(texto rescatado de una conversación breve)
Todos deberíamos encontrar un suplicio que nos condene, una daga que nos apuñale, un solsticio fracasado que nos empape de furia y nos doblegue y nos consuma el poco aire que nos va quedando. Todos deberíamos ser capaces de decir "acá estoy, matame", y morir por una buena razón. Todos deberíamos ser acreedores del infierno que nos consume en cada sonrisa, del engaño que divulgamos a cuatro vientos entre copa y copa, entre bala y bala. Todos deberíamos tener derecho a ser este manojo insensato de despojos de amores y relatos de otras bocas; un recuerdo constante y preciso de una fiebre que nos deje tirados al costado del olvido sin otra cosa que hacer que esperar a que se pase "y que sea lo que Dios quiera".
Porque todos estamos a merced de un salvaje estallido: su risa, su calma, sus señales, sus conflictos, su vida, la muerte. Y vagamos como hipócritas entre los delirios de la borrachera y la patética sensatez del tipo equilibrado que yace en la red seguro y que jura jamás volver a intentarlo.
Todos, amigo mío, buscamos la paz en la guerra y las respuestas en las noches sin luna. Pero no hay nada ahí, nada. Te lo digo porque esta noche tiene algo de luna y mis enemigos están todos aquí brillando impunemente a mi lado, hablando nada más que de ella de quien ya no hablo, por quien ya no lloro, a quien ya no recuerdo. Sólo le escribo.
RR
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