jueves, 26 de julio de 2018

LOS HÉROES, SUS AMANTES Y SUS SOMBRAS



     Mientras tanto, en el claroscuro que ilumina el espacio entre la vida y la muerte, el amor sucede. El amor se escapa de las cajitas de cristal de los que lo añoran, de los libros de los que lo escriben, de las canciones de los que lo cantan. Mientras tanto, hay peces que saltan de la pecera para besar al observador; y observadores que se zambullen al agua a ahogarse de la mano de un axolotl. Mientras tanto, hay cartas que van y vienen y mensajes que nunca llegan; malos entendidos que quedan ahí, como malos entendidos, como murallas levantadas bajo los signos de una pretendida civilización pero sin esos gestos imprescindibles de la naturaleza, sin los brillos del sudor en la frente anunciando la imposibilidad de contener por más tiempo la confesión de quien ha caído irremediablemente en la red del amor. Porque nadie escapa del todo y para siempre de esa red, de su caza furtiva, de su mira telescópica que ajusta con precisión el objetivo y dispara una bala que no podrá removerse nunca.
     Y así, desde las ventanas de los edificios, como desde las oscuridades de los reductos sociales, los amantes disparan sus miradas, se hablan en silencio buscando una magia telepática que los conecte y los abrace finalmente bajo la copa de un árbol o bajo las sábanas de una cama. Así andan ellos, despreocupados de buscar razones para tanto desperdicio de tiempo en cuestiones nimias, en el bagayeo de cosas que, al final, terminan demostrando su completa inutilidad. Y claro, habrá quienes se arrepentirán un día de no haber intentado congraciarse con el tango o con los boleros, esos que apenas se dejaban escuchar debajo del ruido filoso de las rayas de un disco abandonado por quien tuvo la dicha de encontrar una pareja para bailarlo y huyó de su negro presente hacia un destino incierto. Y también habrá otros que se sometan al juicio final de un libro estaqueado entre los límites de una biblioteca juntando polvo con el señalador abandonado en la segunda página mientras las restantes guardan en secreto los versos más desgarradores junto a las carcajadas de hombres y mujeres felices que se animaron a escribir con sus propias manos la historia de sus vidas.
     De la misma manera aguardan los amantes que no se encuentran. Van y vienen, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Domingos familiares con familiares desconocidos, encuentros con amigos de quienes no saben más que el color de su equipo de fútbol y los finales de unos cuentos tontos, repetidos y sin gracia que han sido contados una y otra vez hasta el hartazgo. En el fondo de sus horas ha quedado guardado secretamente aquello que han negado durante toda su vida. Allí, donde el mundo se termina al primer minuto de la borrachera y concluye un minuto antes de caer vencidos por el sueño que, irremediablemente, los rescatará para colocarlos en un lamentable lunes -por más que sea jueves o cualquier otro día de la semana-. Es que siempre será un despertar de lunes para los que no logran encontrar su sujeto y viven como un eterno predicado, acomodando los verbos en unas esperanzas que persiguen implacablemente y adjetivando imágenes de sueños imposibles.
     Sí, el amor está ahí y de nada sirve ocultarse, ni de sus causas ni de sus consecuencias. ¿Es que acaso no es el amor el único acto verdadero de valentía que somos capaces de llevar adelante? Tarde o temprano llega la hora de creer en lo increíble, en que nada es lo que antes uno creía que era. Como le sucede a esa muchacha que, apesadumbrada por los sobrevalorados vaivenes del dinero, camina ahora por la plaza con sus deseos grabados y ocultos en un botón desprendido de su camisa sin saber que ella es el amor de la vida de alguien, la reina de un tablero que desconoce. Ella, sí. Ella.
     Ella pertenece a un juego donde no hay nada que no sea posible. Va por las sombras del amor desprevenida, saltando de cuadradito en cuadradito ignorando que tal vez su rey es aquel peón blanco, o ese otro negro, o aquel rojo. O tal vez no sea ninguno de ellos y sea un caballo abandonado al borde del olvido, cansado de cabalgar soledades. Y cuando ella descubra que está a punto de ser devorada por el tiempo, no tendrá otra posibilidad más que salir de la penumbra e ir detrás de ese amor como van los que asumen al héroe interno maniatado por miedos y prejuicios inculcados metódicamente de generación en generación. Inesperadamente entonces, su heroína saldrá a la luz para iluminar lo que haya quedado del dolor que la mantuvo recluida en esa espantosa prisión.

     Y así como esta reina irá detrás de su rey por el infinito camino de los amantes, me pregunto si no es que yo debo volver a perseguir una vez más el trazo dibujado por tu silencio. Porque vos, que seguís sonriéndome desde un cuadradito negro, probablemente pienses que para convertirme en héroe yo debería abandonar la pretensión de hacer de esto una carta de despedida y escribir ahora mismo tu nombre en ese espacio vacío dejado en cada texto escrito y desahuciado en el borde del cuadradito blanco contiguo al tuyo. Acaso, si así lo hiciera, estas palabras podrían tomar la forma de un prólogo heroico para mis últimos versos anónimos que me permitirían recuperar tu cuerpo de la sombra y acercarme disimuladamente a tu oído a ofrecerte que te quedaras al menos un rato a mi lado, que dejases el desorden de tu ropa en el piso como una constelación que guiara tus soledades hacia el refugio que guardan mis anhelos.
     Sin embargo, querida, eso no sucederá. Porque, a decir verdad, este es el más heroico de mis actos. Pues así como el amor sucede, suceden las soledades. Y mis soledades deben permanecer solas dejando las tuyas con vos que pertenecés a un universo inalcanzable.
     Adiós, entonces. Es tiempo de descolgar este ya desvencijado cartel de bienvenida y despedirte de mi boca y de mis manos, abandonando la idea de ser el héroe de un hoy sin mañana. Por favor, apagá la luz al salir; guardá en tu bolso los últimos rayos de sol de los futuros atardeceres y los tenues brillos de las lamparitas ya agotadas, pues no me pertenecen. Como no me pertenecen ya ni tu risa, ni tu sexo, ni nada de lo que rondará ostensiblemente mi memoria hasta el fin de los días.

Sólo tu sombra.

RR
   
                

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