viernes, 28 de septiembre de 2018

ABRACADABRA


     A ver si nos entendemos, no soy yo, sos vos. No es tu cuerpo, ni tu mente, ni tu alma. No, sos vos, completa, sin recortes, ni censuras y el jarabe que haya que tragarse. Y ojo que no es porque llueva y haga frío y que esta tarde de viernes se preste para llamarte y decirte que hoy sos tan vos como ayer. No es eso. Lo que pasa es que cuando hay que declararse culpable, yo siempre doy un paso al frente, y si alguien me pregunta por qué, ¿qué les voy a decir?
     No es por los días que pasaron, ni los meses, ni las noches sin dormir o esta manía de escribirte. Ni tampoco es que seas el centro de mi vida, ni la mujer perfecta. De ninguna manera, es sólo que sos vos. Vos y lo que tengas para ofrecer y lo que prefieras negar; vos y lo que quieras traer y lo que decidas dejar; vos con todas tus acreditaciones falsas y tus pergaminos comprados en un bazar. Vos y lo que yo creo que sos, aunque vos no lo creas y me lo refutes una y otra vez mostrándome las uñas y tratándome de loco. Vos y lo que te llevaste; vos y el embrujo maldito que dejaste, imposible de ser hallado y desactivado, un vacío llenándome la cabeza de palabras que no hablan de otra cosa más que de vos. Vos que no me creíste cuando te advertí que me estaba enamorando y que entonces ibas a ser sólo vos y nadie más que vos; y que, si al fin y al cabo vos no eras, tendría que volver a casa y aceptarlo como lo he hecho. Y morirme por vos. Punto.
     ¿O vos creés que no se puede morir por vos? ¡Claro que se puede! Porque vos serás lo que serás pero, para mí, vos sos vos y eso es suficiente, eso es mucho más de lo que puede aguantar un tipo como yo que ya no cree en nada ni en nadie pero que, por alguna razón escondida entre tus gestos y tu sexo y tu historia, te quiere sin saber por qué. 
     Ya perdí un tiempo precioso poniendo excusas y pidiendo disculpas por quererte, buscando aforismos para justificar mis razones inexistentes y, al final, siempre lo mismo: vos, desnuda en esta sopa de letras desparramadas al margen de todo lo que me rodea. Pobres letras remojadas en un caldo de cultivo que siempre terminan ordenándose inevitablemente para vos. 
     Vos que vas y venís. Vos que me hacés desaparecer y más tarde, como si nada, me hacés aparecer otra vez. Y entonces yo no soy más que un conejo que sacás de una galera para presumir de tu magia con los que te ponderan y te halagan, para intentar acallar a los que te desprecian y te ofenden.Y a mí no me queda otra cosa que hacer que ser yo, esa parte que ocultás avergonzada y que saldrá a la luz algún día inesperado en medio de la más absoluta oscuridad y desolación, cuando entiendas que se hizo demasiado tarde y que, al final, era yo y eras vos.
     Mientras tanto, vos tenés esa suerte que yo no tengo de no saber que sos vos. Porque vos creés que soy yo y nada más, fin de la discusión. Y el problema, el verdadero problema de todo esta menesunda es que hoy vos sos vos en una foto, en esta hoja, en las pocas ganas que me van quedando de que seas vos; en la conciencia que se va creando en esta clase empobrecida que habita mi yo. Este lumpen proletariado harto de ser explotado, cansado de ser lo más delgado de un hilo que parece que nunca va a cortarse. Y así, haciendo una pésima traducción de lo que siento y lo que pienso, me pongo a escribir estas cartas ridículas para vos que te vas a quedar ahí en la foto, mientras estos pobres miserables que se creen revolucionarios se van a morir de hambre por nada. 
     Pero yo, que también seré lo que seré y que tengo también mi límite, sigo atado a las utopías y pensando en vos y en tu cuadro y en este juego que ya me aburre. Porque a mi no me hacés falta vos, de eso ya tuve bastante, a mí me hace falta ese yo que se fue con vos y que vos decidiste quedártelo y guardarlo en un aparador abandonado para siempre. Y bueno, está bien, estás en todo tu derecho. Pero entonces, yo tendré que ser yo y romper tu foto y quemar estas estúpidas cartas y presentarme arrogante ante tu ojos sin hojas, sin letras y sin sábana para que veas que no te miento, para que compruebes que este fantasma errante en tu olvido soy yo. Un hueco vacío detenido en el tiempo, con tus iniciales escritas con la mano y borradas una y otra vez con el codo sobre un corazón sangrante que vive esperando que un día por arte de magia, y de una vez por todas, dejes de ser vos.

