martes, 6 de septiembre de 2016

LAURA


A aquella Laura y a todas las otras lauras que conocí.

     Hola, soy Laura. O al menos así he preferido que me llames. Te conozco y me conocés aunque no puedas ahora reconocer exactamente quién soy. O quizás sí. Quizás logres por un momento mirarme directamente a los ojos desde la distancia y darte cuenta, sin tener que bajar la mirada ni declarar ciertos arrepentimientos que ya no vienen al caso, que son un poco más de toda esa fantasía que nos circunda.
     Yo soy Laura y me gusta mi nombre. Podría haber elegido otro pero me gustó este. Probablemente eso tenga algo que ver con vos mucho más que conmigo. ¿Te acordás de Laura? Seguramente sí. Bueno, ahora yo soy Laura, pero no sólo aquella Laura. No, yo soy ella y todas las lauras que vinieron después. Todas esas a las que vos apelás para armarme a mí como si yo fuese un rompecabezas y vos un niño jugando en el piso de una casa vieja tratando de encontrar las piezas de algo que parece roto pero que no lo está, que sólo está desarmado. Porque las piezas están ahí: algunas mezcladas, otras dadas vuelta y otras escondidas detrás de las pelusas inevitables del tiempo. Pero están. Yo soy la prueba de ello.
     Sí, soy Laura y me alegra saber que vos sos quien sos, que sos vos quien me busca e intenta hacer coincidir las formas de mis bordes con los tuyos. Por lo visto no hay mucha gente interesada en estas actividades. Aparentemente, no es prioritario encontrar los trazos que dibujan ciertas formas, ciertas curvas que puedan definir una sonrisa verdadera o cambiar el recorrido de las manos por el contorno de la cintura hasta un ocaso inevitable. Sin embargo, vos y yo nos seguimos encontrado, tal vez milagrosamente, en esa casa, en ese piso, en este juego.
     Y quiero que sepas que ser Laura es mejor que no serlo. Porque si yo no fuera Laura tal vez no sería nadie o sólo un mal recuerdo, un paso mal dado. Aquello que algunos se pasan la vida mostrando como el peor error de sus vidas sin que eso les permita remediar nada. Y yo sé que no soy un error tuyo. Yo soy, en cambio, un montón de aciertos, un cúmulo de desvelos que te han servido para buscarme una y otra vez. No te sientas mal por eso, porque si alguna vez no me encontraste no es porque no me hayas buscado. Yo te he visto. Te he visto caminando detrás de mis ausencias, de mis innumerables escondites, argumentando tus deseos como quien trata por todos los medios de resolver un enigma, un pase mágico, un truco imposible de ser descubierto. 
     ¿Te acordás de cuando nos conocimos? Éramos apenas unos mocosos. Ni te imaginabas que existía algo que un día podría llamarse Laura (o llevar cualquier otro nombre). No tenías idea de que podría existir el desvelo y la angustia de no saber de mí; que la nada misma se pudiera revelar ante una ausencia, ante la espantosa sensación de tener que renunciar a unos ojos color miel. Éramos dos chiquilines de guardapolvo blanco corriendo por un patio, jugando a un juego que era uno entre tantos y que con los años olvidaríamos. Pero vos nunca te olvidaste de mí, de Laura. 
     Más tarde, volvimos a encontrarnos ya más grandes, en varias ocasiones y con intenciones mucho menos infantiles aunque siempre inocentes. Esa inocencia de creer que yo era única, que era Laura, cuando en realidad, como ya te dije, era y soy mucho más que ese nombre. Ya en la primera ocasión en que nos reencontramos supe que sin dudas nos toparíamos de nuevo en el futuro, que no importaba qué hiciera yo para que cambiaras de parecer, para que el cinismo se apoderara de eso que parecía estar al resguardo de cualquier inclemencia. Debe ser que el amor es pura inclemencia, una tormenta de dos inconscientes arrebatados que no tendrán jamás la más mínima chance de abrir un paraguas antes de tiempo, antes de que les llueva en la cara un diluvio universal.
     Pero volviendo a lo que me ocupa, no quería dejar pasar la oportunidad de decirte que sigo siendo Laura, que sigo merodeando tus profundas oscuridades y que siempre estaré a tu disposición cuando alguna claridad ocasional asome sin razones aparentes. Porque yo seguiré a tu lado para hacerme cargo de quien he sido y para recordarte quién soy: que sigo siendo Laura, que nunca me he ido con ellas, que a pesar de todo me he quedado con vos a juntar los restos de la última cena, a recoger las sábanas usadas y preparar la cama para un próximo encuentro entre nosotros. No, no creas que te he dejado sólo, que no he entendido tus palabras, que no he apreciado tus intenciones, que no he respetado tus silencios, que no he aceptado ciertas distancias ocasionales. 
     Porque, nos guste o no, vos y yo somos esto que somos y que seguiremos siendo hasta el final: vos, un escritor coyuntural que ahora mismo sentado en una silla busca las palabras justas para volver a preguntar por mí, y al mismo tiempo reflexiona sobre la utilidad de seguir haciéndolo, de continuar imaginando miradas de potenciales lauras para mantenerse con vida; tratando de dar entre todas ellas con la de aquellos ojos color miel vestidos de guardapolvo blanco, que si bien cambiaron de color en varias ocasiones, conservaron todos en cada una de esas ocasiones, la fórmula secreta del desvelo inevitable en medio de un vacío irremediable que hoy aparece a cualquier hora en forma de hoja en blanco, para impedir una y otra vez que mi existencia sea puesta en duda. Y yo... Bueno, ¿qué te puedo decir? Yo soy Laura.

RR


Ilustración: Claudia Tula

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