A vos que quizás estás ahora sentada en el suelo observando un cuadro mudo sobre una pared desnuda; o tal vez desnuda mirando como avanza la noche sobre tu ventana que va dejando las estrellas a merced de las luces amarillas de la calle.
A vos que creés con una fe ciega en un futuro reivindicativo, con la absoluta convicción de que en algún lugar de su inexistencia guarda algo capaz de justificar este presente y ese pasado que, como dos secuaces, intentan desmentirlo y refutar tus inquebrantables esperanzas.
A vos que sabés que, si quisieras, podrías hacer que esperasen todo el día en la puerta quienes andan merodeando tu superficie, más nunca tus profundidades que son tuyas y de nadie más, por más que de vez en cuando abras tus sábanas para alguno de ellos con la condición excluyente de que resigne sus pretensiones amorosas antes del primer beso.
A vos que soltás sonrisas a algunos y carcajadas a otros pero que nunca serías capaz de liberar una lágrima por los que aúllan a las puertas de tus secretos, bajo el dintel que hace de entrada a tus temores, a tus horrores, a tus pasiones.
A vos que sin despeinarte cambiás de peinado y de maquillaje, de falda y de blusa, de hastío y de frustración al verte así, perfectamente alineada en vertical, parada sobre unos tacos reos frente al espejo que muestra detrás de tu figura un vacío abismal.
A vos que tenés los perdones cortos y los olvidos largos, que preferís los charcos concisos a los mares infinitos y los fríos silencios al rumor de las tibias brisas que brotan sin tu permiso, confiando en que siempre tendrás un buen refugio a mano para resistir la tentación de arrojarte sobre alguna de ellas cerrando los ojos y pensando en que nadie se la ha ganado.
A vos que mirás hacia los costados cuando te viene de frente un deseo ajeno y atrevido que busca encantarte y sacarte del centro y llevarte cabalgando sobre tu lomo contra el respaldo de una cama para atormentarte con la idea de un amor imposible de ser resistido, un amor insolente que habla un lenguaje que a vos no te interesa aprender porque bien sabés que es posible que te deje muda.
A vos que tal vez estés leyendo sorprendida este extracto con pretensiones poéticas ubicadas desordenadamente en una interminable lista de horas perdidas en tu nombre; este pedacito enorme de lo mucho o poco que alguna vez creí poseer y que, por más que pretenda disimularlo, si no fuera por vos, no sería por nadie.
A vos, sí a vos.
Y también a vos te corresponderá asumir alguna vez -aunque sea a regañadientes- que todo lo escrito hasta ahora ha sido por vos. ¿Cuándo? Quién sabe... Acaso cuando, tarde o temprano y como sombras, asomen sin pedir permiso por detrás del cuadro de la pared o por la ventana, aquellos otros versos escritos durante esas noches en que te buscaba por la calle entre la gente con esta misma pertinacia que hoy, sin saber bien por qué, me ha traído nuevamente hasta una hoja a mirarte con la ñata frente al vidrio que divide tu olvido de mi memoria, arriesgando mi vida en este azul de frío en donde de nada sirve ya insistir con aquella falsa premonición que aseguraba que sin vos me moriría; siendo que, finalmente, he logrado sobrevivir sin tu fe ciega y tu futuro injustificable, sin tus profundidades y tu superficie, sin tus carcajadas batiéndose a duelo con tus temores, sin tu falda en el piso y tu blusa cargada de hastío, sin el puñal erótico de tu figura recortada en el vacío, sin tu perdón brotando del refugio más lejano de tu mirada, sin tu deseo que aun siento que me falta como me falta, entre otras cosas, aquella locura que me llevó a quererte sin razones genuinas, sin evidencias contrastables, sin pruebas contundentes y, lo más terrible, sin ni siquiera las palabras justas para poder decirte algún día adiós.
A vos que sabés que, si quisieras, podrías hacer que esperasen todo el día en la puerta quienes andan merodeando tu superficie, más nunca tus profundidades que son tuyas y de nadie más, por más que de vez en cuando abras tus sábanas para alguno de ellos con la condición excluyente de que resigne sus pretensiones amorosas antes del primer beso.
A vos que soltás sonrisas a algunos y carcajadas a otros pero que nunca serías capaz de liberar una lágrima por los que aúllan a las puertas de tus secretos, bajo el dintel que hace de entrada a tus temores, a tus horrores, a tus pasiones.
A vos que sin despeinarte cambiás de peinado y de maquillaje, de falda y de blusa, de hastío y de frustración al verte así, perfectamente alineada en vertical, parada sobre unos tacos reos frente al espejo que muestra detrás de tu figura un vacío abismal.
A vos que tenés los perdones cortos y los olvidos largos, que preferís los charcos concisos a los mares infinitos y los fríos silencios al rumor de las tibias brisas que brotan sin tu permiso, confiando en que siempre tendrás un buen refugio a mano para resistir la tentación de arrojarte sobre alguna de ellas cerrando los ojos y pensando en que nadie se la ha ganado.
A vos que mirás hacia los costados cuando te viene de frente un deseo ajeno y atrevido que busca encantarte y sacarte del centro y llevarte cabalgando sobre tu lomo contra el respaldo de una cama para atormentarte con la idea de un amor imposible de ser resistido, un amor insolente que habla un lenguaje que a vos no te interesa aprender porque bien sabés que es posible que te deje muda.
A vos que tal vez estés leyendo sorprendida este extracto con pretensiones poéticas ubicadas desordenadamente en una interminable lista de horas perdidas en tu nombre; este pedacito enorme de lo mucho o poco que alguna vez creí poseer y que, por más que pretenda disimularlo, si no fuera por vos, no sería por nadie.
A vos, sí a vos.
Y también a vos te corresponderá asumir alguna vez -aunque sea a regañadientes- que todo lo escrito hasta ahora ha sido por vos. ¿Cuándo? Quién sabe... Acaso cuando, tarde o temprano y como sombras, asomen sin pedir permiso por detrás del cuadro de la pared o por la ventana, aquellos otros versos escritos durante esas noches en que te buscaba por la calle entre la gente con esta misma pertinacia que hoy, sin saber bien por qué, me ha traído nuevamente hasta una hoja a mirarte con la ñata frente al vidrio que divide tu olvido de mi memoria, arriesgando mi vida en este azul de frío en donde de nada sirve ya insistir con aquella falsa premonición que aseguraba que sin vos me moriría; siendo que, finalmente, he logrado sobrevivir sin tu fe ciega y tu futuro injustificable, sin tus profundidades y tu superficie, sin tus carcajadas batiéndose a duelo con tus temores, sin tu falda en el piso y tu blusa cargada de hastío, sin el puñal erótico de tu figura recortada en el vacío, sin tu perdón brotando del refugio más lejano de tu mirada, sin tu deseo que aun siento que me falta como me falta, entre otras cosas, aquella locura que me llevó a quererte sin razones genuinas, sin evidencias contrastables, sin pruebas contundentes y, lo más terrible, sin ni siquiera las palabras justas para poder decirte algún día adiós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario