jueves, 18 de enero de 2018

MUY POCO PARA TANTO


     Seguramente no está bien que lo diga ahora pero creo que debo hacerlo -digo, para que no te hagas grandes ilusiones sobre mí, para que no te crees falsas expectativas y termines desilusionándote una vez más-.
     Lo mío, querida, es muy sencillo y muy humilde. Porque yo te quiero con muy poquito. Te quiero así, de entre casa, en esos ratos en donde el sol cae por la ventana y vuelven a mí unas ganas de abrazarte que no parecen tener fecha de vencimiento; ganas de contarte alguna historia de esas que cada tanto se me ocurren sin necesidad ni urgencia. Te quiero sin tener en verdad demasiadas razones para darte más que algunos latidos que se agregan apurados cuando sin querer tus pechos se traslucen impunemente en mi memoria y vuelvo a experimentar aquella loca ansiedad por verte cuando te perdía de vista.
     Ya vez, no es mucho. Es nada más que quererte con muy poquito, con esos pocos minutos contados uno por uno de cuando pasaste por mi lado y arrastraste a tu paso una parte de mí que jamás volvió.
     Y supongo que está bien que para vos todo esto sea algo así como una locura mía, una enfermedad, una obsesión. Bueno, es que probablemente lo sea, ¿por qué no? Pero eso, al fin de cuentas, no cambia nada. Porque todavía hoy, cuando aparecés alguna noche bailando en mi recuerdo, la ansiedad resurge, los latidos se aceleran y el tiempo parece detenerse en donde ya no hay lugar para estacionar. Lo que pasa es que no todos los amores son historias épicas de héroes medievales, tragedias griegas o un ir y venir entre Montevideo, París y Buenos Aires. Algunos amores -creo que la mayoría- son como este, un poco de esto y un poco de aquello; un poco de sufrir, un poco de amar, un poco de partir y, claro, un poco de andar sin pensamiento. Y aunque duela reconocerlo, algunos amores se nutren inevitablemente del desamparo de la pérdida. Una pérdida que nunca se revela como posible hasta que es demasiado tarde. Por eso algunos amores (este, sin ir más lejos) son puro tango, poemas tardíos, canciones desesperadas, cartas de amor, de locura y de muerte. Algunos amores son como un pedacito de cielo estrellado que se parece bastante a este que asoma ahora en mi ventana. Un espacio en negro al que yo, jugando a las escondidas con tu recuerdo, le pongo tu nombre como a la noche y le trazo de memoria el contorno de tu cara usando las estrellas de una constelación a la que únicamente yo puedo acceder. Armo y desarmo tus rasgos que no son otra cosa más que los rasgos perpetuos que tienen todos los amores imposibles. Y mientras voy y vengo entre los vapores del alcohol, dibujo sobre mis oscuridades el sonido lejano y apagado de tu sonrisa y un beso que abrigue tu ausencia.
     Lo único que a veces me mortifica un poco de esto -que como verás no es tanto- es que quizás vos te hayas quedado esperando una serenata en tu ventana, o un ramo de orquídeas, o un suicidio en tu puerta. Quizás vos pretendías que me inmolara en tu nombre, que saltara al vacío envuelto en una bandera con tus colores o que te persiguiera por las calles por horas, durante días,  reclamando,  pidiendo, rogando… Perdoname, debe ser que ya no me sale eso. Sólo me sale esto que no tiene ni razón ni justicia. Esto de quererte entre los fantasmas que quedaron y las promesas que murieron de pena; esto que viene sin anunciarse cuando cierro los ojos vencidos y algo te trae a mi lado en silencio, ausente y fugitiva, y yo busco atraparte en una oración sin sentido para no perderte  de nuevo, para atesorarte como atesoran los niños perdidos en la adultez las noches de reyes. Y sostengo en una mano un poco avergonzado un puñado de aquellos pocos días, de aquellos tantos besos y de aquellas innumerables sonrisas; imaginando, sin saber bien por qué, las pequeñas flores que aun nacen al costado de los médanos, como invocando al viento este para que sople y te traiga más seguido a pasear aunque sea por un momento por estas playas de la Cruz Sur, para así tener la oportunidad de escribirte unas palabras como estas, simples y austeras; que no buscan conmover a nadie, sino entretener las horas que me queden hasta que ya no sea posible unir estrellas y armar constelaciones y dibujar una sonrisa o darte un beso sin que jamás te enteres. Antes de que, tarde o temprano, el viento terco se niegue a traerte. Y yo finalmente acepte olvidarte.

RR


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