martes, 20 de septiembre de 2016

ANTICIPO DE PRIMAVERA


     Decime que aunque sea sirvió para olvidarnos. Decime que todo esto no fue en vano, que la botella nunca llegó a tu orilla y se hundió para siempre en el fondo oscuro del mar. Por favor, decime que habrá una mirada extrañada, un sentimiento de pavoroso desconcierto al vernos otra vez las caras. Que vos no me vas reconocer a mí y yo no te voy a reconocer a vos. Que ese odioso aroma a tu cuerpo se habrá evaporado de mis fosas nasales que, sin que nadie pueda explicarlo -o al menos justificarlo-, se conectan impunes directamente a mi corazón.
      Decime que cuando me pare a tu lado vas sentir que quien está ahí no soy yo, es otro. Otro que no conocés o que se cayó definitivamente de tu memoria hace quién sabe cuánto; que fue arrastrado por la corriente benefactora y piadosa del tiempo que es la misma que arrastra las hojas del otoño para darle paso, a través del frío helado del invierno, a la generosa primavera. Sí, a esta misma primavera que se anticipó de nuevo para hacer florecer el mismo tilo de siempre, ese que todos se cansaron ya de leer en cada uno de mis cuentos como una metáfora de tu ausencia, como el monumento natural que conmemora aquellos pocos días de verano que han quedado arrumbados en un calendario vencido.
      Decime que ya no te voy a poder encontrar cuando te mire a los ojos y te vea y te busque escudriñando debajo de tus párpados y por encima de tus retinas, removiendo esa opacidad que dejan las horas pasadas, indagando en tus pupilas esperando hallar aquel brillo tan particular que es el mismo que me despierta cada tanto a mitad de la noche y no me permite pegar un ojo.
      Decime que no vas a estar en esos ojos, que sólo voy a ver las órbitas vacías de una calavera, una como cualquier otra, una como la de otras mujeres que conocí y a quienes nunca pude mirar fijamente a los ojos por temor a encontrarte fugazmente en los de ellas. Ellas que siempre me recriminaban porque hacíamos el amor a oscuras, y cuando todo terminaba yo cerraba los ojos o agachaba la cabeza como evitando caer en ese espacio de suspiros compartidos. Yo no podía decirles que hacía todo eso para no verte, no podía bajar así, directamente desde una colina florecida de gemidos y placeres, a un valle de confesiones íntimas completamente fuera de lugar. Eso hubiese sido muy cruel y desconsiderado. Porque, aunque vos no me creas, yo estaba casi seguro de que te vería en los ojos de ellas, que serían tus brazos los que se apoderarían de mi espalda, que serían tus pezones los que sobresaldrían de sus pechos.
      Por eso te pido que me digas que no te voy a ver más ahí o en cualquier otro lado. Que no me voy a morir del susto otra vez como la semana pasada al descubrirme caminando por la vereda de aquel edificio que alguna vez guardó tu hogar, sin saber cómo cuerno había llegado hasta allí. ¿Cómo diablos pudo ocurrirme eso? Si yo nunca había caminado hacia ese lado, si nunca volví a pisar esa vereda, si nunca más quise mirar el portero trazando las directrices que unieran el siete con la letra E, para luego levantar la cabeza contando piso a piso hasta llegar al tuyo, saliendo sigilosamente del ascensor, abriendo lentamente tu puerta para poder meterme imaginariamente en tu cama, chocando mis manos heladas contra tus muslos tibios que dormirían al amparo de unas soledades que nada más me pertenecen a mí. Porque debo decirte, ya que estamos, y a manera de confesión, que ellas son la moneda con la que fui comprando palabras sueltas que los demás ya no querían o no necesitaban. Como sí las necesitaba yo aunque no supiera bien para qué.
      Así, para llegar hasta acá, decidí un día empeñar todas mis soledades y todos mis anhelos, todos mis silencios y todos mis tapujos. Y creo que tal vez cometí un error, porque ahora no tengo nada, sólo cajones y cajas y frascos y carpetas y estantes llenos de palabras, nada más. Entonces, cuando aparece ese brillo que te conté antes y que me deja dando vueltas en la cama sin poder acallar mis demonios y tu fantasma, me levanto y revuelvo como quien busca un analgésico para una migraña obstinada que se niega a ir. Busco entre todas y selecciono algunas que valgan por lo menos la mitad de lo que pagué por ellas, (que, aunque tampoco haya sido tanto, alcanzó como para dejarme en bancarrota).
      Y hoy, mientras descomponía un poco a tientas algunas frases célebres formadas por unas palabras que compré no hace mucho, encontré estas que, como verás, no son muy diferentes de las anteriores. Sin embargo, esta vez me propuse cambiar y juntarlas a la fuerza para obtener un texto que sólo pueda ser comprendido por vos. Por eso esta vez, estas palabras irán a parar directamente a tus manos sin intermediarios; no habrá entre ellas y yo ningún tipo de acuerdo sobre deberes, obligaciones o derechos; no saldrán de sus intersecciones ni metáforas, ni eufemismos. Ellas aterrizarán en unos instantes sobre tu terraza, bajarán cuidadosamente la escalera y buscarán tus puntos cardinales hasta encontrar tu buzón. Y ahí se quedarán obedientes y orgullosas esperando a ver si algo sucede en tu mirada; si es que encontrás en ellas algún rasgo olvidado de mi persona o de mi locura. Y si por unos de esos designios misteriosos del destino eso sucede, no me quedará más remedio que renunciar definitivamente a ellas sin que vuelva a escribir una más. Lo que también significará que vos ya no puedas regresar libremente a tu escondite desconocido y yo no consiga recuperar mi soledad y mi silencio jamás. Tendré que evitar nombrarte con otros nombres y dejar de perseguir aquel destino del cínico que andaba por ahí feliz de la vida, tapando el sol con las manos, apostando a todos los números y a todos los colores para que fuera el azar el que determinara mis preferencias.
      Esta será la única manera, querida, de que vos y yo nos salvemos de este resultado con estas cartas. Porque si es que estás ahí cuando estas palabras te encuentren, y ellas te reconocen a vos, y vos te reconocés en ellas, no me hará falta una serpiente que me empuje a morder tu manzana, que necesite apelar vilmente al engaño con el cuento de que si no sos vos, no será otra; de que no habrá otro mundo por fuera de tus piernas. Un mundo como el tuyo de carne y hueso y sangre y sudor y lágrimas al que, llegado un hipotético día D, uno debe estar dispuesto a desembarcar o morir en el intento. Un mundo mejor que este paraíso engañoso y ficticio que escribo diariamente para nadie; habitado por mujeres que quiero pero que no amo, que beso pero no las sufro, que me acuesto con ellas y choco mis manos contra sus muslos mientras escribo sus nombres libremente sin arriesgar ni una sola de aquellas soledades entregadas por un par de adjetivos cursis sólo para esconderme de vos; sin exponer al escarnio ni uno solo de todos los silencios con los que te rodeo en esta casa, a estas horas y con este insomnio insoportable, mientras revuelvo enloquecido este último frasquito, buscando la última palabra que ahuyente definitivamente tu fantasma. Esa palabra que espero no encontrar cuando te vea y te mire a los ojos y baje por tu nariz -a la que extraño horrores- hasta llegar a tu boca que como una serpiente perversa no para ahora de decirme despacito al oído "escribime, escribime". Cuando yo todo lo que necesito es esa palabra, esa que salga de tu boca verdadera para dejar de una vez por todas de escribirte.

RR



Ilustración: Cludia Tula

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