Ya está anocheciendo. La
esperé toda la tarde y hay que ver a la hora que llega. Está bien, nadie
me obliga a esperarla, pero tampoco puede ser que aparezca a esta hora.
Porque yo a esta hora suelo dejar de esperar -aunque, al parecer, nunca
a ella-. Porque a esta hora yo debería encender la televisión (si es
que tuviera una) para ver y escuchar lo que nunca dicen que pasa en el mundo: cómo es posible
que los pobres siguen esperando el reino de los cielos mientras los
ricos siguen adueñándose de la tierra y de todo eso que es de todos y no
es de nadie.
Pero no, yo insisto en quedarme acá a esperarla
toda la tarde, cuando la tarde me avisó hace rato que ya no la espere,
que nada sucede en la tarde, que aquel que se va sin que lo echen, lo
más que probable es que no vuelva nunca. Y así y todo, a mí se me da por
esperarla. Y, ¿para qué? Para que ella se presente así como así, de la
nada, cuando lo único que queda alrededor de su ausencia es una botella
medio vacía y un tipo -tan parecido a mí que, a decir verdad temo por
él- pegando pétalos en una flor marchita que ya ha predicho su suerte
una y mil veces. Una y mil veces esta pobre flor muerta le ha dicho que
deje de leer a ciertos autores, que deje de mirar la luna buscando las
razones de su mengua, que no insista más con ese mar que ya dijo lo que
tenía que decir. Porque ni él ni los caracoles han sido nunca unos
falsarios de soluciones mágicas; ninguno de ellos buscó jamás quedar
bien con este pobre tipo, sino que dijeron lo que tenían que decir y
punto. Ahora es problema de él -y claro está, mío- tener que enfrentar
ese sonido a vacío tan parecido al de la botella y al de un corazón
triturado.
O sea, que no me venga ella ahora con excusas, con
razones inverosímiles, con que sin darse cuenta se le pasó la vida (¿sin
darse cuenta..? ¡Por favor..! ¿Y qué pretendía, que la vida le
avisara?: "disculpame, estoy pasando y el muchacho ese sigue ahí
esperándote. Fijate, porque me parece que está un poco enamorado de vos o
un poco borracho. Te aviso para que sepas. Y para que sepas, también te
aviso que yo paso aunque no me veas, aunque creas fervientemente que no
paso, que estoy y que voy a estar por siempre. Lamento decirte que yo
no soy el muchacho, estoy pero no voy a estar siempre. Aunque no lo
quieras ver, alguien vendrá a reemplazarme un día.").
Entonces
querida, a ver si dejamos de venir siempre a esta hora. Porque uno
también tiene su corazoncito... Y si bien yo debo tener el mío en alguna
parte, cada vez me cuesta más la espera. Cada vez es más costoso
esperarte hasta esta hora en donde debo irremediablemente escribirte que
te estuve esperando, que entres y te desvistas despacio y corras los
papeles y los restos de la espera; que podés dejar tu ropa donde
prefieras y meterte en la cama sin culpa porque, al fin de cuentas, nada ni nadie me fuerza a
esperarte. Porque yo no puedo hacer como vos y excusarme por haberte
esperado, por haberme ido a acostar antes de cometer una locura, antes
de creer que puedo salir a buscarte con la impunidad de los dementes que
creen, con gran lucidez, que ser demente no es un pecado. Y yo les
creo, porque si tengo que creerle a los otros... Bueno, mejor creerle a
ellos. Al fin y al cabo yo estoy un poco como ellos, un poco loco, un
poco cuerdo -y un poco borracho también, ¿para qué negarlo?-. Es que si
no estuviera loco no tendría perdón de Dios estar simulando que aun te
espero; y menos a estas horas, cuando la noche ya me anunció cuando era todavía tarde que, si sigo así, mañana tendré que lidiar con las
consecuencias, con las de la espera y las del vino y las del volumen de
mi guitarra sonando insolentemente a la par de la de Clapton que canta Why does love got to be so sad.
Consecuencias menores en
comparación a las que probablemente deberé afrontar un día por esta
interminable despedida, por no haber aceptado renunciar como cualquier
hijo de vecino a esta manía de seguir redactando en breves capítulos una especie de
homenaje póstumo a un amor muerto y enterrado que, sin anunciarse, aparece cada noche como un fantasma. Y aunque siempre aparezca tarde, quizás
nunca lo sea tanto como para dejar de esperarte.
RR
Foto: Florencia Merlo
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