RR


martes, 25 de septiembre de 2018

17 BIS


Y así, ya sin espacio en mi memoria para recordar lo jurado, lo omitido y lo desperdiciado, en este breve y sencillo acto te devuelvo todo.

Te devuelvo el silencio que olvidaste en el mar. 
Te devuelvo la indiferencia que me obsequiaste con displicencia para que la guardes para otros que finalmente se hayan convencido acobardados de la imposibilidad de llegar hasta tu boca. 
Te devuelvo la osadía de contradecir mi destino que te persigue y te acecha. 
Te devuelvo los dolores y los espantos, las noches solitarias y los despertares de angustias. 
Te devuelvo esta soledad que no tiene nombre porque sin tu nombre la soledad es pura ausencia. 
Te devuelvo lo que es tuyo y lo que es mío que, al fin y al cabo, para mí son lo mismo. 
Te devuelvo este diccionario que ya ha quedado viejo pero que contiene todas las palabras que nunca serán suficientes para escribir y escribir y escribir… Te lo devuelvo así, sin envoltorio ni tarjeta, sin anuncios ni advertencias. 
Te devuelvo mi estómago anudado y mi corazón hecho añicos. 
Te devuelvo los porvenires dichosos y las desgracias inevitables. 
Te devuelvo esta condena de recordar lo que todos ya han olvidado y hasta aquello que había salvado para mí: lo que se fue y lo que permanece; y los que se han muerto pero me acarician aún desde las sombras de lo imposible. 
Te devuelvo las faltas de ortografía a las que suelo asirme para escaparle a los sabiondos e ir en busca de la mesa de los suicidas a practicar con ellos nudos corredizos. 
Te devuelvo este puñado de pensamientos robados a los locos. Ideas descabelladas que rescaté de aquel tiempo cuando trataba de entenderte.
Te devuelvo estas palabras que ya no uso: te, quiero. Y con ellas te devuelvo la imposibilidad de devolverlas, acompañadas de esta manía de escribirlas en hojas que ya no van a ninguna parte, que se quedan esperando que las seque el otoño hasta que el invierno entierre sus restos a la espera de tiempos más amables. 
Y de la nada, saco estos pensamientos y te los devuelvo con sus túneles y sus laberintos, con sus jardines y sus bifurcaciones, con Borges y Sábato y Chesterton y Arlt y Schopenhauer y todos esos libros inútiles que no terminan de curar este desconsuelo que ya debería haberte devuelto. 

Te devuelvo todo a vos porque sos vos quien surca mis rumbos y mis malogrados avatares, quien soslaya mis denuncias y acalla mis méritos. Aunque es cierto, no he hecho mérito alguno. Porque no ha sido un mérito haberte querido despiadadamente y sin resguardo, sin precauciones ni culpa y ni una maldita razón que justificara aquella locura de bailar sobre la arena movediza del foso inexpugnable que aún te protege; sin haber tenido en cuenta que tu mirada no me miraba, que tu sexo me consumía y que era sólo tu belleza lo que circundaba mis deseos mientras me hundía en este pozo ciego. 

Y, por último, te devuelvo estos minutos que me quedan antes que me arrepienta de devolverte todo y, sonriente y testarudo, me entregue una vez más al ejercicio diario de olvidarte. Esta práctica nocturna de alcohol y querellas que cada vez me cuesta más y que duele como duelen los dolores que son propios e intransferibles. Esos que no se pueden devolver.

RR


miércoles, 19 de septiembre de 2018

DE A POCO


De a poco nos fuimos corriendo a un costado, fuimos separando nuestras orillas, cambiando el color de nuestras banderas, los códigos, las contraseñas y los guiños a los que les habíamos confiado inocentemente la tarea de guiarnos por el cielo. Ese mismo cielo que yo terminé copiando para poder dormirme cada noche con una mujer creada a su imagen y semejanza.

De a poco nos fuimos dejando ir con el viento como se van los ínfimos gajos de esos plumerillos que nacen en los bordes de las veredas. Y así, también de a poco, fuimos conduciendo nuestros destinos a estaciones diferentes e inciertas.

De a poco nos volvimos a vestir con las ropas de quienes somos y dejamos de pretender que éramos el uno para el otro; y nos miramos de reojo, con desconfianza, con el orgullo de los imbéciles que no paran hasta perderlo todo. 

