jueves, 10 de mayo de 2018

POR DERECHO PROPIO


     Hacen falta mucho más que palabras para convocar al amor o al olvido. Hacen falta mucho más que buenas intenciones para dejar en blanco esta noche negra de hastío. Hacen falta algo más que deseos para jalar el gatillo que dispara la bala de plata que va directo adonde residirá eternamente su fantasma.
     Y no me hablen de obsesiones o fantasías. Al fin y al cabo, nadie sabe cómo cuernos hemos venido a parar a este lugar, ni para qué. Nadie puede explicar de manera convincente nada pues siempre habrá quién lo desmienta -o al menos lo intente-. En lo que a mi respecta, no creo que hayamos venido a mucho más que buscar desesperadamente (hasta encontrarla) una buena causa para morirnos con un mínimo de dignidad. 
     Debe ser por eso que me encuentran a mí dando vueltas todavía por aquí. Todavía buscándola, o más bien persiguiéndola, por los entre telones de esta obra falsa que monté un día de esos en los que un fracaso me hizo creer que cualquier cosa era mejor que ese día, que cualquier pozo podría ser un manantial de donde extraer claridades o frescuras, melodías o versos.
     Y de ninguna manera es esto un eufemismo o un desliz poético. Cuando el fracaso avanza como un río de lava que va quemando una a una las noches, cada quien recurre a las agallas que le pudieran haber quedado -si es que alguna vez tuvo alguna- y las empeña con tal de no morirse como un perro abandonado a la vera de una ruta luego de haber sido atropellado por algún conductor de esos tan hijos de puta que abundan en cada ciudad.
     Sí, sí, así como te lo cuento. Y mejor no creer que somos más que esos perros vagabundos buscando un dueño o al menos un alma que nos caliente la nuca con una caricia. Más vale nunca perder de vista ese detalle enorme. Porque mientras hay quienes se la pasan hablando de humanidad, jamás la ejercen (o tal vez sí y eso sea en realidad ser humano). Porque mientras hay quienes dicen ejercer esa humanidad cada día, no pasa uno sin que ejerciten la mierda que en verdad son, sin que muerdan envenenados a algunos otros que han sido olvidados al costado de la humanidad luego de ser atropellados por ella.
     Pero mejor no nos pongamos tan filosóficos. Si mal no recuerdo, estábamos aquí por otra cosa: por esta imposibilidad que me aqueja (nos aqueja) a veces de no poder resistir una noche oscura, una cerveza helada, un momento más para tratar de encontrar un poco de dignidad para esta muerte que lentamente se avecina sigilosa a medida que escribo lo poco que a esta altura puede ocurrírseme sin necesidad de apelar a lo que una mujer o una borrachera me dicten. Sin embargo, y para ser honesto, ni siquiera eso es verdad detrás de este telón. ¿Cómo sería capaz de negar a esta mujer si he asumido de antemano que sólo busco una buena causa, una causa justa, para morirme dignamente? O dicho de otro modo, y a modo de préstamo: ¿cómo negar que existe siempre una razón escondida en cada verso?
     Es que en el fondo -tan mencionado en estas pampas ultimamente, aunque sea otro fondo mucho más embustero-, no soy sólo yo quien anda a la pesca de algo más que un resfriado para morirse. No lector o lectora, no estoy solo en esta noche de búsqueda. No soy yo el único que camina a tientas por la noche buscando un rastro o unas coordenadas hacia donde dirigir el rumbo. Quizás no sea este tu momento para ciertas admisiones o para confesiones indiscretas. Pero creéme, no estoy solo, no estamos solos vos y yo en esta noche o en la madrugada que florecerá inmediatamente después, apenas logre conciliar el sueño esquivo que me une a los que jamás cesan en esta búsqueda. 
     Y ya que hablamos de admisiones, yo hago una: lo admito, nada de esto es gratis. Porque cada hora debe ser prolijamente pagada con desvelo o con incertidumbre o, directamente, con dolor. Pero bueno, así es la cosa. La muerte duele aunque a veces parezca que no. Y nadie se muere gartis. El asunto es cuánto estamos dispuestos a pagar por ella. Hay quienes regatean y se llevan el corazón en una pieza aunque hecho una piedra; hay otros que se enorgullesen de haber salvaguardado cada sinopsis nerviosa al no haberse preocupado jamás por nada ni por nadie. En cambio, existen quienes saben perfectamente que se están muriendo y que las fichas que no sean apostadas a tiempo se quemarán en un olvido infernal.
     ¿Entendés ahora? Por eso esta noche, por eso esta cerveza, por eso estas palabras que a paso cansino te acompañan hoy sin que ni vos ni yo sepamos cómo demonios hemos llegado hasta aquí (al menos ahora acaso sepas para qué). ¿Por qué no pensar que hemos llegado hasta este punto aunque sea para hacernos compañía, mientras vos te batís a duelo con tus fantasmas y yo con los míos?
     Pero hay algo más, lector o lectora, que no te he dicho sobre mí. Y es que cada palabra que escribo no ha sido arrojada sobre este espacio sin razón alguna, ni tampoco ha caído aquí sólo por mi inefable torpeza. Cada palabra va dirigida sin dudas y sin atenuantes hacia un destino cierto. Cada palabra que se lee y cada una que se omite tiene una causa que yo he elegido como justa. Cada palabra que acompaña este tiempo que pasa irremediable en mi vida es una bala de plata que, a pesar de no poder demostrar justicia alguna, lleva consigo el mayor de mis deseos. A saber, hallar una razón más o menos digna como para no negarme neciamente a  la muerte. 
     No obstante, estás en todo tu derecho de negar lo que desees de todo lo aquí expresado. En todo caso, nada de lo que hagamos cambiará jamás esta realidad, a veces alegre, mayormente penosa, que impulsa a algunos a leer ensayos sin pies ni cabeza, y a otros a escribirle a mujeres perdidas sobre la superficie de lo que parece ser un vidrio empañado donde todo lo escrito mañana será historia. 
     Sea como sea, conservo la esperanza de que llegará un día en que, como a otros antes que yo y por derecho propio, la Historia me absolverá.

RR


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