domingo, 5 de julio de 2020

DE LA NOCHE A LA MAÑANA


     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se fue hace una hora, cuando todavía no habías llegado, cuando todavía tenía la esperanza de no abandonar la esperanza, de no perder lo poco que había logrado salvar de la debacle de la tarde que me adormece a veces y otras directamente me resucita justo a esta hora, después de haberme hundido la daga que empuña tu aroma.
     Y ya es tarde, demasiado. Para lágrimas, para arrepentimientos tardíos o para llamadas inoportunas. Es tarde en esta noche que no termina nunca de empezar, que me acaricia los pies y se anuda corrediza a mi garganta. Y es tarde para terminar con aquello que nunca acabará, pues decidí nunca darle comienzo; que se mantendrá incólume por más que rezongue y desmienta cada una de estas tardes que perdí estúpidamente orgulloso en tu nombre. Es tarde, sí. Es tan tarde como tarde es para esperar de esta noche algo más que un desbarranco inevitable hacia una mañana fría y gris que sabrá otra vez a encierro y a olvido (sobre todo a olvido).
     Pero dicen que mañana será otro día, veremos... Ahora, a esta hora, mañana es apenas una entelequia, un pobre sustantivo sin nada que ofrecer para escribir esto que nunca -lo prometo- será escrito; un adverbio que, a esta hora de la noche -lo reconozco-, es incapaz de llevarme a ningún lado. Ni siquiera de regreso adonde estaba hace algunas horas: una tarde nublada con gusto a nada, con el aroma ficticio de los amores imprescriptibles que se acaban antes de siquiera uno poder esgrimir una despedida digna, un discurso mediocre libre de frases petulantes que prometen razones de carácter metafísico y hasta una revancha imposible de un destino que sabrá esquivar sabiamente a quienes insistimos con quedarnos en la puerta de la memoria esperando una respuesta que jamás llegará, para una pregunta que, por discreción y buenos modales, nadie debería hacer jamás.
     Por eso lo único que podría ahora alegar a mi favor es que, al menos las palabras no me abandonaron todavía. Y eso que ya deberían haberlo hecho hace un tiempo... Como aquella vez, hace mucho, cuando creí engañarte e intenté distraerte por un momento. Creí sin poder creer y aposté a desgastar tu recuerdo contra la piel de otra mujer. Pero ella se fue como se van todas: en silencio y nunca muy lejos. Acá nomás, a la vuelta de una canción o de algún corcho que se trepa alegre a un sinfín metálico con la ilusión de salvarme. Se fue como todas las demás, se fue para nunca más volver. Pero, desgraciadamente, ella también olvidó su recuerdo debajo de la almohada condenándome a volver a este pasillo de hombres muertos que van y vienen de la tarde a la noche, acompañados de palabras que saben al tinto dulce y oscuro de esos amores que, aunque se evaporan de la noche a la mañana, se impregnan inevitablemente en las paredes descascaradas de la vida. Y de la muerte.
     Ya ves, se hizo la hora. Es tarde y es de noche. Hasta mañana.

RR


martes, 21 de abril de 2020

MANCHA DE NOCHE


¿Cuántas noches han pasado desde que se pasó la noche? ¿Y cuántas noches desde que el día se hizo noche eterna y el cielo una mancha roja, oscura y sangrante por dentro?

¿Cuántas noches han pasado desde que la muerte vino y se fue, dejándome solo con la noche?

¿Cuántas noches se han ido danzando con el alcohol y la música, llevándose la mirada perdida de sus ojos que nunca más volveré a ver?

¿Cuántas vidas he perdido en cada una de esas noches? ¿Y cuántos gatos han caído de pie por mi, para mantenerme vivo, para ocultarme de la noche y la muerte que bebían a la salud de mi memoria cruel y todos los olvidos postergados?

¿Cuántas noches, vida mía, me quedan todavía antes de sacrificar de una vez mis últimas palabras, por no poder ya verlas sufrir y desangrarse?

Noche tras noche.
Copa tras copa.
Canción tras canción.
Muerte tras muerte.