De a poco somos lo que somos. Eso mismo, ni más ni menos, lo que somos y nada más, ella, yo. Ella... Yo...

De a poco nos fuimos quedando en silencio, esperando que uno de los dos decidiera tomar el toro por las astas y romper el hielo, que al final se fue haciendo un glaciar protegido por todo el ozono que pudimos aportarle.

De a poco ella me fue obviando y yo dejé de decirle obviedades, de jugar a este inconsecuente juego de palabras que apuntan a blancos imaginarios, sólo como una negación esquizofrénica de la realidad, una especie de autodefensa, de salvoconducto para unos pocos sentimientos huérfanos que me golpeaban de a ratos el pecho reclamando una deuda impagable.

De a poco descolgué su retrato de la pared que rodea mi soledad y lo guardé con otras fotos que me quedaron de cuando era un pibe enamorado de muchachas con aires de mujer, con corazones de niña y con actitudes de adolescente.

De a poco fui dejando para nunca lo que tal vez hubiese sido un siempre o, aunque sea, un pronto, un luego, un ojalá, un quedate, no te vayas: un te quiero.

Pero quizás lo más triste y desolador es que, de a poco, ella se fue ocultando como la luna en el cuarto menguante de mi memoria, mientras yo me fui consolando también de a poco con el consuelo de los tontos, mirando condescendiente hacia este cielo que creé sólo para dejarle señales luminosas en medio de tanta oscuridad. Señales que acaso un día de estos, sin saber cómo, ni cuándo, ni por qué, podrán servirle para volver del olvido... de a poco.

RR


viernes, 14 de septiembre de 2018

LO URGENTE Y LO IMPORTANTE


     Hoy lo voy a decir. Hoy lo tengo que decir porque es importante que lo haga. Se lo debo a ella y me lo debo a mí (y hasta es probable que se lo deba todos los extraños desconocidos que andan por ahí). Ha llegado la hora de admitir que la extraño, que extraño aquellos días cuando nos encontrábamos en estas páginas, bajo este cielo, como dos extraños, con la vida escurriéndose por el puño del tiempo. Mi vida, su tiempo.
     La extraño, no como la extrañaba cuando los hilos de su ausencia se apretaban a mi cuello. No, no de esa manera. La extraño amorosamente, con mi mente clara y mi cuerpo sano y mi espíritu todavía libre. La extraño y desearía que estuviera ahora aquí, apabullándome con aquel inmenso silencio que me gritaba desde lo desconocido de su paradero, desde ese inoportuno umbral donde una vez la imaginé como una pequeña macetita floreciendo bajo un sol inalcanzable para mí.  Así quisiera tenerla ahora, inalcanzable como antes. Como cuando me sentaba a escribirle a cualquier hora del día, dejando todo de lado ante la urgencia que me provocaban unas palabras que ahora parecen haberse ido finalmente con ella. ¿Será que aquello que tanto temía se ha vuelto realidad? Ella no está al alcance de mis manos como lo estaba antes. Ella ha quedado oculta debajo de esta nueva (vieja) realidad apestosa con un olor insoportable a pasado podrido, con gritos de dolor que provienen ya no de la fantasía de algún cuento de terror, sino que son producto de esta nueva (vieja) tragedia que nos abarca y nos sumerge como una neblina espesa dejándonos como paralizados, como perdidos ante la maldad manifiesta.
     Sí, quisiera encontrarla para recuperar aquella ceguera amorosa que me impedía morirme por una pavada, que me tenía detenido en la oscuridad de la fiebre de quererla a pesar de ella y de todo -sobre todo de ella-. No es justo que ya no pueda escribirle, que ya no tenga la opción de rimar mis desgracias a su partida, de justificar mis desvelos a la luz de la nostalgia que la sola pronunciación de su nombre me producía. No es justo que esta tristeza no sea suya, que sea sólo mía y que venga arriada por este vendaval que arremolina todas las tristezas juntas: la de esos otros más tristes y más desesperados que cualquiera de aquellas noches mías, en donde con cierto egoísmo la extrañaba mientras ella, hermosa e impune, desnudaba mi soledad. 
     Y es por eso que hoy la he traído a la fuerza hasta aquí. Para que, aunque sea, me diga una vez más adiós en silencio, para que por favor me omita de cualquier recuerdo y con eso me devuelva al limbo donde, a decir verdad, al menos podía combatir estos dolores que hoy -hoy y ayer y seguramente mañana- se hacen intolerables. Porque ya nos son mis dolores atados al destierro por los aromas eróticos de una mujer que jamás volverá. No, estos dolores son de carne y hueso y andan por la calle con los ojos llorosos y las cabezas gachas, con las miradas perdidas y las almas estrujadas, con las panzas vacías y las miserias llenas. Estos dolores son los grandes dolores sobre los que uno ensaya preguntas filosóficas y respuestas históricas; son los que desatan la furia y la venganza. Estos dolores son los de la injusticia y los desposeídos, de los que muerden con rabia reclamando un derecho que, a esta altura, deberíamos tener todos asegurado: el derecho a morirnos aunque sea un poco mejor de lo que hemos vivido.
     Y hoy, entre tantos dolores que nos son suyos, la extraño. Porque extraño aquello de saberme enamorado de un fantasma y aquella voluntad de vivir persiguiendo una sábana blanca. Y extraño cuando la nombraba en voz alta en cada oración donde debía ocultar su nombre. Extraño verla paseando sus años pasados por la vereda de enfrente y observarla desaparecer en la esquina apurando una cerveza fría para brindar por ella. La extraño por ella, pero sobre todo por mí. Porque, de a poco y sin querer, me he ido quedando sin las palabras dulces que ella juntaba en mi colmena como una abeja obrera. Y hoy sólo salen de mis manos oraciones urgentes, ásperas y amargas, llenas de agobio, de pena y desconsuelo por ver a los miserables de siempre jugando otra vez los juegos del hambre y de la muerte con los bienaventurados que jamás cesarán de luchar por algo más que el Reino de los Cielos.
     Por eso, tal vez esto ya no sea urgente, pero aún es importante: te extraño.

