viernes, 22 de febrero de 2019

LA FE, LOS HECHOS Y UNA MARIPOSA


     Tal vez para no empeñarnos en apuros innecesarios sería mejor decir que quizás ya no somos los que éramos. Incluso, y sin pecar de metafísicos, ni siquiera seamos quienes creemos ser ahora que ya nos fuimos de donde alguna vez creímos estar.
     Y digo tal vez como haciendo el intento con esta nueva costumbre de poner todo en duda, de dejar las cosas bajo un manto de sospecha que, en caso de ser despejada, podría agregar una claridad que, para qué negarlo, no resolvería absolutamente nada.
     Pues, como ya te habrás podido percatar, ya no cuenta ni tu palabra ni la mía. Ya no importa si hemos sido o no lo que creímos o no. Nada de eso cuenta ahora. Sólo vale lo que sería posible si todo fuese posible. Si los malos no fuesen los malos y los buenos jamás pudieran comprobar bondad alguna. Hoy, lo que ellos dicen es lo que cuenta. Lo que ellos escriben, publican, transmiten, afirman y jamás prueban es lo que aparentemente somos, lo que hemos sido y hasta lo que creímos ser.
     Estamos puestos en duda, vos y yo, nosotros y vosotros. Nunca ellos. Ellos son, a esta altura, lo que dicen ser y punto. Porque lo que dicen ser se ha convertido finalmente en el ser y en el Ser. Ya no hace falta ninguna profecía que lo advierta, ni un Orwell que los sitúe en año ninguno. El futuro llegó y los palos son todos para nosotros, para vos y para mí, para la realidad entera que ha pasado a ser un anécdota, un hecho nimio e inverosímil si ellos no la verifican y la autorizan. Sin ir más lejos, acá nomás, no tan lejos en nuestra línea de tiempo, se estaría produciendo un hecho humanitario que, según dicen ellos, es conmovedor. Sin embargo, hay algo que me impide conmoverme, algo que me previene de beberme ese trago que sabe más bien a hiel maliciosa y me pone en alerta ante lo que nos espera. ¿Lo sentís? ¿Sentís el aroma a azufre, el olor rancio de los sirios velando a la verdad moribunda que sufre abandonada a su suerte como un Dante arrastrándose injustamente por el infierno?
     Nadie habla ya de la verdad, a nadie le importa. Algunos dicen defenderla respetando democráticamente las diferentes voces que, sostienen ellos, la expresan. Tampoco me trago ese sapo. La verdad es una sola. Que Dios exista o no, no cambia la fe de los creyentes porque la fe no está sostenida de ninguna manera por la verdad, -como así tampoco la verdad lo está por la democracia o cualquier otra falacia burguesa-. La verdad, como el amor, se sostiene en los hechos. Nadie ama una mirada, sino el escalofrío que produce, la sensación incomparable que recorre la piel cuando los ojos la posan suavemente como una mariposa sobre la vida de quien jamás podrá olvidarla. De la misma manera, nadie puede desterrar la verdad. La verdad sobrevive a todo y a todos. La verdad acumulará el polvo de los años y las cenizas de los muertos sobre sus espaldas y las llevará encima por siempre hasta presentarse un día o una noche sin premeditación y sin aviso a destruir las farsas de estos mismos farabutes y transfugas que hoy -y seguramente mañana- nos volverán a ofrecer la hiel y el sapo, la pócima diabólica que han venido preparando pacientemente. Un brebaje asqueroso destilado al calor de la estupidez malsana, el rencor infinito, el odio putrefacto, la miseria espantosa y la injusticia cruel. 
     Será por eso que ya no soy lo que era, que no estoy donde estaba, que ya no te escribo como me apetece. Porque esto ha dejado de ser un juego para ser una trinchera. Estas palabras que caen en tus manos cada tanto forman una zanja real, verdadera, donde ya no es posible pensar en tu ausencia sin sentir la obligación moral de denunciar la ausencia de tantos otros que van quedando rezagados y olvidados. Tantos otros, querida, que fundamentan estas esperanzas imprescriptibles de repatriar viejas guillotinas para hacer nueva y verdadera justicia, para cortar por lo menos alguna de las tantas cabezas de este monstruo grande depredador de almas. Por eso, si me escuchás hablar de los pobres de este mundo, defender sus causas, solidarizarme con sus dolores o escribirles unas palabras de aliento, no te extrañes, no dudes ni por un instante que también para vos hablan ellas. 
     Vos, amor mío, que aun permanecés a mi lado como una verdad irrefutable; una mariposa de alas suaves, colores furiosos y mirada escalofriante. Un aleteo tibio y amoroso que acude urgente y me sobrevuela cuando la noche oscura de la muerte se cierne sobre mí; cuando los hechos parecen ceder a la mentira y al engaño dejándome sin otro remedio para sobrevivir más que vos y esta fe revolucionaria sin Dios y sin culpa.

RR


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