lunes, 30 de octubre de 2017

VOLVERÉ


Sí, tal vez me vaya, pero volveré.
Volveré como vuelven los enamorados vencidos y los guerreros que jamás detienen su marcha.
Volveré aunque no sea millones.
Volveré a reclamar tus oscuridades como propias, a recoger el guante y sentarme a tu lado y abdicar en tu nombre y en el de quien nunca sería si no volviese.
Volveré para deslumbrarme una vez más con el brillo de tu indómita luz, aunque haya sido acaso opacada por tantos amaneces inodoros, incoloros e insípidos como toda el agua que habrá corrido debajo de este puente cuando haya vuelto. 
Volveré caminando secretamente el sendero de las esperanzas perdidas que, quién sabe, todavía conduzca a tu cielo.
Volveré solo, bajo el sol o la lluvia, sin dejar atrás ni huellas ni rastros; sin reprocharle ni a Dios ni al diablo por tu recuerdo imborrable, tan inconveniente como necesario a veces. 
Volveré sin llevarle el apunte a los cínicos consejeros que apuestan a todos los números para no perder nunca. 
Yo, en cambio, volveré con lo puesto, apenas un manojo de desvelos incorregibles y el sonido horroroso de esos adioses que son como asesinos implacables y desalmados que se quedan rebotando en el alma en ruinas contra las paredes de un olvido imposible.

Y así, volveré sin haber sido convocado, ni por vos ni por nadie; y no habrá un oráculo que te visite, ni una profecía que me anuncie. 
Volveré atento y sigiloso como vuelven de los techos los gatos cuando se les acaba la noche.
Volveré en silencio, sólo con algunos versos inconfesables que pudieron haberse escapado de mi puño y letra alguna noche cuando intentaba rimar una borrachera solitaria con la pena sangrante de tu ausencia.
Volveré casi de madrugada habiéndome guiado sólo con el mapa de tu constelación, un trazo a mano alzada entre las estrellas fugaces que habré guardado pertinentemente en un rincón de mi memoria por las dudas, por si la tinta indeleble de tu nombre languidecía una tarde de domingo dejándome desamparado sobre una hoja en blanco.
Volveré buscando con el viento que sopla desde el sur de tu brújula la otra punta de este ovillo que se ha ido enredando en mis pies hasta dejarme atado a tus pasos. 
Volveré mirándote a los ojos, un pájaro insolente y orgulloso que, sin que le importen los cien que vuelan libres, elige aferrarse a una mano.
Volveré como vuelvo cada vez que no te he encuentro ahí donde el pasado vuelve a enfrentarse con mi vida.
Volveré con estas palabras tantas veces como haga falta hasta llenar el cántaro que se ha ido vaciando al amparo de nuestras mutuas soledades, para que estalle y se rompa en mil pedazos.
Volveré luego de un tiempo, sin más razón que la de la cigarra después de un año bajo la tierra; un hiato abierto como una puñalada entre la vida y la muerte.

Volveré muerto de miedo como un cobarde.
Tarde o temprano. 
Lo prometo.
Por vos.
Volveré.

RR


miércoles, 25 de octubre de 2017

USTED Y YO (#5)


