domingo, 8 de julio de 2018

QUERIDO MERCADO:


    Te escribo desde este rincón apartado del mundo para ponerte al día de mi situación y de la de otros tantos.
     Tal vez vos no estés enterado pero, desde hace un par de años, se habla de vos mucho más de lo que se venía haciendo. Salís todos los días en los diarios y te nombran permanentemente en la tele y en la radio. Parece como si, al invocarte, algo bueno pudiera ocurrir. Y no es que antes nadie te nombrara, no. Lo que pasa es que antes te nombraban junto a otros primos tuyos más cercanos de los que ya no sabemos nada. Quiero decir, lo sabemos, pero es como que preferimos no hablar demasiado para no ponernos tristes, o más bien, para no sumarnos otra tristeza.
     Por lo que comentan "los que saben", con los años has ido adquiriendo un temperamento un tanto sensible y áspero. ¿Será que esa mano invisible no te deja dormir bien? No te enojes, no lo digo para molestarte, sino porque por estos lares de lo único que se habla diariamente es de tratar de no causarte algún malestar o incomodidad. Dicen que si hacemos tal o cual cosa vos te podrías sentir ofendido o molesto e irte dando un portazo; y si eso sucediera, dicen, algo así como un octava plaga egipcia nos dejaría estaquedos por el ojete en el medio de la Pampa húmeda o nos barrería del mapa completamente. La verdad es que a mí un poco me preocupa. No tanto que un día te enojes (con razón o sin ella) y decidas orientar tus velas verdes hacia otros horizontes más cálidos y paradisíacos, sino que estemos tan pendientes de que eso ocurra. Entonces te pregunto: ¿es tan así como nos cuentan?
     Nosotros, como tal vez ya te hayas enterado, no la estamos pasando muy bien que digamos. Ojo, no es que te esté echando toda la culpa a vos. La culpa nunca es del chancho. Supongo que la culpa es un poco de todos, de los que te convocan cada tanto, de la gente que los convoca a los que te convocan a vos y de nosotros, el pueblo, que dejamos que estas convocatorias tengan menos éxito que las de la selección de fútbol (mejor no entremos en ese tema...). Seguramente vos te vas a defender de esto diciéndome que no tenés nada que ver, que a vos te van a buscar siempre para salvarle las papas (negocios) a otros. Está bien, eso puede ser cierto, aunque es sólo medio cierto, no es toda la verdad en esta historia. Porque tampoco es que vos sos un actor de reparto (vaya paradoja) y que sólo hacés lo que el guión dice. No señor, seamos honestos, vos también tenés tu propio libreto y estás expectante por llevarlo al escenario. Nosotros en cambio, volviendo a la metáfora futbolística, la vemos pasar; te vemos jugar a vos y a ellos y un poco a la gente, todos con nuestra pelota y sin jamás poder intervenir en la jugada. Y lo peor es que cuando finalmente perdemos el partido -por goleada-, a vos te transfieren por un montón de guita a otro club, los que te convocaron se van sin hacer declaraciones o echándole la culpa a cualquier cosa (siempre con un porcentaje de la transferencia) y la gente se queda como idiota y no dice ni mu. Es como si sufrieran una especie de formateo en la memoria: nunca vuelven a hablar de eso. Llegado el caso, lo máximo que pueden hacer es repetir que les mintieron y que ellos no sabían lo que estaba pasando; que los culpables "algo habrán hecho" (habremos hecho). En cambio nosotros, el pueblo, nos quedamos siempre llenos de barro, solos en la cancha con la vista perdida en las tribunas vacías y en el último lugar de la tabla, listos para irnos otra vez al descenso.
     Como verás, ser el pueblo en esta historia no es algo muy gratificante o beneficioso que digamos. Fijate, por un lado se nos convoca en todos los discursos sobre cualquier táctica y estrategia, para todas las batallas, para todos los sacrificios; pero a la hora de la entrega de premios -si es que milagrosamente ganáramos alguno- no aparecemos en ningún lado. Aparecen vos, tus amigos y, llegado el caso, la gente.
    Claro, la gente últimamente se ha transformado en protagonista principal de toda esta esquizofrénica relación entre vos y nosotros. Porque, te aclaro, la gente no somos nosotros. El pueblo ya no es la gente. El pueblo es una especie de recuerdo de un pasado venturoso. Un recuerdo de otros tiempos donde supuestamente íbamos a construir con trabajo, participación, esfuerzo y justicia un mundo mejor, más sano, menos triste y menos duro. En definitiva: un mundo más justo. Bueno, ahora le ha llegado el turno a la gente.
