sábado, 20 de agosto de 2016

AUSENTE SIN AVISO


    Y finalmente te fuiste. Te fuiste finalmente de donde probablemente nunca estuviste, ese lugar imaginario y fantasmal adonde yo de vez en cuando iba a regar tus flores, a pasar las hojas del calendario para que tus días no se vencieran y comenzaran así a largar ese olor rancio del olvido del que tantas veces te hablé inútilmente.
     Te fuiste sin saber realmente que lo hiciste, sin enterarte que, entre las palabras que evitamos prudentemente decir, nos quedaron pendientes aquellas promesas de no ser nada, apenas un pedacito de tiempo compartido a la vera de una orilla que se fue con vos. En mi caso, se fue, en el fondo oculto de algún bolso, la negación obstinada de ser una insistencia, de convertirme en un ladrón robándote un beso, esa terrible petulancia de aspirar a permanecer a tu lado como una compañía con acceso carnal abrigando tus soledades australes, sin otra cosa a cambio que los rastros en mi cama de la humedad de tu pubis y el recuerdo de tu mirada cegada por los párpados en el sueño.
     Sin embargo, no te fuiste así nomás, no te retiraste silbando bajito ni te bajaste de la hamaca con el sigiloso movimiento de las estrellas en el cielo. No, te fuiste estruendosamente, determinante, impiadosa, digna, amorosa y cruel. Te fuiste con todas esas atribuciones que hicieron de mí un hombre enamorado de tus crecientes y tus menguas, de tu panal, de tu miel y, mucho más aun, de tu aguijón. Un hombre diferente del que era y del que seguramente seré ahora que ya te fuiste.
     Y ahora que te fuiste, un poco a escondidas de mi mismo, comenzaré a arrojar al fuego todas mis predicciones. Y estoy seguro de que ellas dejarán cenizas humeantes con el olor de lo que verdaderamente eran: esperanzas avergonzadas de su infinita paciencia, de su verde indeclinable sin un otoño capaz de marchitarlas. Esas esperanzas que, como podrás entender, no podía yo liberar así porque sí; porque eso hubiese sido confiar de más en el diablo y su cola entrometida; eso hubiese sido creer en la alucinación del sonido de tu voz susurrando bajito en el auricular del teléfono en cada oportunidad de llamar que tuviste y desechaste; hubiese sido creer en el fantasma que con tus pasos descalzos subía la escalera siempre a la misma hora de la madrugada para regalarme el desvelo y la locura; hubiese sido creer en tu lengua filosa cortando aquel silencio (tan parecido a este) que inundaba los rincones en donde tu ausencia me observaba felina y expectante. Vamos, hubiese sido creer en todo eso que uno cree aunque lo sepa inverosímil y lo calcule una y otra vez imposible.
     Te fuiste, sí, lo sé, te fuiste. Lo sé porque ya no disfruto de tu sexo en el sexo, ni veo tus huellas ni tu horizonte, ni huelo tu rastro que ya había perdido hace rato, ni me duele pasionalmente tu nombre como un puñal en la carne. Porque de lo que había no ha quedado nada, ni siquiera aquello que quizás hubiese habido si no te hubieses ido.
     Pero te fuiste, y desde acá no puedo hacer otra cosa más que anudar una soga al cuello de esta carta para despedirte con un hasta siempre, y despedir al mismo tiempo con un hasta nunca a ese hombre enamorado del lado oscuro de tu luna. Adiós entonces a los dos, a vos y a él. Acá nos quedaremos ella y yo hasta que ella finalmente un día muera de indiferencia. Y no será mi culpa ni la tuya, porque, como siempre en estos casos, no será posible hallar culpables (aunque haya quien pretenda haberlos encontrado). ¿Cómo condenar a quienes que ya no existen? ¿Qué clase de justicia es esa? Y por otra parte, ¿quién puede reclamarle justicia al amor o a la muerte, incluso a la vida? Nada de eso, te fuiste y eso es todo. Y todo volverá a ser como era antes de irte, aunque ahora lo sea sin aquella falsa sensación de ser algo diferente. Pues nada fue, nada es, ni nada será nunca diferente. Todo y nada, ser y no ser, son sólo el zumbido del tiempo transcurriendo, alimentándose de ausencias y pariendo encuentros azarosos de miradas con destino a futuros pasados construidos sobre la memoria de presentes casi imperceptibles.
     No, querida, no somos ni hemos sido, y que te hayas ido significa, al fin y al cabo para mí, que deberé aprender de una vez por todas a escribir sobre otra cosa que no sea tu ausencia observándome desde un rincón. Pues también ella se ha ido.

RR


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