RR


martes, 24 de marzo de 2020

DESDE ADENTRO


Vos sabés que tengo que escribir algo, vos lo sabés. Vos sabés que este día no es cualquier día, que aunque este día esté presente todos los días, cuando este día finalmente llega todo se vuelve pesadumbre y nudo, una tristeza que se asemeja más al dolor de la carne que a la melancolía de un tiempo que no debió haber sucedido jamás.

Pero sucedió y vos lo sabés mejor que yo. Y mirá que yo lo sé bien. Lo sé porque un poco lo leí y otro poco, mucho más contundente aún, porque lo viví en su momento sin darme cuenta. Pero sobre todo, por lo que vino después, esto que hoy está más presente que ayer y lo que estará mañana, este aroma espantoso que dejan las tragedias, ese olor a muerte, a ardor incesante, a rencor y venganza. Sí, también rencor, también venganza, ¿de qué vale mentirnos a esta altura? Pero, fíjate vos, a pesar de eso, de esos sentimientos tan humanos, tan naturales cuando a alguien se le pone el cuchillo en la garganta, la soga al cuello o una picana en los genitales, a pesar de todo eso, lo único que sigo pidiendo, ayer, hoy y mañana, es justicia.

Y ya que estamos hablando -como lo hacemos desde hace tanto-, tal vez estaría bien que habláramos de esa Justicia que reclamo, no de la justicia que se ofrece al mejor postor, ese teatro payasesco y vil que nada tiene que ver con la Justicia. Esa justicia es apenas una mímica, una parodia de esta Justicia de la que te hablo. Porque yo reclamo Justicia a secas, sin letras chicas, sin atenuantes, sin privilegios. Quiero Justicia con juicio y castigo. Quiero Justicia efectiva y terminante. Quiero Justicia -como alguna vez escribí en otro lado- para los justos y para los traidores. Y, ¿sabés por qué te aclaro esto, por qué hago tanto hincapié? Porque esta Justicia debería abarcar a quienes te desaparecieron, a quienes te torturaron, a quienes te mataron pero también a quienes se quedaron con todo, esos que brindaban con fino champagne y las manos manchadas de sangre y el alma podrida, mientras los cuerpos caían al río y al mar apenas adormecidos. Reclamo Justicia también para esos otros oscurantistas que engañaron y delataron murmurando oraciones a un Dios silencioso y corrupto. Reclamo Justicia para los mismos que  todavía hoy siguen dando vueltas ahí afuera, mordiendo y envenenando el futuro como víboras procaces;  nefastos personajes que van y vienen destilando odio sin siquiera ocultarlo -y que hasta lograron tener un gobierno donde acomodar toda su inmundicia tratando infructuosamente de borrar este día de la memoria-. Yo reclamo Justicia, sumaria e inapelable para todos ellos.

Por eso los combato, ayer, hoy y siempre, gritando “¡presentes!” cada 24 de marzo en alguna plaza, caminando junto a las Madres y a las Abuelas y a los Hijos y a los Nietos y a tantos otros como yo que te defendemos con el cuerpo y el alma, con la palabra convertida en fusil.

Por último, dejame que te cuente que este 24 tal vez parezca que no estoy, que me quedé en casa por cansancio, por agotamiento, porque me convencieron de que ya está, que ya pasó, que debemos seguir adelante y dejar el pasado atrás. Pues no, nada de eso ocurrió (ni ocurrirá nunca). Estoy en casa porque este mundo sigue siendo una mierda y las lecciones siguen sin aprenderse. Porque la justicia sigue yendo de la mano de los traidores, mirando descarada siempre para el mismo lado. Porque en este mundo todavía la vida tiene el precio que le ponen los mercaderes filibusteros. Porque todavía en este mundo el oro vale más que la conciencia. Porque todavía en este mundo la tierra tiene dueño -y no precisamente aquel que la trabaja-. No, lamento decirte que desde aquel 24 de marzo las cosas no han cambiado tanto como se cree. Todavía el progreso humano es medido en parámetros financieros y tecnológicos, y eso, tan estúpido y trágico, está siendo vomitado desde las entrañas de la Tierra en estos últimos días, para que nadie tenga ninguna duda de que nada de eso es progreso, y mucho menos humano. No, las cosas no han cambiado tanto como parece. Todavía están al mando los que invaden, bombardean y matan todo lo que nace y crece libre y soberano, esos bárbaros que se presentan en todos los medios como “el mundo civilizado”. Mientras que quienes defienden (y se defienden) solidarios con la salud, la educación y la libertad de todos a ser, son condenados y aplastados donde sea que osen levantarse con sus voces y sus cuerpos hambrientos, para ser echados a empujones del futuro.

