¿Qué nos habrá hecho la vida que nos volvemos a encontrar acá? Y digo la
vida por no decir la muerte, por no apelar al golpe bajo de comunicarte
amablemente que, hagamos lo que hagamos, será lo único que tendremos
para acreditar; al igual que nuestros aciertos y nuestros errores,
nuestros injustificados argumentos y toda esa caterva de imbecilidades
que hemos llevado a cabo mientras huíamos del otro. Vos de mí que no
estuve a la altura de las
circunstancias, y yo de vos que te perdí en quién sabe qué esquina del
pasado a pesar de haber intentado chiflarte mientras caminabas por la
vereda volviendo a tu casa o, tal vez, yendo a buscar consuelo en lo de
un amigo que te abrazaría tomando aquello por lo que yo hubiese dado la
vida, aquello que ya no tengo: tiempo.
Nos hemos quedado sin tiempo y
nada más nos quedan estos últimos renglones para decirnos adiós, para
expresar cierta congoja, cierto desagrado por haber sido tan tontos y no
darnos cuenta de que ahí estábamos los dos, agazapados esperando un
ataque mortal que nunca llegó y que llega ahora, cuando se nos ha hecho
tarde para mirarnos a los ojos o para bajar la mirada -al fin y al cabo,
hubiese sido lo mismo-.
¿Qué diablos hemos hecho, querida, con nuestras esperanzas y, principalmente, con nuestros deseos, con esas ganas de tomarnos del cuello y enfrentarnos con los labios ansiosos y los perdones sangrantes? ¿Qué hemos hecho, querida, con todo aquello que decidimos nunca prometernos para dejar que la vida nos tomara de rehenes de algo de lo que nosotros no debimos desentendernos pues éramos plenamente responsables, completamente culpables?
Y mientras vos estás ahí leyendo lo que debería haberte dicho cara a cara, cuerpo a cuerpo, yo estoy perdido en algún lugar del universo haciendo planes para olvidarte, para morirme sin esta puta sensación de ser una prescindencia, una hoja seca caída de un árbol sin dueño. Yo no debería estar acá y vos no deberías estar ahí. No, vos deberías estar acá y yo debería estar volviendo a las apuradas para evitar que te fueras, para salvar esta historia de este final atroz que me toca escribir a mí cuando ya no tengo nada que escribir acerca de lo que vos ya no tenés nada que decir. Sólo este adiós que me duele como quizás te duela a vos la noche que sé que nos ha estado esperando, pero que al final se ha ido.
Pero no me importa, yo me voy también. Yo también me retiro hacia el único lugar donde la muerte no es lo peor que me podría pasar. Me voy definitivamente hacia el olvido de tu vientre agitado, de tus pechos trémulos, de tu abrazo sanador y tu ausencia que ha enfermado mis obsesiones convirtiéndolas en simples anécdotas, en pequeñas afecciones de un hombre perdido para siempre. Al menos, hasta que nos volvamos a encontrar.
¿Qué diablos hemos hecho, querida, con nuestras esperanzas y, principalmente, con nuestros deseos, con esas ganas de tomarnos del cuello y enfrentarnos con los labios ansiosos y los perdones sangrantes? ¿Qué hemos hecho, querida, con todo aquello que decidimos nunca prometernos para dejar que la vida nos tomara de rehenes de algo de lo que nosotros no debimos desentendernos pues éramos plenamente responsables, completamente culpables?
Y mientras vos estás ahí leyendo lo que debería haberte dicho cara a cara, cuerpo a cuerpo, yo estoy perdido en algún lugar del universo haciendo planes para olvidarte, para morirme sin esta puta sensación de ser una prescindencia, una hoja seca caída de un árbol sin dueño. Yo no debería estar acá y vos no deberías estar ahí. No, vos deberías estar acá y yo debería estar volviendo a las apuradas para evitar que te fueras, para salvar esta historia de este final atroz que me toca escribir a mí cuando ya no tengo nada que escribir acerca de lo que vos ya no tenés nada que decir. Sólo este adiós que me duele como quizás te duela a vos la noche que sé que nos ha estado esperando, pero que al final se ha ido.
Pero no me importa, yo me voy también. Yo también me retiro hacia el único lugar donde la muerte no es lo peor que me podría pasar. Me voy definitivamente hacia el olvido de tu vientre agitado, de tus pechos trémulos, de tu abrazo sanador y tu ausencia que ha enfermado mis obsesiones convirtiéndolas en simples anécdotas, en pequeñas afecciones de un hombre perdido para siempre. Al menos, hasta que nos volvamos a encontrar.
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