viernes, 1 de marzo de 2019

UN PAÍS DE HIJOS DE PUTA


     Sí, es así como te digo, hermano: este es un país de hijos de puta. Si no, ¡¿cómo hacés mierda semejante país?!
     En este país nadie corre, todos vuelan bajito pero se creen que cagan oro desde lo más alto de un olimpo argento. Pobres tipos que se limpian la mierda de sus propias cabezas, esa que le arrojan sin culpa los que realmente cagan alto, y se la tiran a los de más abajo, a los que apenas caminan, a los que apenas andan por la vida arrastrando por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser. ¿Te das cuenta, hermano? ¡Qué me van a hablar de amor, de amor a la Patria! ¿Qué patria tienen los hijos de puta? Respuesta: ninguna. Lo que ellos llaman Patria es sólo un título que encabeza el preámbulo de su declaración de filibusteros hijos de puta, capaces de entregar hasta la vieja si eso les sirve para salvarse de pagar un copete en algún hotel soñado de Punta Poronga. 
     No, los hijos de puta no tienen límites, no los tienen, ni cerca ni lejos, por eso nosotros, pobres boludos, nos la pasamos diciendo como giles: "no se van a atrever a pasar ese límite". Error: los hijos de puta no tienen ninguna frontera, ni moral, ni ética, ni siquiera política. Los hijos de puta están en todos lados, en todos los partidos, en todas las canchas, siempre en orsai; gritan, putean y embarran el juego con su despliegue característico de hijaputez. Ellos se aprovechan de su condición de hijos de puta dejando siempre bien en claro a qué han venido a este pobre país. 
     ¿No me creés? Salí a la calle, dejá el celular y escuchalos hablar, miralos cómo se mueven, cómo gesticulan, cómo señalan siempre para el mismo lado, cómo vigilan y botonean para la yuta o para algún secretario de cualquier cosa con tal de que les facilite un trámite o les acaricie la cabeza como buenos perros guardianes del sistema. Ojo, seamos claros: esta maraña de hijos de puta es todo lo que este sistema puede ofrecer, todo lo que va a engendrar en su interior. Ni más ni menos que un país de hijos de puta. 
     Por eso los hijos de puta siempre elijen a uno como ellos que los represente en el poder, para que no desentone con ellos; ni tampoco con los otros hijos de puta, no los que sostienen el mango, sino con los dueños de la sartén. Entonces un día tenés un presidente que es el peor de los hijos de puta, con un gabinete de hijos de puta de la misma calaña que negocian y acuerdan todo lo que hacen con los hijos de puta que gobiernan las provincias; con el amparo de un congreso de hijos de puta y una justicia que, para qué te voy a contar si ya te la debés imaginar. Así de hijos de puta son estos tipos. Se confabulan con los hijos de puta de otros países y entre todos arman una organización mundial de hijos de puta que llevan y traen guita sucia para sus propias arcas; trafican y venden toda la falopa que dicen combatir; bloquean, difaman, invaden, somenten, torturan y matan a todos los que se resisten a la globalización de hijos de puta. Tanto para ellos como para los de cabotaje, los de vuelo bajo, ser un hijo de puta es una ocupación full time en la que no se puede dar ventaja. El que da ventaja, como ellos bien expresan, puede ser desplazado por otro hijo de puta desconocido y no tan confiable.
     No, hermano, no estoy exagerando. No hace falta tampoco que los busques, los hijos de puta están por todos lados. Mirá por ejemplo acá, en el país de los hijos de puta. En este país, unos hijos de puta escriben en los diarios o hablan por la radio o por la televisión y otros, igual de hijos de puta que aquellos pero de menor rango, comentan y aprueban y festejan lo que esa lacra mercenaria dice, como buenos hijos de puta que también son. Por otro lado, unos se disfrazan de autoridad y cagan a palos a los que siempre quedan enredados en la letra chica de la ley: a los negros o a los maestros o a quién ose en levantar la voz. Otros, tan hijos de puta como los de los bastones y los gases, arengan y vociferan y escupen su odio que no llega ni llegará a ser nunca odio de clase, porque estos reverendos hijos de puta no saben -a decir verdad, lo saben pero no lo aceptan- que no son lo que ellos dicen que son, que apenas si llegan a ser unos piojos resucitados, unos perejiles que el sistema usa para regar su odio y garantizar su dominio. 
     A mí lo que me duele un poco a veces es ver tanto hijo de puta entre algunos conocidos, ¿viste? Eso, sinceramente, me hiere un poco más. Porque me hace pensar que, después de tantos años sosteniendo algunos principios, al final me veo rodeado de hijos de puta, como si yo fuera uno de ellos. Y yo creo que no soy uno de ellos (estoy seguro). Porque, en realidad, a mí me llueve constantemente la mierda de los hijos de puta, la de los de arriba y la de esos otros que vuelan el vuelo rastrero de la rapiña. Por suerte, de vez en cuando me encuentro con algunos salpicados como yo en algún lado y podemos miramos y reconocemos y limpiamos un poco la mierda entre todos (cosas de la solidaridad de clase que le dicen). Pero, incluso en esas ocasiones, siempre va a haber un grupo de hijos de puta dando vueltas por ahí, señalando y emitiendo su graznido acostumbrado: "¡vayan a laburar!". ¡Qué hijos de puta! 
     Ya ves, hermano, qué desencuentro. Doscientos años aguantando hijos de puta nacionales y extranjeros -y eso sin sumarle aquellos trescientos anteriores de los pobres indios exterminados como moscas-. Doscientos años devorados por los de afuera, por estos hijos de puta que hoy están más hijos de puta que nunca. Y todo porque nosotros somos unos boludos legalistas que valoramos más una urna de cartón. Una caja cómplice en donde quedan guardadas hasta la próxima elección todas las promesas que se pasan por el culo los hijos de puta y los dueños de la sartén y los mercenarios mediáticos que hacen y deshacen la realidad, haciendo pasar por puchero un plato de mierda que se puede oler a la legua. Sí, valoramos más esa "soberanía popular" falsa que la vida de todas las víctimas de estos hijos de puta, de los que se mueren de hambre, de frío, de gripe, de desamor, de negligencia, de desidia y de toda las enfermedades que ellos mismos transmiten y contagian con total impunidad. 
     Y todo por no ser nosotros aunque sea un poco hijos de puta con ellos -un poquito nomás-; por no salir verdaderamente soberanos a la calle a enfrentarlos, a cocinar nuestro propio puchero y tirarles el plato de mierda en la cara y correrlos a patadas en el culo fuera de unos límites que nosotros sí tenemos y que ya deberíamos haber cruzado hace rato en vez de seguir aguantando hijos de puta. Un lugar bien lejos donde sólo la memoria, la verdad y la justicia los encuentre. Acá nomás, del otro lado de la frontera que nos separa de los hijos de puta de este país.

RR


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