Pero eso no me detiene, ¿sabés? No, yo sigo en la calle por más que hoy parezca que no estoy, que no hay nadie. Creeme, estoy ahí con vos y ella que está a tu lado, con los 30.000 y con todos los justos que buscan justicia.
Estoy ahí y estoy acá, buscando todavía a quien lleva sin saberlo tu sangre y la mía, tu nombre oculto debajo de otro que no encaja sino en una historia falsa.

Ahora te dejo por un rato. Hoy me toca quedarme en casa. Afuera todo es silencio, apenas unos perros ladrando en la vereda, unos pájaros cantando sobre los árboles que pierden sus hojas, y una conversación en voz baja entre el cielo y la tierra que probablemente estén planeando lo que harán cuando el virus de la humanidad desaparezca inapelable por su propia ambición y su inhumano egoísmo.

Afuera no hay mucho más que eso. Adentro… Bueno, adentro duele.

-A la memoria una vez más de Jorge Repetur y Gabriela Carriquiriborde, secuestrados el 30 de septiembre de 1976 (aún desaparecidos); y con la esperanza inquebrantable de encontrar finalmente su hija o hijo.-

-Ni olvido ni perdón-

MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA

RR


domingo, 22 de marzo de 2020

BORRADOR DE DOMINGO


 He decidido morir el domingo. Sí, he decidido darme el gusto de otorgarle a mi último suspiro la dignidad de una coherencia inútil, desenvolverlo de todas aquellas falsas promesas declaradas irresponsablemente y que, sin que nadie lo sospechara, he llevado a cabo secretamente. Sólo para no morirme sin una buena razón.

    He decidido morir el domingo para no llamar la atención de mis futuros biógrafos que podrán contentarse con la comprobación de sus hipótesis que indicaban que ya estaba muerto, que era un tipo perdido en los delirios de la imaginación y los sueños, levantando con escasos argumentos banderas de causas perdidas.

     Sí, he decidido morir el domingo, así de simple. Y lo he decidido luego de admitir que, finalmente, nada cambiará a partir de ese día. Que caminarán por las calles hombres y mujeres con los mismos anhelos de inmortalidad, con los mismos miedos recurrentes, con los mismos aires de grandeza y con miserias ostensibles; con dolores y penas, con los ojos alegres siempre mirando a futuros promisorios y siempre cargados de lágrimas contenidas. Y como única prueba de mi existencia quedarán en los cajones no más que los restos polvorientos de quien simulé ser: un amante novelesco con pretensiones de Quijote enamorado, homenajeando mujeres de bellezas incomparables y virtudes irreprochables que aguardaban ansiosas mi llegada. Nada quedará de aquellos párrafos que aspiraban a ser sólo penosos relatos de mis constantes derrotas amorosas y que, finalmente, nunca lograron ser más que los lamentables intentos fallidos de un pusilánime de olvidar aunque sea sus nombres.

    El domingo será el día. Quizás porque siempre estuve muerto los domingos. Porque mientras otros morían los lunes o los jueves, yo moría siempre en domingo, a la hora en que las esperanzas de sobrevivir a la muerte también morían. Y con el fracaso contundente de aquellas esperanzas, yo  preparaba el mate para reconciliarme con esa muerte que nunca conviene olvidar que camina a la par de la vida, ofreciéndose para algunos como remedio o promoviendo en otros epopeyas y actos heroicos para beneplácito de los poetas. Así, saboreando ese amargo silencio que nace con el ocaso, armaba confesiones inconsecuentes y arriesgaba pronósticos improbables, mientras ordenaba por colores los ojos de las mujeres perdidas en papeles inundados de palabras amorosas que hasta ese momento tenían destinos concretos y definidos pero que, a medida que el rojo infernal del cielo cambiaba hacia el oscuro de la noche, se volvían inciertos e imposibles.