     Cualquiera sabe que la nada es nada, inexistente o infinita, da lo mismo. Lo que pocos saben en estos tiempos es que nadie posee mucho más que el destino de su propia muerte. Peor aun, sólo algunos morirán sabiendo cómo sin preocuparse por cuándo, a todo o nada. Otros, la mayoría, vivirán resignados con más dudas que certezas, con más penas que glorias. Pero lo que no cualquiera sabe es que para escribir sobre la nada infinita o sobre un todo imposible, hace falta algo más que imaginación: hace falta saber cómo uno quiere morir. Vamos, hace falta un por qué. He aquí el mío.
     Para comenzar, y evitar que este escrito sea nada más que un triste delirio, sería menester admitir que usted sabe de mí lo mismo que yo sé de usted: nada. Sin embargo, esta nada (inexistente o infinita) es todo lo que tenemos hoy para perder o para ganar, para mutuamente asegurarnos de cuestiones sin importancia o para sospechar un sinnúmero de falacias improbables.
     ¿Se da cuenta? Usted está aquí cuando yo ya me he ido, cuando ya he abandonado la sala no sin antes haber escrito este catálogo de últimos recursos para usted que aun no estaba en ella y que ahora la habita ostensiblemente. Es decir que mientras yo escribo en este preciso momento sobre usted -y me acomodo los hombros y bebo una cerveza esperando por la lluvia-, sobre su ausencia renovada y sobre los próximos recuerdos que deberé inevitablemente olvidar próximamente, usted está en realidad en algún lugar de un futuro imaginario (imaginado por mí, para ser más exactos) que no es otra cosa que el pasado que dejó atrás hace sólo un momento, antes de comenzar con la lectura; un tiempo delimitado por las posiciones de dos agujas o, en todo caso, por las fechas de un almanaque adherido a la puerta de la heladera con un imán. Un tiempo que sólo usted conoce. Un tiempo que la separó -por vaya uno a saber qué misterioso designio- de mí y de estas palabras que lee ahora en su propio tiempo, en su espacio más íntimo, tal vez sonrojada por sentirse descubierta por alguien que, en realidad, ya no está y que hasta es probable que nunca haya estado (si es que se confirma aquello de que...).
     Y ya que estamos le comento, querida mía, -si me permite la recomendación- que usted no debería de ninguna manera confiar ciegamente en sus instintos (nadie debería), esos que la previenen de tipos como yo que escriben de noche y en su ausencia, y que se presentan insolentemente en medio de la lectura. Vea, -ahora me va a tener que escuchar, o más bien leer- no crea que yo ando por la vida escribiéndole a cualquiera, ni tampoco piense que sólo soy capaz de escribirle a usted exclusivamente. Sucede que usted y yo ya conocemos el paño y eso, aunque duela escribirlo (o leerlo, depende de qué lado del tiempo nos encontremos), facilita mucho la cosa. Por ejemplo: imagino que usted está ahí leyendo curiosa, mientras yo, ausente ya, estoy en un futuro desconocido pensando en quién sabe qué desgracia; o quizás sonriendo mientras me figuro su cara apenas alumbrada por un velador de luz tenue que le fuerza la vista y le achina los ojitos que se acurrucan en los párpados para mantenerse húmedos. Dígame si no es así... Dígame si no siente ahora como si la estuviera mirando por detrás de las palabras, presentándole mis respetos a su gato que ya notó mi presencia pero que no le molesta demasiado. ¿Vió? Es que usted y yo, aunque le parezca extraño, nos conocemos desde hace rato (y no hace falta que lo andemos declarando en cada oportunidad que tengamos, en cada uno de estos desencuentros premeditados). Porque por más que usted no se dé cuenta, aquí su presencia va y viene constantemente, a veces es inexistente y otras, infinita. Yo... bueno, yo sólo voy, porque cada vez que intento volver me pierdo y me angustio y me enojo y persigo fantasmas como si fuera uno de esos estúpidos que andan últimamente por la calle siguiendo globos amarillos con la esperanza de que los ricos los saquen de pobres. Pero no me haga caso, lo que me pasa es que a este mundo no lo entiendo y a veces quiero más de la cuenta. Y sepa que la cuenta es larga, casi tanto como los espacios que usted deja entre sus posibilidades inexistentes y mis intenciones infinitas...
     ¿Será, entonces, que he llegado otra vez tarde? Seguramente debe ser eso. O puede ser que todo sea mucho más simple, que ser lo que uno debe ser no sea otra cosa que una cuestión de gusto más que de deberes. Fíjese: usted me gusta pero ahora no puede -aunque, como en casi todos estos casos, no es que uno no puede sino que no quiere-. No obstante, déjeme decirle algo fundamental para entender este trabalenguas, querer no es una cuestión de tiempo o de gusto, querer es un deber, una obligación, un mandamiento. Debemos querer y debemos hacer lo que hay que hacer cuando queremos. Creo que de eso habla Hamlet, no es to be or not to be, ser o no ser repetido como un latiguillo dudosamente gracioso (eso es nada más que para los otarios que les gusta repetir frases célebres tratando de levantarse una mina, o para mentir en el envido). No, ser es ser y hacer lo que uno debe cuando quiere, cuando gusta de lo que quiere, cuando desea lo que quiere, aunque parezca imposible, improbable, y hasta, como usted bien dijo, inviable.
     Y a usted, probablemente, todo esto le parezca una reflexión alocada, o más bien una irreflexión completamente fuera de lugar. Sin embargo, me animaría a afirmar que, al fin y al cabo, de eso se trata casi siempre este scrable infinito donde me pierdo en cada vuelta; este crucigrama inexistente donde cada uno lee lo que está escrito aunque quien lo escribió (en este caso, yo) haya escrito algo completamente diferente.
     Por eso, cuando parece que ya no queda nada, usted y yo, volvemos a encontrarnos en este espacio como lo hacemos desde hace ya ni sé cuanto. Y entonces, a mí se me ocurrió que, aprovechando la noche, la cerveza y la lluvia que en cualquier momento se larga, tal vez fuera un buen momento para escribirle a manera de confesión a ese mañana suyo que imagino, sin razones aparentes ni pruebas contundentes, de pequeñas nadas inexistentes e infinitas. Así es, oscuras y diminutas nadas que en un santiamén podrían convertirse en todo real y palpable como esta brisa que comenzó a soplar del este anunciando el chaparrón. Un todo que, entre usted y yo, deberíamos admitir que no es para cualquiera.

