miércoles, 29 de agosto de 2018

HACIA EL FINAL DE LA NOCHE


Hasta pronto, me vuelvo a casa. 

Me voy a refugiar una vez más en una guitarra, en los ruidos conocidos y en los silencios elegidos; en los sabores dulces de cuando era niño y en la sombra de aquellos tilos loberenses. 
Me voy clavando la pluma en la hoja en blanco a perderme en la ceguera de Borges. 
Me voy cruzando los martillos y derribando la pared que me separa de mí mismo, nada más que para encontrarme con ese personaje funesto que he creado a imagen y semejanza de mis desgracias y de las alegrías más injustificadas. 
Me voy a destapar una botella de vino y a esperar que se convierta en vinagre; para brindar a la salud de los que ya no están, de los que se han ido y de los que nunca más volverán. 
Me voy, quizás, porque quiero dejar por un rato estas estúpidas discusiones sobre la paz y la guerra que no hacen más que llevar sangre de un lado a otro. 

Quiero abandonar al abandono y reírme cínicamente de su suerte. 
Quiero desatar a las fieras para que griten sus verdades y masacren las mentiras sostenidas por la fuerza de los poderosos y la complicidad de los traidores. 
Quiero ser el abogado del diablo, el defensor de los pobres y los ausentes, algo así como un suicida dispuesto a vivir para siempre -por la gracia del Señor- en una nota sostenida en los ojos cerrados alumbrados con la imagen de la mujer de mi vida yéndose de mi lado. 

No voy a quedarme a vivir la vida de otros, a rascar la puerta por las migajas de los aristócratas y los penosos burgueses. 
No pienso derramar una sola gota de sudor por un pan amasado para los que buscan mantenernos encerrados en su corral.

Porque no creo en los mercenarios de la culpa y los dueños de la mansión embrujada. 
Ni creo en esta luna, ni en estas estrellas, ni en todas esas cruces. 

Creo en la claridad que da la borrachera, en la pena del desahuciado, en el arrepentimiento del condenado, en la muerte segura e inevitable de todos. 
Creo que cuando ella llegue va a ser demasiado tarde, si Dios quiere. 
Creo en el tiempo que me está matando y en la permanente búsqueda de la salvación en un abrazo milagroso; la redención en dos pechos que me acojan al menos por una noche; en la resurrección algún día en este juego de palabras que me ha atrapado entre cuatro paredes y sus ojos. 
Creo que he perdido algunas batallas, pero la guerra continúa y continuará hasta el fin de mis días. 

Eso sí, me gustaría no recordar ya nada sin olvidarme de nadie.
Me gustaría encontrar un par de zapatos que la traigan de vuelta sólo para decirle que se vaya, que nada ha quedado de lo que había, ni siquiera estos besos muertos de pena. 
Me gustaría terminar esta hoja y no volver a escribir nunca más para así plantar las semillas de nuevas palabras y que se encargue otro. 

Porque yo, yo ya tuve suficiente. Hasta acá han llegado mis ganas y mis fantasías, hasta acá alcanza mi descaro y mi valentía. Hasta acá puedo seguir sosteniendo que he cambiado y que nunca podré olvidarla porque, al fin y al cabo, ya ni siquiera la recuerdo. 

Y eso duele.

RR


viernes, 24 de agosto de 2018

ANTE TODO


Amá siempre. 
Amá, es lo único que podés hacer para no estar muerta antes de morirte; para no ser un número más en alguna triste columna de las nóminas que redactan en las sombras los miserables mercaderes que venden las almas al mejor postor. Por eso, donde sea que vayas, donde sea que te encuentres, amá.
Amá para intentar ser ese nombre tallado en el corazón de un árbol o en la amorosa obsesión de alguien que no logra olvidarte.
Amá sin temores buscando ocupar un espacio en la lista clandestina de los rebeldes que dejan todo para amar, esos locos que sin dudar ni un segundo regalan su aire y apuestan su sueños y entregan sus noches en vela pensando en quien aman.
Entonces, amá. Elegí a alguien, subite a su destino y amá. Desatá tus nudos y soltá tus amarras y lanzate a la deriva para ahogarte a su lado.
Amá hasta el infinito sin dejar nada.
Amá y desmentí todas esas supuestas verdades que se derrumban inmediatamente apenas uno ama.
Amá también al prójimo, al extenuado, al desolado y al desahuciado. Y cuando ya no tengas a quien amar, amá a ese héroe enamorado que ama sin ser amado.
Amá aunque nunca nadie se entere de cuánto has amado hasta ese día en que tu amor decidió irse tras unos pasos perdidos para finalmente transformarse y volver a tu lado en otro cuerpo, con otros ojos y otra piel, y ese sabor a primer beso indispensable para seguir amando. 
Amá íntimamente a quien te amó alguna vez y te seguirá amando allí adonde van los amores perdidos a refugiarse del silencioso frío del desamor, ese mundo dantesco de versos que conducen a los amantes a través del infierno de la ausencia irreparable y el limbo imposible del olvido al anhelado cielo donde habitan nuevos amores.
Entonces, amá.
Amá a pesar del tiempo y la distancia; de las paralelas que nos separan y las perpendiculares que nos cruzan; de las cobardías ocasionales y las precauciones inevitables; de los pedazos rotos y la sangre derramada.
Amá sólo vestida con las efímeras felicidades y hasta con los eternos dolores que apenas se aguantan. Y sin importar lo que hagas no dejes nunca de amar, para que la muerte te encuentre amando.