     Por eso el domingo es un buen día para morirse. Porque nada se parece más a la muerte que un domingo por la tarde, cuando al final de este fatídico día se persignan quienes reconocen que el final es inevitable, que la resurrección es pura fábula, que los arrepentimientos no devuelven a los amores ni unen las partes rotas del alma. Y probablemente también haya quienes elijan hacer como si nada pasara, como si la muerte no los hubiese alcanzado ya, como si no fuesen fantasmas inconscientes de una profecía ya cumplida sin su consentimiento. Y entre ellos estarán probablemente esos otros, esos que se esconden detrás de unas justificaciones del deber ser y de ser lo que se debe, sin arriesgar nunca la vida para no cargar con el peso de una vida que no vale nada sin la muerte.

     Ahora ya es tiempo. El domingo ha llegado nuevamente. Después de muerto, seguramente vendrá a mí una vez más el recuerdo de las promesas del sábado, de esas inquebrantables ilusiones de despertar a su lado alimentadas por un coraje y una valentía sólo comparables a estas que comienzan a brotar ahora que se me cierran los ojos pensando en que aun me quedan algunos minutos antes de que me capture la muerte, antes de que me entregue pacíficamente al coma de la noche que me sumergirá una vez más en un sueño que no para de soñarla de lunes a viernes, alimentando unas estúpidas esperanzas sabatinas que, afortunadamente, ahora morirán conmigo en este borrador. Un nuevo borrador que quedará abandonado en las sombras encima de todos los otros. Por lo menos hasta el próximo domingo.

RR


martes, 10 de marzo de 2020

LUCHA, MUJER


Lucha, mujer.
Lucha y vuela y sonríe.
Lucha y nunca abandones tu lucha.
Lucha siempre junto a las otras que como vos luchan.
Lucha contra todo y contra todos.
Lucha con tu fusil y tus manos.
Lucha y que no quede ninguno.
Lucha contra el macho, el bastón y la sotana.
Lucha contra el explorador y sus leyes y su injusticia.
Lucha contra los oscurantistas y los misóginos y todos sus fiscales.
Lucha.
Una y otra vez lucha.

Y cuando la lucha acabe sigue luchando.
Lucha hasta que no haya ni universidad ni templo con la osadía de desconocer tu lucha o que amenace la lucha, la tuya y la de todos los otros justos que luchan y mueren luchando.
Lucha la lucha que nos vuelve y nos redime
La eterna lucha contra los traidores y los asesinos.
Lucha, mujer.
Ese tu deber y tu derecho.
Luchar.

RR


jueves, 27 de febrero de 2020

UNA REVISIÓN MÁS PARA EL OSCURO ARCHIVO DE LAS DESILUSIONES


-Para todos aquellos que han decidido defenderse de los recuerdos simulando el olvido.-

