martes, 5 de abril de 2016

TERCERA OMISIÓN OTOÑAL


      Tal vez pude haber hecho otra cosa. Quizás debí haber intentado otro camino. Sin embargo, ya se ha hecho demasiado tarde para otra omisión y de nada sirve abdicar una vez más a un reino perdido.
      Porque he dejado que el fuego arda hasta el final, hasta consumir las últimas brasas de su recuerdo, ese fantasma provocador volando desnudo por el universo infinito de un olvido inalcanzable.
      Porque he dejado que un manantial de agua agria contamine mi sangre y me recorra como un río de aroma rancio bajo la piel ya reseca por los años; bajo estos poros cerrados por tantos dolores inevitables. Pero, sobre todo, por aquellos elegidos en medio de un arrojo enloquecido, propio del héroe manchego, que hizo que, muerto de miedo, me jugara el pellejo en cada adjetivo por una mujer que nunca accedió a ser mi Dulcinea.
      Porque me he quedado sin fuerzas y he bajado los brazos y levantado la mirada para despedirme de su cielo y de todo aquello suyo que jamás fue mío: de su piel de gallina al entrar en mi cama, de sus labios húmedos invitándome al beso y de sus pezones duros desmintiendo mis soledades.
      Porque he decidido renunciar a este otoño eterno para dejar que el viento arrase con cada una de estas malditas hojas escritas durante un pasado irrenunciable, y que las lleve hacia donde finalmente sean sepultadas un día junto a las demás desdichadas que vengan de ahora en más a cubrir otras ausencias.
      Porque mi corazón empedernido, tan ajado como mi carne, ha sobrevivido inverosímil a su carencia; y, para un falso quijote como yo, nada más queda después de cada fracaso amoroso que volver nuevamente a la tierra de las palabras a buscar otros molinos para escribir nuevas aventuras, esperando inútilmente borrar así de la memoria aquellos versos que hablaron día tras día de lo que no fue, ni siquiera por una noche.
      Porque, como dije, ya se ha hecho tarde para pretender que ya no la quiero. Ahora sólo queda esperar a la próxima primavera para recobrar alguna esperanza de conquistar otras latitudes e intentar nuevamente olvidar el rostro petrificado y atroz de su silencio.

RR


Foto: Ronén Grinstein

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