viernes, 29 de abril de 2016

A VOS


     A vos que quizás estás ahora sentada en el suelo observando un cuadro mudo sobre una pared desnuda; o tal vez desnuda mirando como avanza la noche sobre tu ventana que va dejando las estrellas a merced de las luces amarillas de la calle.
     A vos que creés con una fe ciega en un futuro reivindicativo, con la absoluta convicción de que en algún lugar de su inexistencia guarda algo capaz de justificar este presente y ese pasado que, como dos secuaces, intentan desmentirlo y refutar tus inquebrantables esperanzas.
     A vos que sabés que, si quisieras, podrías hacer que esperasen todo el día en la puerta quienes andan merodeando tu superficie, más nunca tus profundidades que son tuyas y de nadie más, por más que de vez en cuando abras tus sábanas para alguno de ellos con la condición excluyente de que resigne sus pretensiones amorosas antes del primer beso.
     A vos que soltás sonrisas a algunos y carcajadas a otros pero que nunca serías capaz de liberar una lágrima por los que aúllan a las puertas de tus secretos, bajo el dintel que hace de entrada a tus temores, a tus horrores, a tus pasiones.
     A vos que sin despeinarte cambiás de peinado y de maquillaje, de falda y de blusa, de hastío y de frustración al verte así, perfectamente alineada en vertical, parada sobre unos tacos reos frente al espejo que muestra detrás de tu figura un vacío abismal.
     A vos que tenés los perdones cortos y los olvidos largos, que preferís los charcos concisos a los mares infinitos y los fríos silencios al rumor de las tibias brisas que brotan sin tu permiso, confiando en que siempre tendrás un buen refugio a mano para resistir la tentación de arrojarte sobre alguna de ellas cerrando los ojos y pensando en que nadie se la ha ganado.
     A vos que mirás hacia los costados cuando te viene de frente un deseo ajeno y atrevido que busca encantarte y sacarte del centro y llevarte cabalgando sobre tu lomo contra el respaldo de una cama para atormentarte con la idea de un amor imposible de ser resistido, un amor insolente que habla un lenguaje que a vos no te interesa aprender porque bien sabés que es posible que te deje muda.
     A vos que tal vez estés leyendo sorprendida este extracto con pretensiones poéticas ubicadas desordenadamente en una interminable lista de horas perdidas en tu nombre; este pedacito enorme de lo mucho o poco que alguna vez creí poseer y que, por más que pretenda disimularlo, si no fuera por vos, no sería por nadie.
     A vos, sí a vos.

     Y también a vos te corresponderá asumir alguna vez -aunque sea a regañadientes- que todo lo escrito hasta ahora ha sido por vos. ¿Cuándo? Quién sabe... Acaso cuando, tarde o temprano y como sombras, asomen sin pedir permiso por detrás del cuadro de la pared o por la ventana, aquellos otros versos escritos durante esas noches en que te buscaba por la calle entre la gente con esta misma pertinacia que hoy, sin saber bien por qué, me ha traído nuevamente hasta una hoja a mirarte con la ñata frente al vidrio que divide tu olvido de mi memoria, arriesgando mi vida en este azul de frío en donde de nada sirve ya insistir con aquella falsa premonición que aseguraba que sin vos me moriría; siendo que, finalmente, he logrado sobrevivir sin tu fe ciega y tu futuro injustificable, sin tus profundidades y tu superficie, sin tus carcajadas batiéndose a duelo con tus temores, sin tu falda en el piso y tu blusa cargada de hastío, sin el puñal erótico de tu figura recortada en el vacío, sin tu perdón brotando del refugio más lejano de tu mirada, sin tu deseo que aun siento que me falta como me falta, entre otras cosas, aquella locura que me llevó a quererte sin razones genuinas, sin evidencias contrastables, sin pruebas contundentes y, lo más terrible, sin ni siquiera las palabras justas para poder decirte algún día adiós.

