Vino sólo hace
un momento, frecuente e inoportuna como siempre, y me pidió (me
suplicó) que te escribiera. Entonces, acá estoy. No me aclaró qué era lo que
deseaba, me dijo "pensá en mí y te vas a dar cuenta enseguida". Así que
lo pensé; y lo volví a pensar; y lo pensé de nuevo: nada. Traté de
focalizarme en su cara, en esas expresiones que había visto mil veces
antes y no encontré nada que pudiera guiarme por esta hoja. Entonces
busqué recordar alguna de las historias que me contó en el pasado,
algunos dolores atragantados por el tiempo, algunas alegrías que duran
tan poco cuando se viven pero que cuando se recuerdan duran toda la vida
(igual que algunos dolores). Ahí tampoco logré encontrar un río
navegable para esta balsa, ni siquiera un mínimo arroyo marrón sombreado
de eucaliptos y sauces donde, aunque sea, inventar algún naufragio,
alguna isla desierta para armar una fogata y mirar el horizonte a salvo.
Debo ser sincero, pensé seriamente en fabricar alguna excusa para
tratar de zafar de esta situación, pero no tuve el coraje de mirarla a
los ojos y no corresponder su deseo. Seamos justos también, yo no soy un
escritor, apenas si logro llevar adelante algunas cartas falsas para
personas inexistentes, para amores imposibles, para pobres y ausentes. Y
hago lo que puedo. De hecho, hace un rato nomás, estaba releyendo por
enésima vez un intento de cuento que seguramente jamás verá la luz, que
se perderá en la nebulosa inescrutable e insobornable de la autocrítica
que me aqueja. Pero esperá, ahora que lo pienso, hay algo de ese
cuento que tal vez pueda servirme para cumplir mi cometido, para tratar
de que todos quedemos conformes (alguno más que otro, pero bueno, es lo
que hay…).
Me dijo “pensá en mí y te vas a dar cuenta enseguida”.
Tenía razón, pero no tenía que pensar, tenía que imaginar; pensar
aceptando los pensamientos, no luchando contra ellos, no tratando de
hacerlos pensar como deberían ser pensados sino como me gustaría que
piensen, sin tratar de evitar lo inevitable, sin intentar manipular los
imponderables y las consecuencias. No se puede evitar el delicioso sabor
del chocolate derritiéndose en la boca pensando en un hígado herido que
clamará venganza, no se puede negar el placer inconfesable que producen
algunos dolores (no se puede). Debía imaginar su cuerpo de chocolate y
dejarme llevar hacia los dolores placenteros que justifican las
angustias y se clavan en la carne escribiendo las historias que valen la
pena ser contadas. Sí, tenía razón, tenía que pensar en ella. Ella
parada sobre un puente observando toda el agua que ha corrido debajo
arrastrando una balsa funesta y destruida que aun se aferra a las
corrientes, con un pobre loco arriba que habla solo y alza su bandera
cual pirata orgulloso, listo para conquistar a la mujer más hermosa de la
comarca. Tenía que imaginarme a este corsario de la derrota dispuesto
al naufragio y a la desolación de una isla; imaginarme su fogata y su
horizonte inalcanzable, el ruido espeluznante del silencio por las
noches, el miedo a arrojar esa botella con su sentencia de muerte
escrita en una carta, sobre una hoja seca con su nombre de un lado y la
soledad incurable del amor ausente del otro.
¿Cómo no me dí cuenta antes? Sólo tenía que recordar que a veces hay que estar dispuesto a morirse para sentirse vivo y otras veces sólo es cuestión de seguir viviendo para no morirse. Y ahora siento que me he perdido entre tantas palabras encargadas y ya no sé quién soy. No sé ni lo que digo, ni lo que escribo porque me he confundido con el cuento y con el personaje, y entonces creo que tal vez yo sea ese pirata que piensa y piensa y nunca arroja esa maldita botella al mar y, de esa manera, niega cualquier posibilidad de que quizás algún día aparezcas en esta orilla antes de que sea tarde, antes de que finalmente entienda que cuando ella me pide que te escriba es sólo porque me niego a pensarte, a imaginarte inconfundiblemente desnuda sobre mis deseos. Pero ella me pide y me pide que te escriba, que te piense. Que piense en vos sobre ese puente inalcanzable y en ella que no es más que el recuerdo infame de tu ausencia.
Será mejor que salga a recoger unas ramas, ya cae la tarde y la noche será larga y silenciosa. Una noche más de fuego y cartas.
¿Cómo no me dí cuenta antes? Sólo tenía que recordar que a veces hay que estar dispuesto a morirse para sentirse vivo y otras veces sólo es cuestión de seguir viviendo para no morirse. Y ahora siento que me he perdido entre tantas palabras encargadas y ya no sé quién soy. No sé ni lo que digo, ni lo que escribo porque me he confundido con el cuento y con el personaje, y entonces creo que tal vez yo sea ese pirata que piensa y piensa y nunca arroja esa maldita botella al mar y, de esa manera, niega cualquier posibilidad de que quizás algún día aparezcas en esta orilla antes de que sea tarde, antes de que finalmente entienda que cuando ella me pide que te escriba es sólo porque me niego a pensarte, a imaginarte inconfundiblemente desnuda sobre mis deseos. Pero ella me pide y me pide que te escriba, que te piense. Que piense en vos sobre ese puente inalcanzable y en ella que no es más que el recuerdo infame de tu ausencia.
Será mejor que salga a recoger unas ramas, ya cae la tarde y la noche será larga y silenciosa. Una noche más de fuego y cartas.
RR
Foto: Pablo Silicz