Podemos hacer de cuenta que vos no sos vos y que yo no soy yo, que la calle no es una desgracia y que los autos nos tocan bocina a la pasada, como para aprovechar la ocasión y arrimar lentamente los dedos de las manos hasta hacerlos tocarse delicadamente, como sin querer queriendo, buscando una protección que no es tal, que es sólo un deseo igual al que ahora mismo se me ocurre que podría guiarnos hasta el rincón más alejado de tu cama o de la mía a fingir que vos sos esta sombra de mujer que baila desentendida por estas hojas y yo un poeta fracasado que corre detrás de las palabras tratando de capturar algunas que adornen tu lejanía que se hace cada vez más y más cercana, cada vez más y más llena de todo lo que falta alrededor de esta oración que parece que no va a terminar nunca pero que, sin embargo, en algún momento tendré que dar por finalizada para apagar la luz y quedarme a solas con los sonidos de una canción que ya terminó hace un rato pero que, como el flaco Abel, aún me guía en el aire húmedo de esta noche de febrero en donde la trompeta se va llevando tus pasos por una orilla infinita que jamás volveré a pisar; al igual que vos que no sos vos, que sos otra que no conozco aunque pretenda conocerte, aunque actúe a partir de este momento como si me arrimara a tus dedos y a tu destino, a tu horizonte inalcanzable, subiendo por tu brazo hasta alcanzar tu hombro y bajando por tus pechos hasta tocar tu vientre para luego entrar en tu ego femenino libre de yuntas y de bueyes, adornado nada más que por ese loco berretín que gobierna tus placeres y que dirige tus alabanzas hacia quienes acierten en dominar su lengua y se entregen al silencio de tus caprichos, al abrazo sin esperanzas, a ese dolor postrero que les llegará inevitablemente al reconocerse sin derechos ulteriores a tus besos y a tus ansias, a tus ganas y a tu furia, a todo aquello que se fue extinguiendo mientras imaginaba que eras otra y no esta que sos, esta que se abraza a mis soledades con premeditación y alevosía, que me lleva a los empujones sin darme tiempo a nada, ni siquiera a corregir los puntos y las comas que caen en cualquier lado provocándome tropiezos vergonzosos con mi propia imprudencia como este, asiéndome del alma y dejándome hecho apenas un cuerpo arrojado directamente sobre unas brasas alimentadas de falsos recuerdos que queman todo a su paso, que son volcán y lava y humo y toda la desgracia y la belleza de Pompeya oculta bajo sus propios restos; al mismo tiempo que me doy cuenta de que he perdido tu rastro para siempre y, entonces, quizás sea mejor ponerle un punto final a esta obra sin actores ni argumento, sin penas y sin gloria, sin vos que siempre sos vos y sin mí que, desafortunadamente a esta hora y después de todo, sigo siendo yo.
RR
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