     Posiblemente esta sea esta la última vez que sepa de ella, que piense “jamás volverá”. Sí, es probable que ya no me siente a esperar que no aparezca nunca, deseando falsamente no haberla conocido.
     Por ejemplo: saldré a la calle como hace todo el mundo y me la cruzaré mil veces, y hasta es probable que la reconozca entre todas las mujeres y me acuerde de su mirada furiosa, y frente a sus ojos asienta con la cabeza que ya no somos lo que hubiésemos podido ser. Y entonces ahí mismo, como cualquier tipo desconocido, siga mi camino.
     Porque antes de conocerla yo tenía un camino -aunque ni ella ni yo lo supiéramos-. Y contrariamente a lo que uno pudiera pensar, aquel camino era este mismo. Este que transito ahora mientras le paso por un costado rozándole el brazo, acariciándole el pelo sin ninguna intención, como si fuéramos los dos parte de un ómnibus yendo en una misma dirección pero cada uno atento a su parada y a los ojos de otro destino. Un destino que si bien antes pudo haber parecido nuestro, nunca fue más que el suyo y el mío, como si fuesen las dos veredas de una misma calle.
     No, ya no es posible buscarla. Ya no. Ya no queda resto de soga para seguir tirando. Ya no hay en este mundo un mundo como aquel que yo, en medio de la corriente torrentosa del fracaso amoroso, ridículamente denominé “nuestro mundo”. Ha llegado el momento de asumir que ella es una mujer más entre todas, una mujer más en la escueta lista de aquellas a las que podría aspirar en secreto sin arriesgar un centímetro de mis penas. No obstante, ella permanece ahí, al alcance de mi mano, una musa masturbatoria para cuando la marea del amor se retira y me deja exhibiendo mis caracoles y mis almejas y toda la basura que me arroja la gente creyendo que soy un depósito de lágrimas. Pobre de ellos. Pero, sobre todo, afortunada ella.
     Afortunada ella que ya no deberá asistir indocumentada y sin previo aviso a estas kermeses donde no hay nada que ganar, excepto un osito de peluche o algún papel arrugado y mugriento lleno de frases gradilocuentes y cursis que nunca podrán hacer más que lo que han hecho penosamente hasta ahora, esto es, inyectarle en alguna de sus venas un antídoto contra esta locura que alguna vez fue haberme creído su amante.
     Y digo afortunada ella porque ella ha podido llevar adelante esa hazaña de retirarse a tiempo, de saltar desde la proa y evitar así hundirse en un naufragio anunciado. Y, más aun, se ha encargado una y otra vez de declarar silenciosa y a los gritos (esos silencios que son puro grito, puro puño alzado esgrimiendo la promesa de la peor de las venganzas) que más vale sola que mal acompañada, que ciertas compañías -como en este caso la mía- no sirven para nada, sólo para ocupar incómodamente ciertos rincones que han nacido para estar desocupados, para ser sólo los tristes y recónditos vértices adonde arrojar las constantes decepciones. Así de afortunada es su fortuna. En cambio la mía…
     Bueno, en mi caso, yo lo que tengo es un archivo de desilusiones ordenadas alfabéticamente. Un lugar oscuro y desolado en donde guardo los avisos de retorno de todas esas cartas que nunca llegaron a destino, que se perdieron en la nebulosa de la indiferencia. Y por ahí anda ella, caminando alegremente por los pasillos como una especie de bibliotecaria que se encarga de sacarles el polvo a estas desilusiones. Cada tanto se sienta en su escritorio a corregir los errores ortográficos y los horrorosos desatinos de mis confesiones que permanecen afortunadamente escondidas en estos textos, aunque siempre preparadas por cualquier caso. Ante la más mínima intención, ante el más íntimo e inconfesable y maldito deseo de lanzarme a otra cruzada amorosa imposible, ella aparece con algún tomo olvidado y me pone inmediatamente en mí lugar.
     Y mi lugar es este. Este mismo donde concurro diariamente para apartarme de su sombra, para dejarla en paz con su fortuna, con sus pasos de comedia y con su osada desfachatez a prueba de balas. Y al hacerlo no hago más que asumir que, aunque no debería, a veces me causa cierta ternura su soledad remendada con besos pasajeros y, de la misma estúpida manera, me creo en el deber de consolar su posible tristeza. Entonces, finjo que no estoy acá, que estoy ahí, junto a ella, y que me quedaré a su lado para siempre e iré tras sus pasos por cada uno de estos agregados que escribo periódicamente sólo para que ella no sienta que la he olvidado, que todavía la quiero para acostarme a su lado cuando a ella se le antoja, aunque eso me provoque una muerte súbita e irremediable. Simulo que vengo hasta este lugar cada día a dejarle algo escrito sobre la mesa, algunos garabatos incongruentes, algunas confesiones falsas que tal vez le sirvan para aferrarse a esa distancia que a ella le permite salvaguardar su fortuna y a mí seguir escribiéndole aunque más no sea textos que, a decir verdad, no son otra cosa que innecesarias revisiones de escritos pasados que corrijo y amplío sin ninguna razón verdadera, probablemente sólo para atraer su atención, para verla ir y venir entre los anaqueles buscando el lugar que ella considere correspondiente para cada uno de estos deseos marchitos convertidos en párrafos sin una historia que los agrupe, sin un mínimo argumento que los justifique.
     Entonces, y como para ir concluyendo, será mejor dejar esto inconcluso para de esa manera tener mañana una excusa para volver. Dejar una frase por la mitad como para que al encontrarla me dé un pie desde donde comenzar de nuevo. Aunque, ahora que lo pienso, quizás podría cambiar por una vez el desenlace y aportarle una cuota de misterio a esta revisión. Podría esta vez simular que me olvidé de ella y dejar algo que la provoque, que la enoje un poco. Quizás un espacio en blanco que la deje por un rato con la sensación de que me he ido para siempre, de que en un momento, sin que ella lo notase, pasé por su lado, rocé su brazo, acaricié su pelo y me bajé de este ómnibus sin avisar, rompiendo todas las reglas, sin tocar el timbre y con el coche en movimiento. Podría simular que esta manía de escribir nada más que para verla ir y venir ordenando las palabras, terminará definitivamente al final de este último párrafo. Es decir, podría simular que estoy en un lugar mucho más cercano para ella. Tan cercano que no haría falta ya que le siguiera escribiendo frases repetidas para cuando la asolaran las soledades. Tan cercano que, si ella quisiese, me tendría al alcance de su mano. Porque, a decir verdad, nunca me he alejado demasiado, ni de su sombra ni de ella, sólo he simulado esa lejanía. Seamos honestos por una vez, ¿para qué seguir simulando? Si la verdad es que nadie puede irse del todo y para siempre de aquellos lugares en donde ha amado alguna vez.