RR


viernes, 7 de septiembre de 2018

SU NECESIDAD DE NECESITARME


     A decir verdad, él tenía razón, ella no le debía nada. Era él el que aun estaba en deuda. Es que en vez de enamorarse de esa insustituible necesidad de que ella lo necesitara, se enamoró como un tonto sólo de ella, de ella sin él. Y una vez consumado ese fatídico hecho, no hubo ya nada que pudiera hacer para remediarlo.
     Seamos honestos: yo podría averiguar en unos minutos la dirección exacta de la casa de ella y enviarlo a golpear su puerta como si él fuese un desconocido. Entonces, ella quizás abriría la puerta y él, sin decir agua va, la tomaría de la mano y la miraría fijamente a los ojos. Luego, ya camino hacia su cuarto, y sujetándola levemente de la cintura, comenzaría a desnudarla con la anuencia y la complicidad de su piel suave. Con gusto y parsimonia comenzaría inmediatamente después a degustar los alrededores de sus pudores mientras las yemas de los dedos de ella intentarían rellenar sus vacíos pendientes, los de él, esos que se fueron formando noche a noche cuando no tuvo otra chance más que arrojar pedazos de su alma a los perros de los demonios, a las sábanas heladas de los fantasmas; y claro, también a esas mujeres a las que nunca se les promete y a las fantasías que nunca se cumplen. Así, más tarde, la antesala de la madrugada los encontraría abrazados a un sueño que mostraría dos mundo irreconciliables. El de él, hecho de futuros imposibles aromados con los perfumes de las intimidades de ella. El de ella... Bueno, esa es la parte difícil de esta historia. Porque esa es la parte que nunca aparece cuando rompo el pequeño sobre lleno de figuritas repetidas, de recuerdos de álbumes vacíos sin premio ni consuelo.
     Para cuando finalmente la mañana se presentara incuestionable, la vida les pisaría los talones y les abriría la persiana para romper un pretendido hechizo, para saldar la deuda de una apuesta perdida de antemano. Y ella, que tiene más práctica con eso del sueño pesado, seguiría paseando por su inconsciente, llenando su álbum una y otra vez con promesas de besos inmediatos, besos que no aceptan reclamos ni piden devoluciones. Él, en cambio, para no arruinar lo poco que le quedaría, aceptaría su destino. Y sin chistar, sin siquiera decir adiós o hasta siempre, juntaría sus ropas y sus penas, sus inútiles poemas aun sin escribir y sus desgraciadas ansiedades y se iría por el mismo lugar que vino. Atravesaría la puerta que da a una calle que nunca más transitaría y se perdería de vista para siempre. Fin de la historia.
     Así son las historias que aquí se cuentan. Sin embargo hoy, sin saber realmente por qué, se me antojó escribir acerca de las necesidades de él y de ella. Probablemente porque comprendí eso que me advertían casi todos sobre la necedad y los evidentes desatinos de mis textos. Al final, luego de una lectura fatigosa y claramente de compromiso, casi todos me decían: "está muy bien, pero te estás olvidando de algo: él siempre se enamora de ella y con eso nunca alcanza". Y tienen razón. Porque afuera, recorriendo otras calles y otros días y otras noches y otras camas, siempre me quedaba todo aquello que ella nunca traía a este juego. Sí, tienen razón. Porque en estas historias él siempre se enamora de ella sin ella; de ella sin su mente pensando en él; de ella sin el deseo de volver a verse, de volver a encontrarse casualmente en una búsqueda inconfesable, en una cacería mutua y perpetua como la del perro que persigue su propia cola. Él se enamora de ella sin sus matutinos despertares, sólo con sus pesados sueños que la