miércoles, 2 de septiembre de 2015

SEPTIEMBRE (Introducción al olvido)


     No me olvides, me dijo una vez una flor, e inmediatamente después se cerró para siempre.
    Pudo haberse ido, pudo haberse dado vuelta mostrándome esa verdad inconfesable de quienes ya saben que jamás volverán. Pero no, ella eligió cerrar sus pétalos como quien termina un libro y lo guarda en la biblioteca sabiendo que ya no volverá a leerlo. Ella optó por apartarse de las horas y guardarse del viento inevitable y desgraciado del adiós.
     No me olvides, me dijo, y acomodó sus ojos entre los míos para dejarme su visión de aquel mundo compartido.
     Y yo cada tanto me arrimo a aquella mirada de continente lejano que asoma seguro al borde del horizonte para encontrarme con sus selvas y sus estepas, con sus arroyos y sus sauces, con sus calles y sus patios que todavía aceptan visitas inesperadas como las mías; que no se ocultan tras las cortinas de la indiferencia, de los desconocidos de siempre que olvidan pero jamás perdonan y claman venganza con la piedra en la mano.
     Me dijo: "no me olvides cuando te crezcan las ausencias que tapan las esperanzas de sobrevivir a ellas". Sin meditarlo demasiado yo le hice caso. Edifiqué poco a poco con palabras y música una fortaleza para resguardarme del ocaso y los silencios inesperados, de las carencias y las imposibilidades. Decidí festejar de vez en cuando los sabores y los aromas de aquellos que ya se han ido. Y en cada festejo, brindo en las tinieblas por la luz que resiste heroicamente a mis oscuridades. Y aunque a veces es imperceptible y otras veces no me alcanza para no morirme, todavía acepto el milagro de la resurrección cuando me llega.
     No, no la olvidé. No pude hacerlo ni siquiera cuando perdí alguna batalla contra la desesperación de su recuerdo. No pude montarme a los falsos pronósticos de bienestar de los miserables profetas del olvido. No pude ni quise ausentarme del llanto que me ocasionaba el duro empedrado de su ausencia porque, si lo hacía, si aceptaba participar de esa trampa, nunca podría disfrutar de la risa que crece en el verde cesped junto a todas las otras flores.
     No me olvides, me dijo aquella flor. Y no lo hice. Debe ser por eso que vine otra vez hasta acá a arrimar un ladrillo más a mi fortaleza. Porque creo ver algo de luz esta tarde como para salir al jardín a mirar otras flores, a resucitar de su recuerdo y confesarle que, aunque las oscuridades me cubran de a ratos, jamás la olvidaré.

RR


Foto: Pablo Silicz

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