     La gente, según lo que ellos mismos declaran, no tiene ideología (afortunadamente, presumen ellos), ni historia, ni presente, sólo un futuro aspiracional. Así mismo, se dice  que la gente, o tiene méritos, o no los tiene. La gente es el público -no "lo público", eso, claro, somos nosotros, el pueblo-. La gente asiste como un espectador a un teatro en donde unos actúan y otros dirigen una obra en la que, al final, cuando cae el telón, lo único que (la gente) se lleva es un papelito arrugado comprobante de la entrada carísima que pagaron, y otro más de colaboración (más caro todavía) para futuras obras que se llevarán adelante quién sabe cuándo -aunque todos sabemos por quienes-. Y sí, no te voy a mentir, la gente, querido Mercado, es la que más se preocupa por vos, por tu salud, por tu bienestar -que no debe ser nunca disturbado-. A veces los veo y los escucho hablando de vos con preocupación, como si estuvieran dispuestos a dar la vida en pos de que nadie se atreva a reclamarte nada o a discutir tus amplias ventajas o a cuestionar ningún movimiento de tu mano.
     En cambio a mí, y claculo que a todos nosotros, esto nos hace un poco de ruido, para qué te lo voy a negar. No sé, antes aunque sea nos decían algunas mentiras piadosas. Por ají aparecía un lider carismático que nos contaba el cuento de la unión nacional y nos prometía que si nos rompíamos el culo íbamos a conseguir un poco más de lo que nos daban otros, sólo por ser leales a nosotros mismos, sin importar si éramos ricos o pobres (y más aún si éramos pobres). O sea, o nos salvábamos todos o no se salvaba nadie. Por otro lado, otros más atentos a cuestiones más abarcativas que las circunstancias nacionales, y más decididos a tomar el toro por las astas, nos proponían unirnos internacionalmente para agarrar de una vez por todas el mango, dar vuelta la tortilla y dejar de pagar alquiler por una sartén que, en realidad, es nuestra. Claro, esos me simpatizan mucho más, pero sé que ese camino es largo y llevará un poco más de tiempo. En cambio ahora ni nos nombran, nos dicen golpistas, desestabilizadores y hasta populistas, sin que nadie pueda explicar de manera fehaciente, concreta y científica que cuerno es verdaderamente el populismo. Por eso, a mí me parece que nos están cagando otra vez...
     Ya ves, querido Mercado, que de todo este menjunje, vos y los otros que te han vuelto a llamar nunca salen enchastrados. Nosotros, que apenas sobrevivimos pero existimos, ya sabemos lo que nos toca, lo que nos queda y lo que deberemos hacer algún día cuando el hartazgo justiciero nos convoque a todos  y nos decidamos a poner los huevos que corresponde a la tortilla. La gente... Bueno, ellos son así, ovejitas de corral que balan y saltan como bobas de un lado para otro y aceptan, como buenas ovejitas que son, que cada tanto las esquilen y las dejen cagándose de frío de cara al viento. Y eso sin mencionar que siempre está latente la posibilidad de que, en medio de la esquila aparezca el patroncito con los pantalones por las rodillas a sacarse las ganas. Obviamente, ellas no dirán nada, hasta incluso lo agradecerán en una próxima elección o, en todo caso, desparramando su hiel en todos los ámbitos. Y todo con tal de que nosotros no nos acerquemos ni a un metro del corral o, peor aún, le exijamos al patrón el recibo por la venta de la lana y la parte que nos corresponde.
     Bueno, estimado, ahora te dejo. No era mi intención hacerte perder el tiempo con mis cosas, sé que siempre estás ocupado yendo de un lado para otro, contando las ganancias y, sobre todo, sociabilizando las pérdidas. Por nosotros ya no te preocupes, no estamos bien pero, como te dije antes, estamos vivos. Quién te dice que un día de estos no recuperemos la memoria y nos acordemos -y asumamos hartos- que la pelota, la cancha, las tribunas y hasta el vestuario es nuestro. Imaginate si eso sucediera, si algo en nosotros se despertara en una noche cálida de esas que a veces nos juntan en la calle y dejáramos de ser esta manga de cobardes y te mandáramos definitivamente al banco (vaya segunda paradoja), metiendo en cana a tus dirigentes corruptos y poniendo a la gente en un lugar menos dañino. Imaginate lo que sería eso. ¿No te lo imaginás? Yo sí. Ojalá no falte tanto.

Saludos.

RR


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