RR


viernes, 14 de febrero de 2020

A PENAS


y a ella...

     Son apenas las nueve y el vaso de vino agoniza a un lado. Son apenas las nueve y la lluvia va y viene dejándome en evidencia, todos saben cómo me pongo cuando llueve -aunque ella seguramente no-.
     Son apenas las nueve y a las penas me remito. Porque sí, porque son apenas las nueve, apenas unas horas desde que nos tiraron el último muerto, otro más después de aquellos otros tantos.
     Son apenas las nueve y me acurruco como un niño en mi refugio de alcohol y palabras pensando en que a esta hora una muchacha de ojos claros no sabe -ni siquiera supone- que apenas la conozco y ya le estoy escribiendo. Es que a penas nos movemos algunos y a penas se mueven los hilos de quienes no tenemos otro escondite más que las palabras (y las penas).
     Sí, apenas son las nueve y pico y no hago más que pensar en ella, en los colores de su foto que apenas se distinguen en el recuerdo y que apenas puedo dibujar con los restos de su voz pequeña. Pequeña apenas.
     Ya son casi las nueve y veinte y apenas tengo una o dos cosas más para decirle que de ninguna manera diré ahora, en estas condiciones, bajo estas circunstancias, sin otra razón para hacerlo que esta pena. Si puede que me perdone y si no, otra vez será.
     Claro, ella no tiene por qué saber todavía que a mí, cuando se me viene la lluvia encima de la noche, apenas si puedo contenerme de llamarla, de invitarla a compartir las penas o las solicitudes mutuas. Apenas si puedo embocarle a estas endemoniadas teclas que son mi pincel y mi paleta. Unas teclas que hoy samaritanamente simulan una falsa comprensión hacia mi persona como lo han hecho otras veces (y que agradezco). Sin embargo, yo sé que casi no toleran ya que siempre hayan más penas que glorias.
     Es que a penas le escribo y apenas me sale. Y si hoy no fuera por ella, apenas si me hubiese alcanzado para llegar a casi las nueve y media sin llamarla. Sí, apenas las nueve y media. Apenas unas horas después de haber vuelto de ver el mar, donde uno no hace otra cosa más que hablar con ella, con ella y con las penas; sin que ninguna -ni ella ni las penas- lo sepan nunca; sin que siquiera puedan imaginar que mientras unos miserables siembran muerte en los cauces de la vida, otros -en este caso yo-  apenas si podemos encauzar unas apenadas palabras para que, de alguna manera, lleguen a ella.

