viernes, 8 de febrero de 2019

SUS AIRES ESTIVALES


     Acurrucados al costado de las horas vuelven nuevamente sus aires estivales. Aquellos mismos aires que prometieron destruir finalmente mis oscuros fríos, los peligrosos despertares llenos de nada, de pura nada, de todo o nada. De poemas sin rima, de historias sin argumentos, de alegrías injustificadas, de tristezas sin fundamento. Recuerdos sin memoria que fueron olvidados apenas intentaron perdurar en la piel o transformarse en trazos de tinta seca, signos, aromas y sabores perdidos e irrecuperables.
     Estos aires estivales van y vienen, bailan la melodía de la brisa, de la arena y las olas, de las nubes negras que anuncian las impostergables e imprescindibles tormentas de la tarde. Se arriman despacio, sigilosos entre mis suspiros dormidos, entre los durmientes zumbidos de los abejorros, entre las ninfas imaginarias que esperan cada una a su Ulises. Me desechan por la mañana y me atormentan por la noche obligándome a buscarla como un ciego hasta encontrarla. 
     Justo a mí que he hecho un pacto de no agresión conmigo mismo, que me he negado triunfante al ser o no ser para evitar desaparecer del todo, para sortear sus acertijos y no quedar fuera del alcance de su último manotazo de ahogada. Para aliviar el pecado mortal de sentir este dolor en las tripas y en la carne roja de sangre que urge a mi alma a dejar de una vez por todas el amor platónico para ir a abrazarme al desconsuelo de una piel desnuda a la hora de la siesta. 
     Entonces, y eludiendo cualquier clase de contratiempo, hago ademanes exagerados y promesas impracticables; renuncio por escrito y la calumnio por la espalda para simular un odio imposible. Tan imposible como prometerle alguna vez indiferencia.
     Y mientras los aires estivales también pasean por sus calles que suben y bajan de aquel lado del mundo, de este lado de la hoja, yo asumo cobardemente mi derrota y me arriesgo a deslizarme entre sus sábanas; acomodo lentamente mis piernas entre las suyas humectando estas ganas de adentrarme en sus soledades, de apretarle los pechos que imagino de pezones despiertos, vigías, duros como la vida misma; encantados de conocer, agraciados por las necesarias desdichas que prueban que la muerte podría estar esperándonos a la vuelta de la esquina, a la vuelta de su cabeza que gira para verme y se abraza a mi pretendida compañía, mientras yo me abrazo a su irrefutable ausencia acompañándome de estas palabras que nadan el tormentoso río de mis anchas soledades, de estos fracasados intentos de sobrevivir a su renuncia, a su inmenso silencio que aun perdura en el tiempo. 
     Un tiempo que, como el amor, lamentablemente se materializa siempre cuando ya pasó, cuando ya no quedan días en el calendario, minutos en las agujas, besos en la boca; cuando no somos nada más que lo que hemos sido sin poder volver a ser. Cuando los años han transcurrido desentendidos entre lo que quedó de aquella vida postergada y la muerte enamorada e inminente que nos sopla calurosamente la nuca. Cada vez más de cerca.

RR


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