(Llueve)

RR


miércoles, 18 de octubre de 2017

A PENAS

y a ella...

     Son apenas las nueve y el vaso de vino agoniza a un lado. Son apenas las nueve y la lluvia va y viene dejándome en evidencia, todos saben cómo me pongo cuando llueve -aunque ella seguramente no-.
     Son apenas las nueve y a las penas me remito. Porque sí, porque son apenas las nueve, apenas unas horas desde que nos tiraron el último muerto, otro más después de aquellos otros tantos.
     Son apenas las nueve y me acurruco como un niño en mi refugio de alcohol y palabras pensando en que a esta hora una muchacha de ojos claros no sabe -ni siquiera supone- que apenas la conozco y ya le estoy escribiendo. Es que a penas nos movemos algunos y a penas se mueven los hilos de quienes no tenemos otro escondite más que las palabras (y las penas).
     Sí, apenas son las nueve y pico y no hago más que pensar en ella, en los colores de su foto que apenas se distinguen en el recuerdo y que apenas puedo dibujar con los restos de su voz pequeña. Pequeña apenas.
     Ya son casi las nueve y veinte y apenas tengo una o dos cosas más para decirle que de ninguna manera diré ahora, en estas condiciones, bajo estas circunstancias, sin otra razón para hacerlo que esta pena. Si puede que me perdone y si no, otra vez será.
     Claro, ella no tiene por qué saber todavía que a mí, cuando se me viene la lluvia encima de la noche, apenas si puedo contenerme de llamarla, de invitarla a compartir las penas o las solicitudes mutuas. Apenas si puedo embocarle a estas endemoniadas teclas que son mi pincel y mi paleta. Unas teclas que hoy samaritanamente simulan una falsa comprensión hacia mi persona como lo han hecho otras veces (y que agradezco). Sin embargo, yo sé que casi no toleran ya que siempre hayan más penas que glorias.
     Es que a penas le escribo y apenas me sale. Y si hoy no fuera por ella, apenas si me hubiese alcanzado para llegar a casi las nueve y media sin llamarla. Sí, apenas las nueve y media. Apenas unas horas después de haber vuelto de ver el mar, donde uno no hace otra cosa más que hablar con ella, con ella y con las penas; sin que ninguna -ni ella ni las penas- lo sepan nunca; sin que siquiera puedan imaginar que mientras unos miserables siembran muerte en los cauces de la vida, otros -en este caso yo-  apenas si podemos encauzar unas apenadas palabras para que, de alguna manera, lleguen a ella.