dejan fuera del alcance de los de él. Sueños livianos y volátiles como la loca imaginación de sus manos que todavía hoy, cuando me alejo por unos días de su voz, reclaman el contorno y las formas de ella. Así es, él se enamora de ella y de su propia alegría de necesitarla. Y con eso comete el más imperdonable de los pecados. Pues es sabido que cuando uno comienza a necesitar lo que quiere no puede ya renunciar a eso que, inevitablemente, se vuelve impostergable. Por eso, así como así, todo lo demás pasa a ser perecedero y condicional. Y de esa manera, uno va por aquello que necesita sin demoras y lo busca, lo lucha. Y hasta llegado el caso, lo toma sin más.
     ¿Acaso, entonces, sea este un buen momento para cambiar el rumbo de su destino fatal? Es que, al final, el pobre infeliz terminó durmiendo en esta casa. Nunca tuve el coraje de decirle que se fuera, que más allá de los márgenes de estas hojas habría seguramente otras ellas, otros pies y otras piernas caminando otros renglones, amaneciendo a nuevas historias más agraciadas que tal vez lo incluyeran de alguna manera un poco más próspera. Vamos, nunca pude ser tan cínico para proponerle una valentía que ni yo mismo no puedo acusar.
     Entonces, al final el se quedó dando vueltas por los lugares más silenciosos. Y cuando no oye nada de mi parte por algunos días se arrima y me habla bajito y trata de consolar lo que no tiene consuelo (a pesar de esto, yo aprecio su buena intención). Canta alguna canción que me tranquilice; murmura oraciones sueltas que, por obra y ciencia de algo que no comprendo, terminan transformándose en borradores de confesiones acalladas, en inoportunas declaraciones de amor para mujeres que no necesitan ya de mis declaraciones. Él decidió quedarse y yo -lo admito- permití que lo hiciera. Porque, al fin y al cabo, él vive en ese lugar oscuro adonde voy cuando me toca morir de pena o de bronca, de amor o de alegría; cuando el río ya no suena y el tiempo se detiene en la nota infinita de un requiem infernal.
Y cuando finalmente me toca resucitar, él vuelve a su silencio y me saluda como satisfecho de haber cumplido su misión. Desde la penumbra de su rincón silencioso y solitario levanta su mano, baja su mirada y desaparece llevándose con él a su ella y a la mía: a su salvación y a mi condena.
     Así es, a pesar de lo que parece, yo no soy él. Él es otro. Ese otro que participa generosamente en estos divertimentos literarios que me dan un respiro momentáneo y me llevan a caminar otras calles, fantaseando con las promesas de otras mujeres y abriendo paquetes de figuritas que, quién sabe, tal vez un día, cuando menos lo espere, traigan una cara desconocida asomando como el sol del amanecer entre medio de los rasgos nocturnos de ella que han sido calcados en hojas sueltas palabra tras palabra, con trazos teñidos de alcohol y versos trágicos repetidos una y otra vez. Versos cada vez más descoloridos, cada vez menos versos.
     A veces hasta creo que un día voy mirar hacia un costado buscándolo en medio de una noche silenciosa y él ya no va a estar acá, se va a haber ido habiéndome dejado sobre la mesa un sobre que, acaso, abriré ya sin la esperanza de que sea el último. Y ahí quizás esté ella, la que me falta para completar este álbum y terminar con estas historias que no tienen ni introducción ni desenlace, que son puro nudo, nudo en la garganta. Así, guardadita y expectante en su sobre, tal vez asome finalmente y sin aviso previo la figurita difícil: la de ella con su necesidad de necesitarme.

RR


DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...