Sostuve, y aun sostengo, que sólo de
estos hilos invisibles se sostiene mi noche columpiando hasta el
amanecer, yendo y viniendo por tus aires, apareciendo y desapareciendo
de tu ventana cerrada que así mantiene mis peripecias amorosas a salvo del mundo de los vivos.
Y también sostengo incólume mi defensa de
estas estrellas que intento colgar en tu espacio. Un espacio sin sostén
ni justificaciones desde donde pende sobre mi pellejo un punto final, un
martillo listo para ser lanzado sobre
los dedos de mis manos que un día escribirán finalmente para vos un
adiós sangrante a pedido de quien ya no desea sangrar más.
Pero así como sostengo con estúpido orgullo lo insostenible, me avergüenzo de vez en cuando de mi cobardía. No de esa que no me ha permitido enviarte ni una sola palabra, sino de aquella que te abre impunemente cada día la puerta de un paraíso perdido, de un reino abandonado, fosilizado, petrificado; un altar donde aun sigo sacrificando víctimas en tu nombre. Víctimas que se parecen bastante a quien ya no quisiera ser y que aparecen replicadas en el espejo cada vez que me animo y me arrimo a su reflejo para que desmienta que he muerto.
Lo sé, aquella tarde debí haber tratado de sostener mis palabras para dejar de alimentar el fuego; debí haber detenido aquel viento, amainado el desaforo y la fantasía que brotó como un geiser cuando desnudaste en un sólo movimiento tu pálida piel y tu furiosa mirada. Quién sabe, tal vez hoy tendría algo tuyo para exhibir entre mis tesoros perdidos; algo más que no fuera sólo este manojo de cenizas junto a un retrato de tus ojos humeando indiferencia copiado a último momento.
Sin embargo, y a pesar de tantos pesares sin verdadero sustento, aun sostengo esta necedad de aferrarme a un falso amanecer que, a decir verdad, es puro ocaso; nada más que para evitar la búsqueda de ridículas excusas que quizás pudieran redimirme y hacer de lo inevitable la razón de mi derrota.
Entonces, y sin necesidad de pretextos ni coartadas, me hundo cada noche en una sopa de letras, salto al medio de esta arena movediza para mantener en vilo el resultado final de un insignificante puñado de significados. Levanto mi lanza contra la tropilla de recuerdos y la mantengo a raya desde una empalizada en el medio de esta Pampa húmeda y desierta; en ese territorio de malones y flechas que te mantienen a vos cautiva esperando a que yo abandone de una vez por todas el vicio de escribirte y huya hacia la frontera a vivir una vida de hombre de a pie, sin tus crines y tus manchas y sin el galope de tu lengua insultando a tu amor por haberme enamorado; sin el gusto doloroso de tus pezones apuntando a un olvido que siempre me ha jugado en contra. Y, fundamentalmente, sin el sonido del hilo de tu respiración a punto de cortarse sosteniendo este destino horroroso de ser un paria en tu memoria.
Pero así como sostengo con estúpido orgullo lo insostenible, me avergüenzo de vez en cuando de mi cobardía. No de esa que no me ha permitido enviarte ni una sola palabra, sino de aquella que te abre impunemente cada día la puerta de un paraíso perdido, de un reino abandonado, fosilizado, petrificado; un altar donde aun sigo sacrificando víctimas en tu nombre. Víctimas que se parecen bastante a quien ya no quisiera ser y que aparecen replicadas en el espejo cada vez que me animo y me arrimo a su reflejo para que desmienta que he muerto.
Lo sé, aquella tarde debí haber tratado de sostener mis palabras para dejar de alimentar el fuego; debí haber detenido aquel viento, amainado el desaforo y la fantasía que brotó como un geiser cuando desnudaste en un sólo movimiento tu pálida piel y tu furiosa mirada. Quién sabe, tal vez hoy tendría algo tuyo para exhibir entre mis tesoros perdidos; algo más que no fuera sólo este manojo de cenizas junto a un retrato de tus ojos humeando indiferencia copiado a último momento.
Sin embargo, y a pesar de tantos pesares sin verdadero sustento, aun sostengo esta necedad de aferrarme a un falso amanecer que, a decir verdad, es puro ocaso; nada más que para evitar la búsqueda de ridículas excusas que quizás pudieran redimirme y hacer de lo inevitable la razón de mi derrota.
Entonces, y sin necesidad de pretextos ni coartadas, me hundo cada noche en una sopa de letras, salto al medio de esta arena movediza para mantener en vilo el resultado final de un insignificante puñado de significados. Levanto mi lanza contra la tropilla de recuerdos y la mantengo a raya desde una empalizada en el medio de esta Pampa húmeda y desierta; en ese territorio de malones y flechas que te mantienen a vos cautiva esperando a que yo abandone de una vez por todas el vicio de escribirte y huya hacia la frontera a vivir una vida de hombre de a pie, sin tus crines y tus manchas y sin el galope de tu lengua insultando a tu amor por haberme enamorado; sin el gusto doloroso de tus pezones apuntando a un olvido que siempre me ha jugado en contra. Y, fundamentalmente, sin el sonido del hilo de tu respiración a punto de cortarse sosteniendo este destino horroroso de ser un paria en tu memoria.
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