jueves, 2 de julio de 2015

LOS DÍAS POR VENIR


     Los días por venir no vendrán. Eso te lo puedo asegurar yo que ya ni siquiera existo en este texto que ha perdido la gracia como yo he perdido las ganas de escribirlo. Esos días no son nada, consisten únicamente en un perverso entretenimiento entre la imaginación y un corazón desolado. Los días por venir son hijos del morbo del fracaso del presente, de la persistencia del pasado, de la lucha infatigable de algunos amores por volverse eternos. Una lucha sin ganadores.
      ¿O vos qué creés que estamos haciendo ahora los dos acá? ¿Qué otra cosa estamos haciendo sino siendo eternos, espiándonos a escondidas, ojeándonos las cartas para ver si nos podemos anotar algún poroto? Y si no te canto vale cuatro es por ya te lo canté mil veces e hice de cuenta que no te veía cuando vos caminabas para otro lado a jugar al ajedrez o a la rayuela, arremolinando caballeros alborotados y deseosos de arrojar la piedra cerca de tus cielos.
     Y ya que a mí me toca repartir las cartas, mientras lo hago me pongo a revolver entre la maleza buscando esas palabras que ya nadie usa ni quiere. Persisto en el intento vano de hallar algunas que se parezcan a esas casualidades que se asemejan al olvido. Construyo débilmente pequeños hiatos dentro de las horas que ya no están más por acá, que se han ido irremediablemente hacia la muerte y que no son plausibles de reclamos.
     Así es, nada de lo que estoy escribiendo existe ya, nada será posible de repensar o de corregir -tampoco de devolver-. Ni hablemos de arrepentirse, porque no sirve para nada. Porque si sirviera para algo ya lo habría hecho, ya habría armado otra vez un pequeño bolso para ir a esa plaza a rescatarte de la tortura de estos párrafos sin nombre pero con un destino preciso que vos bien sabés cuál es. Porque ellos te merodean acechantes y desconsiderados a cualquier hora. Sí, es ese destino, ese mismo que estás pensando, ese que te persigue de a ratos y te llena de dudas y se apoya en tu hombro y te recorre por la espalda como un sudor helado que te retuerce la columna vertebral como a un trapo de piso empapado, y se cuela entre tus piernas hasta dejarte sudando sueños como una adolescente esperando su primer amor. Sí, ese mismo, el de los días por venir.
     Pero supongo que ya no es posible porque, como te conté, ya no están esos días, se han ido hace exactamente un rato. El rato que me llevó llegar desde el pasado nuevamente hasta acá, hasta esta última oración por la que tus ojos caminan lentos hacia la puerta de salida. Desde donde en silencio y sin remedio mirarán para otro lado y me dirán una vez más jaque mate.

RR


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