RR



viernes, 15 de abril de 2016

MEDIADOS DE ABRIL


     Siempre para estas fechas vienen a mi mente palabras equivocadas. Palabras peligrosas con aroma a quizás, a tal vez, con gusto a probabilidades tan crueles y contagiosas como la peor de las pestes. Y me vienen raudamente a las manos los símbolos prohibidos de una esperanza embustera, una sombra que se pasea como una luz tramposa en la ceguera, provocando pretendidos brillos, eclipses que al final no son otra cosa más que agujeros negros llenos de nada.
    Para estas fechas, los dos buscamos evitarnos pertinentemente, nos escondemos detrás del muro de las supuestas imposibilidades para justificar nuestras humanas cobardías. Y en realidad, lo único que tratamos de hacer es conservar como buenos vecinos nuestras noches despejadas, nuestros precarios adioses de viejos amigos que ya no se ven, a salvo de los silencios que inmediatamente nos pondrían en conflicto con la música de fondo que todavía hace bailar nuestras siluetas en la memoria, que las junta insolentemente cada tanto en una cama y nos refriega por las narices la tibieza de aquellas cálidas oscuridades cómplices interpretadas erróneamente como romance.
      ¿Para qué insistir entonces si ella tiene sus cielos y yo estas cartas? ¿Para qué arriesgarnos a despertarnos en medio de una tormenta que tan bien le sienta a la hora de una siesta imaginaria? ¿Para qué provocar un nuevo cruce de excusas que viven haciendo malabares para evitar un choque frontal que probablemente nos dejaría en ridículo? ¿Para qué voy a seguir poniendo palabras tardías en su boca sólo con la intención de ahogarlas con un beso?
      Porque a pesar de que somos capaces de declarar en la soledad de una borrachera, o de una lectura posterior para conciliar el sueño, que estaríamos dispuestos eventualmente a vernos algún día a escondidas del amor, en realidad ninguno de los dos sería capaz de llevar adelante semejante imprudencia, de contener la respiración y lanzarse a ese océano turbulento en donde inevitablemente deberíamos nadar en contra del deseo de arrojarnos desnudos y sin miramientos a la corriente imparable del tiempo perdido para ahogarnos en las humedades mutuas.

     Es por eso que para estas fechas nunca me atrevo a nombrarla ni a escondidas. Y menos a llamarla desde la tierra de las aparentes casualidades para preguntarle si está bien, si todavía la sobrevuelan cada tanto los nubarrones de las angustias y los dolores pasados, si es tan fácil como a mí me parece darse cuenta de que no hago más que escribirle a otras para no escribirle a ella, que me callo y me muerdo la lengua para poder seguir sosteniendo a duras penas como hasta ahora la mentira impiadosa de haberla olvidado, o de al menos estar intentándolo. Es que nunca tuve para aportar a este caso más que pruebas falsas -y ya poco novedosas- que aspiraran a sostener aquella falacia de las distancias insuperables que mutuamente convenimos un día. Pruebas tan tontas que, al final, no han logrado más que poner en evidencia el fracaso ostentoso de todos mis intentos por no volver a ella al comienzo del otoño, a mediados de abril, al final de cada una de estas cartas escritas en días grises con mejoramientos temporarios e inútiles. Cartas en donde todavía es imprescindible -si es que pretendo evitar aludir permanentemente al color de sus ojos- barrer a un costado las horas luminosas que asomaron una vez por su ventana, aquel reflejo que parecía ofrecernos toda la primavera y que, sin embargo, no tuvo chance de verano; que finalmente se terminó convirtiendo en este frío silencio invernal que emerge impostergable entre ella y yo. Siempre para estas fechas.

RR


martes, 5 de abril de 2016

TERCERA OMISIÓN OTOÑAL


      Tal vez pude haber hecho otra cosa. Quizás debí haber intentado otro camino. Sin embargo, ya se ha hecho demasiado tarde para otra omisión y de nada sirve abdicar una vez más a un reino perdido.
      Porque he dejado que el fuego arda hasta el final, hasta consumir las últimas brasas de su recuerdo, ese fantasma provocador volando desnudo por el universo infinito de un olvido inalcanzable.
      Porque he dejado que un manantial de agua agria contamine mi sangre y me recorra como un río de aroma rancio bajo la piel ya reseca por los años; bajo estos poros cerrados por tantos dolores inevitables. Pero, sobre todo, por aquellos elegidos en medio de un arrojo enloquecido, propio del héroe manchego, que hizo que, muerto de miedo, me jugara el pellejo en cada adjetivo por una mujer que nunca accedió a ser mi Dulcinea.
      Porque me he quedado sin fuerzas y he bajado los brazos y levantado la mirada para despedirme de su cielo y de todo aquello suyo que jamás fue mío: de su piel de gallina al entrar en mi cama, de sus labios húmedos invitándome al beso y de sus pezones duros desmintiendo mis soledades.
      Porque he decidido renunciar a este otoño eterno para dejar que el viento arrase con cada una de estas malditas hojas escritas durante un pasado irrenunciable, y que las lleve hacia donde finalmente sean sepultadas un día junto a las demás desdichadas que vengan de ahora en más a cubrir otras ausencias.
      Porque mi corazón empedernido, tan ajado como mi carne, ha sobrevivido inverosímil a su carencia; y, para un falso quijote como yo, nada más queda después de cada fracaso amoroso que volver nuevamente a la tierra de las palabras a buscar otros molinos para escribir nuevas aventuras, esperando inútilmente borrar así de la memoria aquellos versos que hablaron día tras día de lo que no fue, ni siquiera por una noche.
      Porque, como dije, ya se ha hecho tarde para pretender que ya no la quiero. Ahora sólo queda esperar a la próxima primavera para recobrar alguna esperanza de conquistar otras latitudes e intentar nuevamente olvidar el rostro petrificado y atroz de su silencio.

RR


Foto: Ronén Grinstein

DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...