiene y que será la única tumba que llevará mi nombre. Y junto a mi nombre aparecerá el de ella. Y junto a mis huesos se habrá podrido la carne de su recuerdo. Y junto a esta carta estarán enterrados mis libros.

RR



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