Para perpetuar la risa postrera no hace falta más que abdicar ante la tristeza, darle su espacio, alimentar sus bríos y celebrar sus ocasos. ¿Es que acaso no puede uno reírse sin razón? ¿Es que siempre tiene que haber un remate payasesco, un tortazo desprevenido, un paso de comedia carente de ingenio? No lo creo. Por eso vengo a reírme a tu lado, a sonreírte desprejuiciado y sin razones aparentes. Porque tengo más razones de las que creés. Tengo la razón primera que es la completa ausencia de necesidad de razones. Me río ante tu recuerdo triste porque he hecho de él el columpio donde hamacar estas palabras que me permiten ser feliz a tu lado, en tu ausencia, a lo lejos. Y en este juego que quizás te parezca una señal inequívoca de demencia yo salto sobre la rayuela que dibujan mis demonios a recoger la piedra que arroja tu fantasma y la traigo como un perro obediente a tu falda y me preparo moviendo la cola para buscarla nuevamente cada día, cada noche de oscuridades transformadas en oraciones que parecen carecer de sentido pero que son los trazos que van definiendo mi camino hacia la muerte irrenunciable. Sí, irrenunciable como el pasado, como el aroma que aun emana de tu sonrisa que alimenta la mía, esta que se me dibuja inapelablemente en la cara al ritmo de la percusión de las teclas con sus letras que se van borrando de tanto reírme, de tanto seguirte por las hojas en blanco que te dejan a disposición de una imaginación sobreviviente de las tristezas inevitables y de las alegrías sin razones.
Claro que vos harás tu propio camino, un recorrido que, en todo caso, será inalcanzable para mis manos. Pero, mientras surja la risa que nace al final de la desesperación y la angustia, estas palabras seguirán tus pasos como un horizonte y se acomodarán en la larga lista de razones que encabeza tu nombre misterioso para los curiosos de turno, para los que tratan de salvarme de mí mismo ahuyentando el sabor inolvidable de tu sexo, el precipicio aterrador de tus ojos, la mágica seducción de un suicidio en tu nombre. ¿Ves? Así nomás despiertan las palabras, sin esfuerzo y sin dolores agregados, con el sólo abandono de mi mente que ya no necesita pensar en vos y que ha renunciado a saldar la deuda de un corazón imaginario; así logro llevar adelante esto que no es más ni menos que eso que algunos le dicen “perder el tiempo”. ¿De qué tiempo estamos hablando? ¿El tiempo del trabajo y el dinero? ¿El tiempo de las obligaciones y el desconsuelo?¿O es acaso el tiempo de las seguridades del alma quieta muriéndose lentamente entre los miedos sembrados premeditadamente por algunos para cosechar renuncias y obediencias?
No, amor mío, yo ya no necesito razones para reírme, razones para quererte, razones para morirme. Ya no necesito amaneceres perfectos retratados en maravillosas fotografías sin lluvias que salpiquen sus versos. No necesito oro, ni propiedades, ni esclavitudes. No necesito nada de lo que deba obtener a costa de otros. Por eso me aferro como un desgraciado a estas palabras que vuelan como gaviotas sobre tu orilla, que te siguen en tu camino hacia donde vas cada noche a dejar tu piedra. Porque cuando te veo ahí, sobre uno de los casilleros numerados, no me queda más que reír sin razones y escribir cartas que dejaré saltando sobre un pie pensando que tal vez algún día las recojas en el cielo.
Claro que vos harás tu propio camino, un recorrido que, en todo caso, será inalcanzable para mis manos. Pero, mientras surja la risa que nace al final de la desesperación y la angustia, estas palabras seguirán tus pasos como un horizonte y se acomodarán en la larga lista de razones que encabeza tu nombre misterioso para los curiosos de turno, para los que tratan de salvarme de mí mismo ahuyentando el sabor inolvidable de tu sexo, el precipicio aterrador de tus ojos, la mágica seducción de un suicidio en tu nombre. ¿Ves? Así nomás despiertan las palabras, sin esfuerzo y sin dolores agregados, con el sólo abandono de mi mente que ya no necesita pensar en vos y que ha renunciado a saldar la deuda de un corazón imaginario; así logro llevar adelante esto que no es más ni menos que eso que algunos le dicen “perder el tiempo”. ¿De qué tiempo estamos hablando? ¿El tiempo del trabajo y el dinero? ¿El tiempo de las obligaciones y el desconsuelo?¿O es acaso el tiempo de las seguridades del alma quieta muriéndose lentamente entre los miedos sembrados premeditadamente por algunos para cosechar renuncias y obediencias?
No, amor mío, yo ya no necesito razones para reírme, razones para quererte, razones para morirme. Ya no necesito amaneceres perfectos retratados en maravillosas fotografías sin lluvias que salpiquen sus versos. No necesito oro, ni propiedades, ni esclavitudes. No necesito nada de lo que deba obtener a costa de otros. Por eso me aferro como un desgraciado a estas palabras que vuelan como gaviotas sobre tu orilla, que te siguen en tu camino hacia donde vas cada noche a dejar tu piedra. Porque cuando te veo ahí, sobre uno de los casilleros numerados, no me queda más que reír sin razones y escribir cartas que dejaré saltando sobre un pie pensando que tal vez algún día las recojas en el cielo.
RR
Foto: Hugo Grassi
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