Usted y yo tenemos algo más en común que esta tormenta que nos atormenta, que estas banderas que nos unen, que estas heridas que nos mortifican.
Usted y yo nos proponemos nada
menos que el universo y nada más que la vida; cueste lo que cueste, en
la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte caiga muerta.
Usted y yo sabemos que nos costará la eternidad separarnos y por eso elegimos dibujarnos sonrisas de a ratos y mezclar las lágrimas en una canción para beberlas de un sorbo, para afrontar nuestras cobardías con la valentía de los héroes que tienen más miedos que los cobardes pero que, igual que nosotros, los luchan, los vuelven, los viven y los matan para volver a resucitar de entre los muertos de miedo.
Usted y yo no le esquivamos al silencio y bailamos bajo su cielo estrellado, bajo su luna nueva llena de noche negra abrazados a una copa y confesándonos todas nuestras mentiras hasta que se mueren de verdades.
Usted y yo preferimos el beso subversivo que espera al atardecer en la ventana para bajar desde la mejilla y arrimarse hecho un bollito pequeño a la comisura de los labios a desnudar los sabores que brotan cuando la sangre bulle pidiendo a gritos lo que usted y yo sabemos que será inevitable apenas oscurezca.
Pero es una lástima. Porque usted y yo, si me permite la confesión, no somos más que un invento de mis ganas de escribirle. Unas ganas que la desean por donde usted anda y por donde usted huye. Unas ganas que siguen sin querer enterarse de que yo ya no la persigo.
Usted y yo sabemos que nos costará la eternidad separarnos y por eso elegimos dibujarnos sonrisas de a ratos y mezclar las lágrimas en una canción para beberlas de un sorbo, para afrontar nuestras cobardías con la valentía de los héroes que tienen más miedos que los cobardes pero que, igual que nosotros, los luchan, los vuelven, los viven y los matan para volver a resucitar de entre los muertos de miedo.
Usted y yo no le esquivamos al silencio y bailamos bajo su cielo estrellado, bajo su luna nueva llena de noche negra abrazados a una copa y confesándonos todas nuestras mentiras hasta que se mueren de verdades.
Usted y yo preferimos el beso subversivo que espera al atardecer en la ventana para bajar desde la mejilla y arrimarse hecho un bollito pequeño a la comisura de los labios a desnudar los sabores que brotan cuando la sangre bulle pidiendo a gritos lo que usted y yo sabemos que será inevitable apenas oscurezca.
Pero es una lástima. Porque usted y yo, si me permite la confesión, no somos más que un invento de mis ganas de escribirle. Unas ganas que la desean por donde usted anda y por donde usted huye. Unas ganas que siguen sin querer enterarse de que yo ya no la persigo.
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