RR


martes, 4 de febrero de 2020

A MODO DE RESPUESTA A UNA FLOR


      Que la muerte no te encuentre sola, amiga mía.Pero, sobre todo, que la muerte no te olvide. Que no se olvide de tus negativos y de tus colores. Que no te deje sin haberte revelado ante todo eso que te rebela, que te ofusca, que te desnuda y te conmueve.
     Pero que tampoco te convoque  en mi umbral cuando ya sea tarde, cuando ya me haya ido, cuando mi cuarto haya sido desterrado de mi última hora.
    Que no sea la muerte nuestro tema, que sea la vida misma y tu vulva que aún puedo decir que sabe más a lo que saben mis antecedentes que a lo que creen saber los que no saben nada.
    Porque por si no te has dado cuenta todavía, no alcanza este prontuario para confirmar que ni vos ni yo, ni tú ni él, ni nosotros ni ellos somos poco menos que unos versos dentro de un poema universal a punto de ser devorado por el tiempo. Entonces, que no sea la muerte...
     O tal vez sí, mejor que sea ella. Ella y nadie más.

RR


domingo, 12 de enero de 2020

LABERINTO


(Advertencia: quien decida arriesgarse a emprender la lectura laberíntica de este texto, deberá hacerlo a sabiendas de que, en él, perderá para siempre un tiempo irrecuperable.)

