miércoles, 6 de febrero de 2019

DIURNO Y ESTIVAL


     ¿Será? ¿Será, entonces, que debo cerrar los ojos y dar un paso adelante arrastrando estos demonios funestos y los amaneceres que nunca llegaron? ¿Será que tengo que abrazarme así desnudo y abatido a la oscuridad para hacer de ella una luz que ilumine tantos acordes silenciados por el olvido, por el dolor de ya no ser? ¿O será acaso sólo cuestión de aferrarme a esta pluma que vuela su propio cielo y al espacio en blanco que se ha creado entre nosotros, entre los fugaces vivos y los eternos muertos, entre los que ya no volverán nunca y los que se quedaron brindando por cualquier cosa? ¿Será que ha llegado la hora de archivar las desilusiones y los desencantos y sonreír sin motivo sólo con la compañía ocasional de tus ganas visitando por las noches mis deseos?
     La verdad es que no lo sé. Y, paradójicamente, eso no me perturba tanto como sí la posibilidad de saberlo, de develar la incógnita y ponerme en conocimiento de mi destino. Porque no quisiera saber nunca que te vas a ir para siempre de mi memoria, que tu fantasma saldrá de mi cama un día de estos e inmediatamente se hará un cráter de silencio y desesperanza que tendré que llenar con poemas que no sabré cómo escribir. Porque mucho menos he aprendido a juntar el polvo suficiente de todo lo que va quedando abandonado para llenar este agujero inmenso y procaz; cómo se toma una maldita escoba y se barren al viento los recuerdos infectados de besos secos; cómo se juntan las palabras precisas (y tu sonrisa perfecta) para contar acerca de esa muerte peor que la muerte, de ese sinfín que arrastró tu recuerdo al olvido dejando todas estas horas por vivir. Sin saber cómo. 

RR


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