martes, 18 de junio de 2019

LA NUBE


     En serio, conozco personas que jamás salen a la calle sin un paraguas en un día de lluvia. Ellos parecen reconocerse entre sí, se amuchan bajo los aleros y los balcones, como si intentaran resguardar sus paraguas del ocaso de la lluvia, de esas gotas que caen renuentes y premeditadas, que rebotan sobre el nylon y saltan sobre esos otros transeúntes que los miran como invocando piedad antes su carencia de resguardo, ante el desamparo de verse ahí, sin paraguas, sin alero, sin balcón que les evite empaparse mientras caminan hacia la parada del bondi o hacia un bar a encontrar consuelo después de que ese amor para toda la vida se revelara como lo que verdaderamente era: una promesa, una apuesta perdida de antemano, una exageración inconsulta y desproporcionada. Vamos, como lo que el amor es en realidad.
     A mí, en cambio, no me preocupan los paraguas, ni los aleros, ni los balcones. Porque yo salgo siempre con tu nube a cuestas. Donde sea que vaya tu nube va conmigo. Y sí, vos sabés bien que cuando hablo de tu nube enseguida se me da por escribir sobre tus gotas y tus gemidos y tus truenos y los rayos indómitos de tus ojos. Sobre tu apocalipsis de media tarde que me derriba y me manda derechito a la cama o a colgarme de una soga de versos que sólo riman con tu nombre, con cualquier sílaba que contenga alguna de las tuyas, con cualquier acento que caiga como una maza sobre tu recuerdo de amasijos hechos de cuerdas y tendones, y que me pone en ridículo ante todo el barrio que me escucha una vez más suplicarle un silencio imposible a mi guitarra. Porque eso es tu nube: una tormenta implacable e impiadosa que nunca va a oír mis súplicas, que va a hacer oídos sordos ante este interminable temporal que se agita sobre mi costa y mis aguas internacionales, sobre ese ínfimo espacio que ocupó tu vida en la mía pero que, sin embargo, fue capaz de fundar una república independiente y soberana de mis deseos. 
     Sí, tu nube, tu lluvia: mi tormento. Tu dictadura proletaria que ha conquistado mi poder y ha hecho suyos mis medios de producción condenándome a escribir siempre en tu nombre. En tu nombre y en el de tu nube que me llueve desaforada, que me somete a la dialéctica de una historia que no tiene fin, que nace y muere y vuelve a nacer y vuelve a morir y vuelve a nacer...
     Hay gente que no puede enfrentar la lluvia sin un paraguas. También existe gente que atraviesa cada tormenta bajo una lluvia torrencial resignándose a caminar fuera del alcance de los aleros y los balcones. Están también -¿por qué no colocarlos en esta nómina?- quienes caminan felices al amparo de un abrazo, contando cada gota como si fuese una bendición, como si cada una de ellas diera testimonio de vida, como si cada chapoteo de sus pies en los extensos charcos que se forman en las bocacalles fuese un alegato a favor del amor. Un amor por el que -es necesario aclarar- ellos mismos deciden saltar al vacío, sin necesidad de ninguna otra razón más que el agua que cae y los moja y los empapa y los empuja hacia la casa de alguno de ellos (otra vez ellos) a secarse los cuerpos para volverlos a humedecer sobre una cama con la boca y los ojos y las ganas de mantenerse para siempre así, húmedos, expectantes, alertas, tormentosos, fugaces.
     Ya vez lo que puede hacer tu nube perdida entre todas estas que ahora ocupan un cielo que parece que se va a caer sobre mí. Por eso nunca trato de escapar de ella, porque sé que es inútil e inconducente. Porque si hubiese podido huir de ella, lo hubiese hecho hace ya mucho tiempo atrás, cuando todavía sostenía la bandera del olvido posible como un cruzado; cuando murmuraba tu nombre mientras observaba la lluvia caer pensando "siempre que llovió, paró". Cuando todavía creía que, en alguna parte, existía un paraguas, un alero o un balcón capaces de protegerme de esta tormenta, de tus gotas amorosas cayendo, constantes y mortales, sobre mi mente atormentada.

RR


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