RR


Ilustración: obra de Claudia Ecenarro

lunes, 9 de octubre de 2017

ME GUSTARÍA


     Y si un día ya no tenés más ganas de esconderte, me gustaría que me escribas. Durante algún rato libre, quizás; o en una de esas tardes de domingo en donde no hay mucho para hacer más que mirar nubes grises avanzando desde el sur o escuchar las olas del mar rompiendo contra los silencios de las trágicas soledades. 
     Me gustaría que me escribas cualquier cosa, una carta o una postal; un verso o un chiste obsceno. Un párrafo copiado de un libro regalado a modo de salvoconducto, o la letra de una canción gastada por el uso y el abuso que algunas de ellas afortunadamente merecen.
     Me gustaría que me escribas sobre el tiempo que pasó desde la última vez que pusiste tu nombre en una hoja al servicio del amor. Te aseguro que nada de lo que puedas escribir sonará a poco; por más que sea un hola arrepentido, borroneado y tachado y vuelto a escribir; por más que se note ese impulso descontrolado de los suicidas que corren hacia el precipicio sin mirar atrás.
     Me gustaría que me escribas de tus días, de tus flores y de tus rabias; de esa frontera insalvable que nunca alcanzó para separar al fantasma de tu recuerdo del retrato vívido de mi cobardía imperdonable volviéndose un poema penoso y cursi. 
     Me gustaría que me escribas cómo estás y que no has pasado frío allí donde has estado, donde sea que te haya encontrado la muerte que dicen que siempre encuentra a los que tratan de huir de ella; que me cuentes brevemente cómo escapaste esta vez, cómo pudiste convencerla una vez más de que aun sos joven y de que siempre lo serás. 
     Me gustaría que me escribas susurrando las eses, murmurando las emes y las enes, martillando la erre en un insulto, marcando concienzudamente con la garganta la doble ce para que suene a una equis capaz de hacerme tiritar la lengua en una noche en que vuelva a leerte a solas, medio escondido y en voz baja
     Me gustaría que me escribas, y te prometo que jamás recibirás una sola palabra mía a cambio. Porque nada de lo que he escrito hasta ahora sería suficiente para intercambiar por una palabra tuya. No te preocupes por la dirección o el destino, de alguna manera me encontraré con lo escrito. 
     Me gustaría que me escribas como si no nos hubiésemos visto nunca las caras, como si jamás hubiésemos trazado constelaciones comunes sobre las estrellas del otro; como si nunca hubiésemos compartido el aliento o la saliva, o el temblor del orgasmo. 
     Me gustaría que me escribas como si habernos besado una vez o habernos dejado para siempre no hubiese significado la muerte de nadie, y mucho menos la mía -de la que ya nadie se sorprende-. 
     Me gustaría que me escribas acerca del sol o la lluvia; del ocaso sin tiempo o del poco tiempo que nos queda antes de que llegue nuestro ocaso final. 
     Me gustaría que me escribas, eso sí, desde la ventana que da al futuro, no al pasado. El pasado ha sido ya tan pisado que no creo que fuera posible reconocernos en él. Asomate al balcón y sonreí al apoyar nerviosamente la birome azul sobre la hoja. No pongas la fecha, no hace falta, que parezca que lo escribiste al otro día del comienzo de esta falsa eternidad que simulo que dura hasta hoy y seguramente hasta mañana. 
     Me gustaría que me escribas sobre tus desdichas disfrazándolas de anécdotas, al fin y al cabo, ¿no es esa la única manera de sobrevivirlas?
     Me gustaría que me escribas de esas noches cuando decidías renunciar al amor a cambio de un poco de compañía; de las veces que te abrazaste a un fracaso con tal de no dormir sola. 
     Me gustaría que me escribas por si algún factor pudiera alterar tu producto; por si acaso existiera en la cuenta una coma soslayada capaz de cambiar este resultado que me enfurece y me empuja hacia ese breve espacio donde juré una y mil veces no volver. Y si creés qua nada de eso es posible, me gustaría que me escribas una oración que sólo hable de tu último sueño, aunque haya sido una pesadilla; creéme que la aceptaría de buen grado. Para los que vivimos en un insomnio imperecedero, una pesadilla es aunque más no sea un sueño.
     Me gustaría que me escribas eso que ya nadie escribe; hoy o mañana o cuando lo creas menester; con desdén o con bondad, y hasta con aquella inolvidable arrogancia de la muchacha que me puso un día al acecho de mis sombras permanentes, de mis secretos inconfesables, de mis renuncias postergadas. 
     Me gustaría que me escribas, en definitiva, aunque sea para decirme adiós.

RR


DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...