Porque en la vida, dicen, nunca nada valdrá lo que vale el amor.

RR



viernes, 17 de agosto de 2018

USTED Y YO #6


     No se acongoje, querida -usted bien sabe que me gusta llamarla de esa manera anónima aunque mis intenciones jamás lo sean-, no se apachuche ni se amedrente. No me deje solo en esta noche tal vez más oscura que las anteriores. Porque debería saber que cada una de las que le han sucedido a usted han sido más y más negras (si es que eso fuese posible), más y más ausentes de todo aquello que usted coloreaba con su presencia. Y si no me cree, o acaso supone que exagero, fíjese lo que he demorado en volver a escribirle. Por favor, no me recrimine lo que escribo para quién sabe quien, esas son sólo palabras sueltas, oraciones sin sujeto predicadas desde el insomnio que me provoca aún este temor de no volverla a cruzar en una plaza, en un bar o en una cama.
     Le aclaro que, finalmente, he decidido que usted no figurará en ningún comentario nunca, ni siquiera diré su nombre como una especie de alivio aunque me obligue la muerte o, peor aún, aunque me muera de ganas. Usted será en estás hojas la de siempre, la que se va sin que nadie la llame y vuelve sin necesidad de que la eche ese a quien usted ha decidido dejar al cuidado de todo aquello que yo imagino cuando escribo para usted. Eso sí, tenga en cuenta que cuando yo le escribo, usted queda bajo mi jurisdicción, y que dentro de los límites que demarcan estos márgenes, sus odiosas pataletas y sus caprichosos enojos de antaño no la van a exonerar del cariño que, sólo como introducción, yo le demostraré invariablemente hasta convertirlo en un amor ostensible.
     Vamos, ríase de mí lo que le plazca. Al menos de esa manera volveré a hacer mía aquella sonrisa que portaba inescrupulosamente a mi alrededor, y usted hará suyas mis emociones y las estúpidas justificaciones que deberé esgrimir para nadie buscando justificar el alegre contagio que me provoque su burla. Sin embargo, usted deberá justificar mucho más que eso. Usted, querida (ya ve cómo me pone...) deberá testimoniar cómo fue posible que un don nadie como yo se viera en la responsabilidad de lidiar con su recuerdo sin importar todos los túneles oscuros que se presentaran, ni las luces que asomaran cada tantos semestres. Es que, como creo haberle dicho (escrito) alguna vez, no soy yo quien le escribe. Claro, tampoco es que no lo soy. Es más bien un trabajo conjunto entre quien ha muerto en el intento y quien ha sobrevivido para contarlo. Pues bien, aquí estoy yo, el vivo y el muerto, el que ya no la busca y el que la encuentra en cada rincón de este vaso vacío que, como cada vez que nos encontramos -usted y yo-, me aguarda paciente. 
     Así es, aquí estamos, usted y yo como un hecho histórico sin proceso alguno que pudiera servir como objeto de estudio. Digámoslo sin vueltas: ¿qué archivo podríamos hallar a esta altura para corroborar las fechas y los actores de un par de meses de desencuentros y algunas batallas mediocres y sin armisticio? Porque, por más que al principio aquello pareciese una blietzkrieg amorosa, al final no pasó de una escaramuza entre pobres caudillos venidos a menos y unos ejércitos desmoralizados y vencidos de antemano.
     Pero volviendo a lo que nos ocupa -esa abuela que regula al mundo-, sepa que usted también tendrá que convivir con esta vida y esta muerte, con estos hiatos y esta caterva de imbecilidades que de vez en cuando me someten a su sombra y a su noche. Todo eso que aparenta ser olvido y desmemoria pero que, así, de esa manera tan paradójica, reafirma su existencia. Quiero decir: no espere nunca de mí la confesión del olvido. Porque no me corresponde a mí hacerlo. Porque no me toca a mí arrojar esa primera piedra. Porque nunca delataré a aquel que ha muerto tras sus pasos y resucitado de las tinieblas, debajo de estas letras, para sobrevivir eternamente.¡¿Cómo podría yo hacer semejante cosa?! 
     No, yo nunca diré de usted más que todo lo que la he querido. Porque si alguna vez escribiese como ahora que sí, que la he olvidado, no haría más que confesar, como ahora lo hago, que jamás pude olvidarla.

