(escrito bajo la penumbra de un solo verano)
Y es que tal vez decirte hoy que alguna vez te quise sea tan
irrelevante como confesarte que aun te quiero; que ni el sinnúmero de
inviernos pasados han logrado ocultar la calidez de aquel verano tuyo;
que de todas las innecesarias necesidades que me fui creando para
ocultarme de tu sombra, esta, la de escribirte, ha sido la más trágica
de todas. Porque no he logrado evitar que cada palabra te nombrara
vengativa antes de perderse para siempre en falsos significados, y que,
como cuando los hijos se despiden de sus padres, me saludaran desde el
umbral de tu olvido, que es adonde han ido a parar irremediablemente
cada una de ellas. Por eso te pido que no las eches de tu lado a mitad
de la noche cuando te golpeen el sueño e intenten meterse en tu cama.
Ellas ya no saben volver a mí, ellas no saben lidiar como yo con el
reflejo infinito de tu silencio rebotando en cada rincón de tu ausencia
inapelable. Ellas no saben bajar la persiana para dejar la casa y la
dignidad en penumbras -como acabo de hacer yo- y escribirse ellas mismas
como quien se dibuja en una foto vieja junto al amor de su vida,
rogando aunque más no sea por el consuelo de los tontos. No les cierres
la puerta, no canceles ese puente que las salva de vez en cuando de un
penoso suicidio en tu nombre. Vamos, no te cuesta nada darles un espacio
para sus oscuridades, para que te digan lo que yo ya no puedo decirte:
que entre la irrelevancia de haberte querido y esta inconfesable
necesidad de escribirte se esconde mucho más que tu umbral y tu olvido,
mucho más que la sinrazón de los inviernos perdidos por un solo verano,
mucho más que un remedio para salvarme a mí de mí mismo y a vos de los
caprichos imperdonables de mi mente que construye con hojas secas poemas
para vos dedicados a falsas mujeres sin nombre. Mientras para mí se
acopian en cada hoja, en cada oración y en cada párrafo como este, una
imagen de quien nunca fuiste. Aunque hoy seas todo lo que tengo.
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