Estaba pensando... ¿y si nos despedimos acá?
Quiero decir, ¿y si damos media vuelta y nos vamos sin pagar, sin hacer
las cuentas o un resumen de las razones posibles y los sinsabores
evitados? Tal vez sea mejor sólo levantarse de la cama y decir hasta
luego, porque decir adiós no vale, porque decir adiós es hacer trampa,
mentir. Y yo no te voy a mentir. Si te digo hasta luego es porque luego
es mucho más probable que nunca; porque el mundo es un pañuelo, vos
sabés... Porque hasta ayer ni nos habíamos visto, estábamos cada uno en
su galaxia mandando señales sin esperanza en busca de vida, de amor o de
muerte, algo que nos sacudiera y que manchara el lienzo blanco que
ocultaba las soledades. Quizás sea mejor despedirnos sin palabras, sin
bajar la mirada al suelo, sin arrastrar los fanguyos y arrimarnos a la
pared para no tener que decir chau, esto ha sido todo (todo suena a tan
poco cuando la nada abarca al corazón y lo demuele y lo deja bombeando
recuerdos). Y no se vive de recuerdos, vos lo sabés. Se vive de esto que
nos pasa ahora, de saber que nos vamos a morir un poco cuando nos demos
vuelta por segunda vez y ya no nos veamos. Se vive como se puede.
Y yo probablemente viva de escribir cartas desde la oscuridad de un
pasado compartido, porque nosotros nos diremos hasta luego pero
desafortunadamente el pasado seguirá ahí, aferrado a la memoria como una
garrapata que te chupa la sangre y te llena de ronchas y picazones
donde nunca alcanzan las uñas para rascarse, donde siempre entra un haz
de luz maldito que choca contra el prisma de la esperanza y desvía los
pálidos dolores transformándolos en multicolores alegrías que,
lamentablemente, nunca alcanzan para llenar el espacio infinito entre
los cardos y los girasoles; para hacer de ese hasta luego un adiós
definitivo donde refugiarnos como fugitivos y desenmascarar a los
fantasmas y ocultarnos en otros nombres y en otras vidas.
Entonces te aclaro que quien firmará este texto no seré yo, serán los mansos cocodrilos que navegan los pantanos de mi memoria que se niegan a comerte, a devorar tu carne firme y tu sexo húmedo, tu voz clara y arrogante capaz de dar ese portazo inapelable que sólo da la muerte. Esos lagartos que se resisten a acabar de una vez por todas con este debate inoportuno e infame entre las razones irreprochables y los sentimientos inimputables, entre estas malditas palabras que nunca te nombran y estas ganas incontenibles de gritarlas, de declararlas en el pozo más oscuro de este averno en donde siempre me encuentran.
No, no nos digamos adiós, ¿para qué? ¿Adiós a qué, a quién? ¿A nosotros que jamás planeamos encontrarnos? No, seamos honestos, digámonos hasta luego, hasta la próxima, hasta que necesitemos tanto las manos mutuas apretando la sangre en las heridas que ni el estúpido orgullo ni el destino funesto puedan impedirnos soltar los clavos de la cruz de la nostalgia y hacer sangre con el vino y pan con el cuerpo y amor con el recuerdo.
Entonces te aclaro que quien firmará este texto no seré yo, serán los mansos cocodrilos que navegan los pantanos de mi memoria que se niegan a comerte, a devorar tu carne firme y tu sexo húmedo, tu voz clara y arrogante capaz de dar ese portazo inapelable que sólo da la muerte. Esos lagartos que se resisten a acabar de una vez por todas con este debate inoportuno e infame entre las razones irreprochables y los sentimientos inimputables, entre estas malditas palabras que nunca te nombran y estas ganas incontenibles de gritarlas, de declararlas en el pozo más oscuro de este averno en donde siempre me encuentran.
No, no nos digamos adiós, ¿para qué? ¿Adiós a qué, a quién? ¿A nosotros que jamás planeamos encontrarnos? No, seamos honestos, digámonos hasta luego, hasta la próxima, hasta que necesitemos tanto las manos mutuas apretando la sangre en las heridas que ni el estúpido orgullo ni el destino funesto puedan impedirnos soltar los clavos de la cruz de la nostalgia y hacer sangre con el vino y pan con el cuerpo y amor con el recuerdo.
RR
Foto: Guillermina Raggio
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