jueves, 7 de mayo de 2015

AL QUE MADRUGA


        Está saliendo el sol. Hace tanto que no salía... Sí, es verdad, tenés razón, ¿para qué te voy a engañar? El sol sale cada mañana (eso que dicen que es el sol). Pero, ¿cómo te explico..? A veces quisiera que el sol saliera a otra hora, a la hora del insomnio en medio de la oscuridad de la madrugada, un golpecito en la puerta me alcanzaría para salir a recibirlo, para mostrarle que en el camino que traza su claridad a mí me persiguen las oscuridades y los acertijos. 
      Está saliendo el sol y ya casi está a media altura de la ventana, de un horizonte que es únicamente mío y de nadie más. Y como no tenía nada para contarte decidí escribirle al sol, mirar por la ventana y pedirle que me cure esta tos que me está matando y que, de paso, mate este tiempo que no pasa hasta que vos volvés de tu exilio, allá donde te dejé y me dejaste, donde nos dejamos las yemas de los dedos extrañando: quizás vos, mis poros ocultos; tal vez yo, tus pezones erguidos como dos obeliscos majestuosos y tiernos.
      Pero ahora el sol le ha dado por la vergüenza y se ha ocultado detrás de unas nubes grises que aminoran este amanecer de tu amor que se oye desde el recuerdo de tu voz áspera y celeste. Y, la verdad, no importa tanto lo que decís porque las palabras no siempre dicen todo. Si no, mirame a mí, escondido detrás de la ventana, huyendo de unas oscuridades que ya te mencioné, pero que no sabés que, en realidad, son el reflejo de todo lo que no está cuando nada alcanza. Supongo que esa es mi especialidad: hacer todo de nada, armar cuentos sin introducciones, ni nudos, ni desenlaces; escribir sólo por unas ganas caprichosas que vienen a abofetearme la modorra e interrumpir mi caminata por una soga que pende suspendida entre vos y yo, entre mis deseos y tus realidades, entre tus verdades y mis engaños.
      Sin embargo, no se está tan mal a la orilla de tu cama, al amparo de esta distancia que me permite imaginarte dormida sin que tengas la más mínima sospecha de que a tu alrededor se están tejiendo fantásticas e incomprobables profecías que, si no fuera por este sol, se hubiesen perdido en el olvido. Entonces, yo prefiero sentarme acá y tejerte un mundo de interrogantes y sospechas, hacer nuditos con los hilos que me han quedado de tu ropa arrojada presurosamente al piso entre besos impacientes y berretines de amantes secretos. Voy hilando comas y puntos suspensivos hasta que llegue el punto final y tenga que decirte adiós para siempre como lo hago cada noche antes de dar media vuelta y abrazarme a esa mujer para quien soy ajeno y que ahora duerme en mi cama mientras yo estoy acá sobreviviendo a tu lado, en tu orilla, viéndote dormir sin que te hayas enterado todavía de que el sol ya salió y que las nubes lo ocultan un poco como para darte unos minutos más antes de despertar y comenzar tu día; sin que sepas -probablemente nunca- de este abrigo que te he estado tejiendo hasta ahora en silencio, al amparo de estas oscuridades que me despiertan de vez en cuando. Cuando vienen a golpearme la puerta en búsqueda de unas palabras que, al igual que vos, ya no tengo.

RR

Foto: Flor del Irupé

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