viernes, 2 de octubre de 2015

BORRADOR DE DOMINGO


     He decidido morir el domingo. Sí, he decidido darme el gusto de otorgarle a mi último suspiro la dignidad de una coherencia inútil, desenvolverlo de todas aquellas falsas promesas declaradas irresponsablemente y que, sin que nadie lo sospechara, he llevado a cabo secretamente. Sólo para no morirme sin una buena razón.
     He decidido morir el domingo para no llamar la atención de mis futuros biógrafos que podrán contentarse con la comprobación de sus hipótesis que indicaban que ya estaba muerto, que era un tipo perdido en los delirios de la imaginación y los sueños, levantando con escasos argumentos banderas de causas perdidas.
      Sí, he decidido morir el domingo, así de simple. Y lo he decidido luego de admitir que, finalmente, nada cambiará a partir de ese día. Que caminarán por las calles hombres y mujeres con los mismos anhelos de inmortalidad, con los mismos miedos recurrentes, con los mismos aires de grandeza y con miserias ostensibles; con dolores y penas, con los ojos alegres siempre mirando a futuros promisorios y siempre cargados de lágrimas contenidas. Y como única prueba de mi existencia quedarán en los cajones no más que los restos polvorientos de quien simulé ser: un amante novelesco con pretensiones de Quijote enamorado, homenajeando mujeres de bellezas incomparables y virtudes irreprochables que aguardaban ansiosas mi llegada. Nada quedará de aquellos párrafos que aspiraban a ser sólo penosos relatos de mis constantes derrotas amorosas y que, finalmente, nunca lograron ser más que los lamentables intentos fallidos de un pusilánime de olvidar aunque sea sus nombres.
     El domingo será el día. Quizás porque siempre estuve muerto los domingos. Porque mientras otros morían los lunes o los jueves, yo moría siempre en domingo, a la hora en que las esperanzas de sobrevivir a la muerte también morían. Y con el fracaso contundente de aquellas esperanzas, yo  preparaba el mate para reconciliarme con esa muerte que nunca conviene olvidar que camina a la par de la vida, ofreciéndose para algunos como remedio o promoviendo en otros epopeyas y actos heroicos para beneplácito de los poetas. Así, saboreando ese amargo silencio que nace con el ocaso, armaba confesiones inconsecuentes y arriesgaba pronósticos improbables, mientras ordenaba por colores los ojos de las mujeres perdidas en papeles inundados de palabras amorosas que hasta ese momento tenían destinos concretos y definidos pero que, a medida que el rojo infernal del cielo cambiaba hacia el oscuro de la noche, se volvían inciertos e imposibles.
     Por eso el domingo es un buen día para morirse. Porque nada se parece más a la muerte que un domingo por la tarde, cuando al final de este fatídico día se persignan quienes reconocen que el final es inevitable, que la resurrección es pura fábula, que los arrepentimientos no devuelven a los amores ni unen las partes rotas del alma. Y probablemente también haya quienes elijan hacer como si nada pasara, como si la muerte no los hubiese alcanzado ya, como si no fuesen fantasmas inconscientes de una profecía ya cumplida sin su consentimiento. Y entre ellos estarán probablemente esos otros, esos que se esconden detrás de unas justificaciones del deber ser y de ser lo que se debe, sin arriesgar nunca la vida para no cargar con el peso de una vida que no vale nada sin la muerte.
     Ahora ya es tiempo. El domingo ha llegado nuevamente. Después de muerto, seguramente vendrá a mí una vez más el recuerdo de las promesas del sábado, de esas inquebrantables ilusiones de despertar a su lado, alimentadas por un coraje y una valentía sólo comparables a estas que comienzan a brotar ahora que se me cierran los ojos pensando en que aun me quedan algunos minutos antes de que me capture la muerte, antes de que me entregue pacíficamente al coma de la noche que me sumergirá una vez más en un sueño que no para de soñarla de lunes a viernes, alimentando unas estúpidas esperanzas sabatinas que, afortunadamente, ahora morirán conmigo en este borrador. Un nuevo borrador que quedará abandonado en las sombras encima de todos los otros. Por lo menos hasta el próximo domingo.

RR


Foto: Hugo Grassi


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