     Hago lo que hago porque no hay en realidad ninguna razón para hacerlo. Porque hacer lo que hay que hacer, lo hace cualquiera. Y hacer lo que se debe hay también algunos que lo hacen. Pero hacer por hacer, eso lo hacen muy pocos. Y así nos va... Mirá vos qué contrariedad: me pasé la vida intentando hacer todo lo que me pedían… Bah, no todo, tampoco es cuestión de colgarse laureles que uno no merece. Digamos que trataba de complacer dentro de mis posibilidades a quien podía.
     Y en esto, siempre estaba en consideración si lo que estaba haciendo era lo debido o no, si quería hacerlo o no, si podía o no. Pero nunca me planteaba lo más importante de todo: ¿había razones para hacer lo que iba a hacer? Y casi siempre las había, buenas o malas, convenientes o inconvenientes, justas o injustas. No importaba cuáles, siempre había alguna razón para adjudicarle a aquello que hacía. Incluso hubo hasta razones falsas, mentiras inventadas y esgrimidas a las apuradas para callar la verdad (que nunca pasa de ser una sola).
     Y así, siempre terminaba haciendo. Con razones ostensibles o si no, aparentes. Razones que, llegado el caso, simularían una cadena de causas y consecuencias perfectamente eslabonadas que, si no dejarían contento a todo el mundo, al menos dejarían contento a una parte. Pero a veces sucedía que, en esa parte, no me encontraba ni yo ni quien debía ser el favorecido o el perjudicado por mi acción. Es decir: a quienes debía importarle lo que hacía, no podían disfrutar o lamentar lo hecho.
     Pero un día, sin saber cómo ni cuándo, todo terminó y los hechos dejaron de obedecer a las razones que, como verás, han dejado de ser un hecho. Y el hecho, querida mía, ahora lo ocupa todo. Ese hecho al que nunca servirá de nada juzgar por las intenciones pretéritas sino por el hecho mismo (hasta me animaría a decir que ni siquiera se lo podrá juzgar por sus consecuencias). El hecho, sí, el hecho.
     El hecho será siempre la madre de todos los arrepentimientos (siempre posteriores, siempre inservibles); el viento que sopla las horas por esos cielos angustiantes pintados con decisiones tomadas con los ojos obnubilados por alguna pasión, por alguna felicidad tan momentánea y pasajera como la tristeza.
     Pues bien, ya no me interesa hacer nada con ese cielo. Ha llegado el tiempo de los hechos y estos son los míos. Estos que ves acá ahora formando palabras que hacen lo que ellas pretenden hacer cada vez que se habla de vos y de tus hechos ausentados con aviso. Porque tu ausencia es tu hecho íntimo al que todos mis hechos le declaran con palabras su amor incondicional. Y ese no hacer tan tuyo, tan incuestionable, es el más claro de todos los hechos, como el silencio es el más imprescindible de todos los sonidos, la nota inicial que desata todas las sinfonías y la que clausura todas las expectativas. Tu silencio es el hecho al que me aferro sin necesidad de razones.
     Y habrá quien dirá que la he perdido, que he perdido la razón, que ya no sé lo que hago. Pero no. Sé perfectamente lo que estoy haciendo y por eso ya no busco en las razones ajenas una razón propia para hacer esto que no es ni más ni menos que lo único que soy capaz de hacer. Y cuando deje de hacer esto, pasaré a hacer lo que se hacen siempre los poetas vencidos después de haber hecho algo. Haré silencio y emprenderé el camino solitario de la pena y la alegría unidas por las mismas lágrimas, servidas con la dignidad de quien ha hecho sin haber necesitado razones para hacer (eso sería un hecho descalificador para el poeta que pretende hacer mucho más de lo que se ha hecho hasta ese momento).
     Y cuando ya no haga esto que estoy haciendo será porque habré hecho todo lo posible y, entonces, me dedicaré a hacer el resto mientras transito el oscuro camino de las imposibilidades. Me sentaré acá mismo junto a las penumbras de mis soledades y haré que las palabras digan otras cosas, las protegeré de los hechos que puedan provocarles iras injustificadas o, lo que sería aun peor, deseos de intrometerse miserablemente en los hechos ajenos. Haré caso omiso a las habladurías y a los astrólogos del saber hacer. Porque ni ellas ni yo indagamos oráculos para hacer lo que hacemos, ni jamás nos entregamos inocentemente a la pereza mental de los dichos populares acerca de qué es lo que debe hacer cada uno en diferentes circunstancias.
     No, de ninguna manera me prestaría a ese juego de tontos para intentar que tus hechos aceptaran hacer algo con los míos. Ni siquiera tentaría a la suerte tratando de acertarle al centro de tus necesidades para alardear de habilidades que me proveyeran de unos méritos innecesarios que, de ninguna manera, harían de mí más de lo que soy. No me hace falta eso, pues yo no soy más que un hecho entre tantos, entre todos los que se han llevado a cabo y los que han quedado truncos; entre los que están sucediendo ahora mismo sin que nadie pueda evitarlo; entre aquellos que sucederán mañana cuando la vida renazca de la muerte del ocaso de hoy. Soy un hecho que vive de los tuyos. Soy un hecho con aroma a destierro, un hecho sin nombre. Un hecho con sabor a olvido. Un hecho con vista al mar y al espacio infinito que separa mis hechos de cualquier razón que pueda ser un día tallada en mi epitafio.
     Entonces, y para que te quedes tranquila, no pierdas tu tiempo tratando de encontrarle una razón a todo esto que he hecho por hacer. Esto que quizás acaricie tu espalda una noche de estas cuando el brillo de tu desnudez se apague en los brazos de otro que habrá hecho lo que yo no habré podido hacer a tiempo; cuando del rumor de la calle brote una melodía compuesta como un hecho irrefutable en nombre de quien finalmente habrá hecho silencio. No busques razones, querida, donde no las hay ni las habrá nunca. No hay justicia posible cuando los hechos han dejado de ser planes de futuro para ser pasado irrenunciable, hechos muertos y enterrados que no admiten reclamo alguno. Porque ya no hay nada en mí, amor mío, que no sea este hecho último y fatal.
     Un hecho que irá a buscarte y buscará morderte como muerde este hastío hastiado de las estúpidas justificaciones de los estúpidos y de los cobardes que se acobardan ante sus propios hechos, negándose -tal vez sabiamente- a hacer lo que estos injustificables hechos míos, escondidos ahora en la oscuridad de tu memoria, han intentado hacer inútilmente sin importarles que vos fueras sólo una ilusión en este trágico laberinto donde me he perdido buscando sin encontrar las razones que pudieran justificar el hecho de quererte como te quiero. Un laberinto de palabras secas de donde sólo se puede salir diciendo adiós.

RR


DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...