RR


domingo, 12 de agosto de 2018

NIEBLA DE AGOSTO


     Tal vez sea que después de tanto ya he tenido suficiente; que después de no haber tenido nada, todo me resulta demasiado. O quizás sólo sea que ya no quiero lo poco que el mundo puede ofrecerme. 
     Y entonces me voy, sin irme realmente a ningún lado, sin ni siquiera dar un solo paso. Me voy hacia un lugar inalcanzable para aquellos que se la pasan pidiéndome explicaciones o una declaración jurada de mi estado de ánimo. Me voy hacia donde vagan solitarios los intentos y los fracasos sin tribunas ni laureles. Me voy hacia el cerco que divide mi vida de la vida, que separa sus ojos de los del resto de la manada: sus ojos de loba en celo buscando un macho que se aparee con ella, que la someta y la convoque al sacrificio. 
     Y por eso no habrá a partir de ahora nada más, solo ojos; ojos por doquier, marrones y celestes, verdes y negros, todos con el mismo fondo blanco, todos con la ansiedad de la espera, con la impaciencia que provoca el ritual de una búsqueda falsa. Ya mismo voy a saltar ese corral hacia la palabra que mata, a empaparme de ella, a cortarme las venas con su filo y desenmascarar sus miedos que paralizan las piernas, que cierran la boca oprimiendo las ganas de declarar fuerte y claro que el amor sobrevive a la muerte y que sólo hay muerte en los verbos guardados en los párrafos de los hipócritas, en las súplicas de un amor sin sentido, sin nada a cambio, incondicional e injustificado. 
     No, no hace falta que venga ella a despedirme con su lástima o su orgullosa indiferencia. Porque ya no me interesa corregir la gramática de mis sentimientos, ni me importa destruir los mitos impostados en mis versos. Lo único que busco es amargar estas putas felicidades de plástico y arrojar a una cloaca todos esos amaneceres y crepúsculos capturados en las fotos de los que jamás sintieron la desolación de la noche, del vaso a medio terminar mirando la botella vacía; de la púa recorriendo ese último espacio negro y silencioso antes de levantarse del disco y marcar inapelable el final de la música. Un final anunciado ya sin sus piernas asomando por debajo de las sábanas revueltas proponiéndome una nueva canción que me permitiría tomarla de la cintura y viajar junto a ella adonde solo se viaja de a dos.
     Así es, me voy, solo, sin nadie detrás alzando la mano para saludarme, sin los llantos de mi madre ni ningún tipo de arrepentimiento tardío; dejando de una vez por todas atrás a esos insoportables comentaristas del día después. Me voy con el pecho roto y las manos encallecidas, con la mente llena de porvenires y probabilidades, con la lluvia cayendo impiadosa sobre mi alma que innegablemente se había inundado de excusas. Me voy porque quiero irme, porque nadie me lo pide, porque es absolutamente innecesario e inconveniente. Me voy sin dejar nada atrás ni tener nada por delante. Me voy caminando la cornisa de la locura, abrazado a los fantasmas del destierro y la humillación, olvidándome del orgullo y del amor propio que me ataban a un supuesto éxito que no es más que la soga que ahorca los sueños. Me voy sin nada, sin equipajes ni hojas de repuesto. Nada más me llevo el último beso de febrero de aquella chiquilina feroz y el abrazo del único amigo que me queda. 
     Me voy, me pierdo en esta niebla de agosto que hoy cubre un pasado que ya no añoro y un futuro que ya no espero. Me voy para no volver. 
     Jamás.

RR


DE LA NOCHE A LA MAÑANA

     ¿Qué hora es?.. ¿Ya?.. ¿Y a qué hora se hizo esta hora? ¿Dónde estaba yo cuando esa hora vino y se fue la anterior? Porque se fue, se...