Para algunos hombres no existe ya
la hierba, no existe un bálsamo para el infortunio, para sus desgajados
destinos. Para algunos hombres todos los vientos soplan a favor, incluso
cuando alguno les viene helado de frente y congela sus horizontes y sus
salivas y deben tragarse las palabras. Para algunos hombres todos los
caminos conducen al mar, al fondo cavernoso del olvido, al magma
hirviendo que obsequia su calor a la nada. Para algunos hombres los
fracasos son revelaciones, eventos indiscutibles de un pasado
irrecuperable, benditas carcajadas de alguien que decidió reírse último
en algún lugar misterioso. Para algunos hombres la lluvia se agradece al
cielo, porque sólo ella es capaz de limpiar el barro de las desgracias y
demostrar todas las veces que haga falta que, al final, todos seremos
devorados por la tierra. Para algunos hombres la muerte es una eterna
compañía, una oscuridad permanente y bondadosa esperando con los brazos
abiertos a quien se arroje a ella o a quien decida resistirse hasta
morir. Para algunos hombres el tiempo no es dinero, el tiempo es eso que
únicamente se pierde persiguiendo el dinero. Para algunos hombres, sólo
para algunos pocos, existen órdenes y señales que, pase lo que pase, no
serán acatados nunca; existen distancias infinitas y dolores
incurables; existen entre los vidrios rotos del alma, migajas de
dignidad bailando cansadas viejas canciones. Pero también, para algunos
hombres existen palabras que nunca lograrán ser llevadas por el viento,
ni retratadas con una o mil imágenes; que quedarán ocultas en párrafos
confusos escritos a último momento, justo antes de redactar una
pretendida despedida cada noche. Por eso quizás para estos hombres,
tarde o temprano, el silencio termina siendo igual al amor. Pues algunos
hombres no tienen más remedio que aprender a vivir con un amor en
silencio.
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